Desde que conocí las características de nuestros embriones, me invade una dulce sensación de empatía. Es la primera vez que entre nuestros donantes hay también mujeres, y eso me permite albergar emociones que hasta el momento no había sentido.
Pienso en nuestra joven donante de óvulos y me doy cuenta de que a mí me diagnosticaron el SOP con la misma edad con la que ella se enfrentó a la punción. Me imagino entonces el camino que la llevó hasta ese momento, y recuerdo cómo pudo haber sido también el mío.
Me vienen a la mente todas las ocasiones en que, caminando por los túneles del metro, me topaba con aquellos anuncios que te animaban a convertirte en donante de óvulos. Recuerdo que, durante mis últimos años de Universidad, sentía que era algo que debía hacer, casi casi una obligación moral para mí. Sonrío al rememorar las conversaciones que mantenía con mi novio de aquel entonces, explicándole cómo me sentía. Tan tierna me resulta hoy la convicción con la que me expresaba como mis miedos secretos a un proceso que, en general, me resultaba desconocido.
No creo que me hubiera atrevido. En cuanto me hubieran nombrado la anestesia, habría salido corriendo, como quise salir corriendo cuando tuve que enfrentarme a mi primera punción. Además, seguramente al intentarlo se habría descubierto el pastel de mis ovarios poliquísticos, así que dudo mucho que me hubieran aceptado.
Pero nuestra joven donante recorrió el camino completo. Me la imagino por primera vez frente a la aguja, y sé que puedo imaginármela porque me he enfrentado a lo mismo, y solo por eso siento que merecen un poco la pena todos los intentos fallidos. La veo sentada en la camilla, cubierta solo con la bata blanca, presa momentánea del arrepentimiento. ¿Qué hago aquí, madre mía? ¿Quién me mandó meterme en esto? Ni todo el oro del mundo puede compensar esos momentos.
Tan joven y tan valiente. Poco a poco, la empatía se acompaña de admiración y, por supuesto, de agradecimiento. Gracias, joven donante, por haberte atrevido a tanto. Gracias por darme esta oportunidad preciosa. Ojalá pudiera asegurarte que tu esfuerzo no será en vano, que obtendremos el fruto deseado. Pero, aunque no fuera así, el inmenso valor de tu generosidad siempre permanecerá intacto.
La empatía que siento, sin embargo, va más allá de nuestra joven donante. No me olvido de que, en todo este proceso, hay otra mujer involucrada. Una mujer cuyos hijos no llevan sus genes, que no contribuyó con su cuerpo en la formación de nuestros embriones, pero sin cuya participación esta aventura que vivo no habría sido posible: la primera receptora.
La empatía que siento, sin embargo, va más allá de nuestra joven donante. No me olvido de que, en todo este proceso, hay otra mujer involucrada. Una mujer cuyos hijos no llevan sus genes, que no contribuyó con su cuerpo en la formación de nuestros embriones, pero sin cuya participación esta aventura que vivo no habría sido posible: la primera receptora.