No podía dejar de dedicarle una entrada a la reina de las pruebas de diagnóstico: la histerosalpingografía. ¿El qué? Creo que todas las que nos la hemos hecho recordamos cuánto nos costó aprendernos el dichoso nombrecito, aunque solo fuera para poder hablar de ella. Ahí empieza el calvario; luego viene todo lo demás.
La histerosalpingografía es una radiografía del útero ("histero") y de las trompas de Falopio ("salpingo"). Como estos órganos son blandos, es necesario introducir un líquido de contraste para iluminarlos. El contraste se introduce mediante una cánula que pasa por el cuello del útero, el cual ha sido previamente localizado gracias al espéculo. En fin, toda una odisea cuando estás empezando, pero un procedimiento de rutina después, pues así es como se realizan también tanto la inseminación artificial como la transferencia de embriones.
Aunque esta prueba no está en la lista de las más básicas, muchas chicas pasamos por ella. Las razones son variadas: en mi caso, como suelo tener reglas bastante dolorosas, existe cierta sospecha de que padezca endometriosis (¡horror!). Si bien la histerosalpingografía no sirve para diagnosticar esta enfermedad, sí que permite descartar algunos de sus efectos secundarios, como la obstrucción de las trompas de Falopio (que impediría realizar una inseminación artificial exitosa) o la acumulación de tejido dentro del útero (en forma de miomas, pólipos, etc.).
Una amiga, que estuvo en un caso parecido al mío, ya me advirtió de que si decía que mis reglas eran muy dolorosas, tendría que pasar por esta prueba. Ella conocía a otras mujeres que le habían asegurado que era más dolorosa que un parto, así que yo estaba dispuesta a intentar evitarla. Pero, cuando me vi delante de la doctora, me sentí incapaz. ¿Y si realmente tenía algún problema que esta prueba me ayudara a identificar? Así que confesé cómo, de vez en cuando, la regla me patea el útero al borde del desmayo, y la doctora me hizo el volante para la prueba.