Al contrario de lo que parece entender nuestra sociedad, el parto no es un mero trámite, ese trance molesto que las mujeres debemos atravesar para librarnos del "fardo" y volver a ser las de "antes", como si nada.
Después de mucho aprender, reflexionar y vivir, yo siento que el parto es un eslabón trascendental en nuestros vínculos, ese retal primordial en la colcha que nos arropa. Como el alfa y el omega, el parto es culminación y principio, es embarazo y es crianza.
El parto es parto y también nacimiento. Una persona nace a través de otra: acontecimiento hermoso, sagrado donde los haya. Nada de lo que lo rodee puede cambiar esto. En el hospital o en casa, respetado o violento, autónomo, instrumentalizado, quirúrgico. Una persona nace a través de otra, esa es su fuerza.
Pero la consideración que se tiene en nuestra sociedad no lo honra. Y esta consideración (ideológica, moral, acientífica) tiene consecuencias. Consecuencias ideológicas y morales, pero también psicológicas, espirituales y, por supuesto, físicas. Las más inmediatas, pues comienzan a los pocos minutos de parir, ocurren sobre la lactancia.
Aunque, claro, el parto se considera un mero trámite y la lactancia una especie de lotería biológica: tú tienes leche, tú no; la tuya es buena, la tuya no. Desquiciante. Mientras tanto, los hilos que conectan un suceso y otro, que explican esta y otras tantas experiencias de las mujeres, permanecen ocultos, inconscientes.
Pero yo no me resigno. Gracias a otras mujeres he aprendido que mi parto (inducido, medicado, instrumentalizado... forzado) tuvo múltiples consecuencias, también sobre mi (nuestra) lactancia. Por ello, siento que debo hacer mi parte y explicarlas, para que dejen de estar ocultas, inconscientes.
Para devolverle a mi parto su honor de eslabón trascendental, de retal primordial, no solo en mi vida y en la de mi hija, sino como parte mínima pero importante de la experiencia vital de todas las mujeres que han parido, paren y parirán.
Así que aquí va mi pequeño memorial de agravios:
Para devolverle a mi parto su honor de eslabón trascendental, de retal primordial, no solo en mi vida y en la de mi hija, sino como parte mínima pero importante de la experiencia vital de todas las mujeres que han parido, paren y parirán.
Así que aquí va mi pequeño memorial de agravios: