Cuando recuerdo esta etapa de mi embarazo, la transición entre el segundo y el tercer trimestre, me invaden emociones encontradas. Estas fueron mis últimas semanas de plena actividad, las últimas en las que trabajé, hice deporte... Si bien la tripa ya pesaba bastante y me fatigaba cada vez más, todavía podía. Hoy, después de un mes en reposo relativo, siento envidia de mí misma, y también mucha nostalgia.
Sin embargo, no volvería a aquel momento por nada del mundo: ahora me siento mucho más tranquila, más centrada en mi embarazo, consciente de que cada día que pasa es un día menos para tener a mi niña en los brazos. Tan solo desearía que el reposo se me hiciera un poco menos duro... y que la tripa fuera un poco más manejable :)
Cuando estaba de veintisiete semanas, nos hicieron otra ecografía de las programadas por "alto riesgo". Como ya expliqué en la ecografía de las veinte semanas, fue el periodo de tiempo más largo que hemos pasado sin ver a nuestra peque. Sin embargo, y por extraño que parezca, no se nos hizo nada pesado: mil veces peor lo pasamos, por ejemplo, durante los diez días que mediaron entre la primera y la segunda ecografía.
Esta fue la primera ecografía en la que nos quedamos sin foto, pues la niña tenía la cabeza hundida en mi cuerpo y, por si esto fuera poco, se había colocado las dos manos a los lados de la cara, en una posición que no dejaba lugar a dudas sobre sus intenciones. A cambio, y también por primera vez, nos dieron una estimación de su peso: ¡ya pasaba del kilo! Para mí fue un hito muy importante, porque me permitió imaginarme un poquito más su presencia en mi cuerpo (y entender de dónde salía ese tripón que ya no dejaría de crecer).
En esta visita también nos dieron los resultados de la analítica del segundo trimestre, en la que estaba todo bien menos el hierro: tenía anemia. Esto explicaba por qué, antes incluso de cumplir las veinte semanas, me encontraba tan cansada. No solo era que el síndrome de piernas inquietas no me dejara dormir, sino que, además, mi cuerpo anémico se arrastraba al límite de sus fuerzas: dos síntomas que dieron al traste con la alegría del segundo trimestre.
Lo mejor de este descubrimiento fue lo que me explicó una amiga con la que hablé a los pocos días: que el síndrome de piernas inquietas y la anemia estaban relacionados. ¿Quería decir aquello que tomando mis 80 mg. de hierro no solo mejoraría mi cansancio sino que también volvería a dormir como una persona normal? ¡Efectivamente! A los tres o cuatro días de empezar a tomar el suplemento, el síndrome de piernas inquietas prácticamente desapareció, con lo cual, en apenas una semana, estaba como nueva.
No tengo palabras para explicar el inmenso alivio que sentí una vez que recuperé cierto control sobre mi cuerpo. ¡Me sentía preparada para seguir dando la batalla! Lástima que apenas me quedara tiempo para disfrutar del subidón...
También aproveché esta visita para preguntarle a la ginecóloga por un cambio en mis pechos que me traía por la calle de la amargura. Y es que, en apenas unas semanas, me habían salido un montón de verruguitas en las areolas. Tenía miedo de que su origen fuera algún tipo de virus que afectase negativamente a la lactancia, por más que todavía quedara mucho tiempo para ello. Sin embargo, la ginecóloga me tranquilizó, diciéndome que no tenía ninguna importancia. Y aunque yo todavía ando con la mosca detrás de la oreja, debo admitir que las verrugas más grandes se fueron secando y cayendo, y que ahora solo me quedan algunas muy pequeñitas.
Y hablando de los pechos... ¡es increíble cómo crecen! Supongo que, al contrario de lo que ocurre con la tripa, la gente se corta a la hora de comentarlo, pero... ¡a mí me alucina! En lo que llevo de embarazo he aumentado más de una talla: no hay más que ver el cambio a través de los meses. Ya cuando estaba de diecinueve semanas tuve que salir corriendo a comprarme unos sujetadores de lactancia que me sirvieran también para el embarazo, porque no soportaba los míos de siempre; pero es que ahora noto el nacimiento del pecho casi debajo de las clavículas. Ojalá estos cambios sean para bien y me permitan disfrutar de la lactancia natural con la que sueño :)
También aproveché esta visita para preguntarle a la ginecóloga por un cambio en mis pechos que me traía por la calle de la amargura. Y es que, en apenas unas semanas, me habían salido un montón de verruguitas en las areolas. Tenía miedo de que su origen fuera algún tipo de virus que afectase negativamente a la lactancia, por más que todavía quedara mucho tiempo para ello. Sin embargo, la ginecóloga me tranquilizó, diciéndome que no tenía ninguna importancia. Y aunque yo todavía ando con la mosca detrás de la oreja, debo admitir que las verrugas más grandes se fueron secando y cayendo, y que ahora solo me quedan algunas muy pequeñitas.
Y hablando de los pechos... ¡es increíble cómo crecen! Supongo que, al contrario de lo que ocurre con la tripa, la gente se corta a la hora de comentarlo, pero... ¡a mí me alucina! En lo que llevo de embarazo he aumentado más de una talla: no hay más que ver el cambio a través de los meses. Ya cuando estaba de diecinueve semanas tuve que salir corriendo a comprarme unos sujetadores de lactancia que me sirvieran también para el embarazo, porque no soportaba los míos de siempre; pero es que ahora noto el nacimiento del pecho casi debajo de las clavículas. Ojalá estos cambios sean para bien y me permitan disfrutar de la lactancia natural con la que sueño :)
3 comentarios:
Ay, menudo estirón de tripa! Está preciosa! Disfruta todo lo que puedas y ánimo con el reposo!!
Lo del pecho es una pasada. Yo he aumentado 3 tallas de copa y ¡no me lo puedo casi creer! Me alegra que lo menciones porque es verdad que no se habla de ello y a mí es una de las cosas que más me dejan con la boca abierta.
Enhorabuena por como va todo. Te sigo casi desde el principio y es una alegría ver que cómo el embarazo va avanzando.
Lo de las verrugas debe ser por las hormonas del embarazo. A mí también me salieron muchas y la matrona me dijo que no tenían ninguna importancia.
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