jueves, 4 de enero de 2018

La ecografía de las veinte semanas

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Esta es la primera ecografía a la que acudimos con la certeza de que nuestra hija estaba viva. No sé cómo de radical o exagerado sonará esto, pero para nosotras fue muy importante. Porque, desgraciadamente, sabemos lo que es acudir a una ecografía y recibir la noticia de que el corazón de tu bebé se ha parado. Así que sentir los movimientos de nuestra pequeña mientras estábamos en la sala de espera... ¡no tuvo precio!

He querido empezar por aquí porque me gustaría destacar que, en los embarazos después de pérdida(s), no solo hay temores, sino también momentos de tranquilidad. Y que la grandísima tranquilidad de saber que tu hija está viva termina llegando. Y que es maravilloso :)

Esta fue también una ecografía muy especial porque fue la última en que pudimos sacarle una "foto" a nuestra peque, pues después hundió su cabeza "en la línea de salida", y que si quieres arroz. Es una foto preciosa, en la que, por primera vez, pudimos empezar a intuir sus rasgos. Por eso mismo, prefiero guardarla para nuestra intimidad y no publicarla en el blog ;)

Por lo demás, quien haya vivido la ecografía de las veinte semanas sabe que no es una prueba agradable. Se trata de una ecografía larga, en la que examinan cada órgano del bebé con detenimiento, lo cual resulta sumamente estresante mientras se espera "el veredicto". En nuestro caso, comenzaron mirando el corazón, y no fue hasta que la ginecóloga dijo aquello de: "Corazón... bien" que empezamos a respirar. Yo pensaba todo el rato que, si el corazón estaba bien, con el resto podríamos, así que me dediqué a ir "tachando de la lista" el resto de los órganos. Afortunadamente, no fue necesario "poder", porque todo estaba aparentemente sano.

Aunque esta ecografía es abdominal, a mí tuvieron que hacérmela también vaginal, pues la pequeña ya estaba en posición cefálica y no conseguían medirle el perímetro craneal ni observar su cerebro. No me importó lo más mínimo (¡a estas alturas...!), aunque la doctora me dio muchas explicaciones, casi como excusándose, lo cual me pareció todo un detalle.

Además de observar a la pequeña, también estuvieron comprobando el estado de mis arterias uterinas, esas que deben alimentar al bebé y que tan frecuentemente se obstruyen en caso de trombofilias y/o SAF. Yo estaba muy preocupada por este tema, y ya en la ecografía de las dieciséis semanas le pregunté a la doctora si iban a mirarlas, aunque aquella vez ella me dijo que era demasiado pronto. Esta vez, sin embargo, lo hicieron, y nuevamente recibimos buenas noticias, pues ambas estaban perfectamente.

Al final de la exploración, nos confirmaron que seguía "pareciendo" una niña, lo cual nos alegró muchísimo, porque ya nos habíamos hecho a la idea.

Aproveché esta consulta para preguntarle a la ginecóloga por mis problemas de sueño. Desgraciadamente, llevaba ya varias semanas con un insomnio insufrible, debido a lo que claramente identificaba como "síndrome de piernas inquietas". Se trata de un desorden neurológico que provoca una inquietud motora in-so-por-ta-ble a medida que el cuerpo se relaja o intenta dormir.

Algo parecido me había ocurrido ya en las primeras semanas de embarazo, durante las que fui incapaz de conciliar el sueño. Pero, después, la sensación desapareció y me estuve pegando unas noches y unas siestas estupendas. Sin embargo, fue empezar el curso y, poco a poco, mi bienestar se volvió a ir al traste. Cuando acudí a esta consulta, estaba ya absolutamente desesperada, porque no podía ni tumbarme después de comer sin empezar a sentir que me quería arrancar las piernas desde la cadera.

La única solución que me ofreció la ginecóloga esta vez fue la de tomar valeriana y, si me pasaba más de tres noches sin pegar ojo, medio valium. No fue algo que me agradara, porque se desconoce el efecto de la valeriana durante el embarazo, y el valium... bueno, eso ya me parecían palabras mayores. Pero, ante el dilema de seguir perdiendo calidad de vida (porque el insomnio crea un círculo vicioso de ansiedad y más insomnio que resulta difícil de romper), opté por tomar valeriana durante unos días.

Al principio, hizo un efecto muy bueno, logré conciliar mejor el sueño y, sobre todo, no despertarme cincuenta veces a lo largo de la noche. Pero su efecto fue limitado: al final, según iba avanzando la semana y se me acumulaba el cansancio, dejaba de dormir de nuevo. Fue una situación que duró varios meses, y que, sin duda alguna, ha sido para mí el síntoma que ha dado al traste con el bienestar del segundo trimestre de embarazo. Si hubiera seguido durmiendo como cuando estaba de tres meses, habría sido maravilloso; pero el síndrome de piernas inquietas es un trastorno que vuelve loco al más equilibrado. Así que, lo que pudo haber sido un camino de rosas, se acabó transformando en un jardín plagadito de espinas.

A pesar de ello, la ecografía de las veinte semanas, junto con los movimientos cada vez más contundentes de nuestro bebé, nos llenaron de fuerzas para enfrentarnos a las seis semanas que pasaron antes de volver a ver a nuestra pequeña. Hasta el momento, ha sido el periodo de tiempo más largo que hemos pasado sin hacernos una ecografía; sin embargo, se nos ha hecho mucho más corto que cualquiera de los anteriores.

Y es que ese tipo de tranquilidad también acaba llegando :)

1 comentario:

merimeri dijo...

Qué bien leerte tan tranquila!!! Me alegro mucho que ese momento haya llegado! Disfruta que cuando menos te des cuenta esto llega a su fin y también echarás de menos el embarazo 😘

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