Todos los médicos que me han atendido en estos días me dicen lo mismo: que la pérdida gestacional en las primeras semanas de embarazo es tan común que para ellos no tiene ninguna relevancia clínica. Uno de cada cinco embarazos se pierde durante esas semanas, y si se contabilizasen también aquellos que son interpretados como un retraso de la regla, seguramente serían la mitad.
Entonces, ¿cómo puedo sentirme atravesada por la fatalidad, si lo que me ha ocurrido es algo frecuente, nada extraordinario? ¿Por qué se me parte el alma y siento que, aunque cicatrice, no dejará de dolerme nunca?
Los médicos insisten, además, en que haberme quedado embarazada es algo muy positivo, que si me ha ocurrido una vez, seguramente volverá a pasarme, y que pronto tendré un bebé entre los brazos y me habré olvidado de todo esto. Mujer legrada, al año parida, decía uno de ellos.
Y yo asiento, porque el hecho de quedarme embarazada ya no se me hace un mundo, como cuando no conseguía más que negativos. Lo que ahora me parece una gran hazaña es poder llevar un embarazo a término, superar las primeras semanas. Y lo que pienso es que sí, que volveré a conseguirlo, pero entonces, ¿quién me asegura que no lo perderé de nuevo?
Dicen los médicos que la Naturaleza es sabia. Sabia pero cruel, matizó uno de ellos. Cuando el cuerpo dice que no, es que no, y hay que respetarlo. El cuerpo sabe lo que hace, sabe lo que lleva dentro. Y es mucho mejor así, según los médicos.
El cuerpo sabe lo que hace, pero yo no lo entiendo. Quizá en mi egoísmo ciego solo quería verlo nacer, sin importarme que su vida fuera más un suplicio que una vida. ¿Quién soy yo para decidir qué vida merece la pena ser vivida? Estaba completamente entregada a la tarea de asegurarle un lugar en el mundo, y dudo que algún día llegue a comprender la decisión de mi cuerpo.
Dicen los médicos que la Naturaleza es sabia. Sabia pero cruel, matizó uno de ellos. Cuando el cuerpo dice que no, es que no, y hay que respetarlo. El cuerpo sabe lo que hace, sabe lo que lleva dentro. Y es mucho mejor así, según los médicos.
El cuerpo sabe lo que hace, pero yo no lo entiendo. Quizá en mi egoísmo ciego solo quería verlo nacer, sin importarme que su vida fuera más un suplicio que una vida. ¿Quién soy yo para decidir qué vida merece la pena ser vivida? Estaba completamente entregada a la tarea de asegurarle un lugar en el mundo, y dudo que algún día llegue a comprender la decisión de mi cuerpo.