Uno de los temas que traté con la psicóloga de la clínica en nuestra primera cita fue el de los límites. Como le expliqué a ella, siento que a mi alrededor flota la idea de que debemos poner unos límites muy claros a los tratamientos de reproducción asistida. Y no por motivos incuestionables, como una condición médica insalvable o la imposibilidad de seguir pagándolos; sino por otras razones más difusas. Algo así como que, en algún momento, una tiene que pararse y decir: "¡Basta! ¡Hasta aquí!".
Evidentemente, yo no estoy en ese momento de decir basta-hasta-aquí, y eso me produce cierta desazón. Temo haber perdido la perspectiva, estar sufriendo algún tipo de enajenación mental que me impida pensar con claridad y ver, como parecen ver otras personas, que ya he sobrepasado todos los límites. Siento mucha vergüenza cuando imagino que todo el mundo considera imposible que yo lleve un embarazo adelante: todo el mundo, menos yo.
Y no es que nadie me lo haya dicho a la cara. Nunca he escuchado algo ni remotamente parecido a: "Tía, estás loca, no tienes ninguna posibilidad, no sigas intentándolo, es una pérdida de tiempo y dinero, sería mejor que recapacitases y tomaras conciencia de cómo te estás engañando". Pero, a veces, cuando recibo comentarios del tipo: "Bueno, todavía os queda la adopción" o "¿Y ahora qué vais a hacer? ¿Volverlo a intentar?", siento que esa es la idea que subyace.
Así que le expliqué a la psicóloga mi razonamiento por si ella notaba alguna incongruencia. Lo que yo me planteo es que, a pesar del tiempo que llevo en reproducción asistida, acabo de ser diagnosticada y me enfrento al primer tratamiento con una medicación adecuada para mi problema. Yo no tengo la culpa de haber hecho nueve tratamientos destinados al fracaso. Tampoco tengo la responsabilidad de que los médicos no hayan sido capaces de interpretar mi caso hasta ahora. Por otra parte, y aunque resulte doloroso reconocerlo, para presentar un cuadro de abortos de repetición primero se te tienen que repetir los abortos. Y, en mi caso, este cuadro no ha quedado claro hasta que no he abortado también con los óvulos de una donante.
En resumen: no puedo decir que me sienta como si estuviera empezando de nuevo, porque toda mi experiencia pesa, pero tampoco puedo negar que estos tres años han cobrado sentido en el momento en que he recibido un diagnóstico congruente. Para mí, sería absurdo abandonar ahora, justamente cuando, por primera vez, tengo posibilidades reales de conseguirlo.
A la psicóloga no le pareció que mi discurso diera muestras de enajenación mental. Sin embargo, me ayudó a comprender mucho mejor qué era un límite y hasta qué punto se trataba de una cuestión personal.