Menuda pareja la del título, ¿verdad? Por un lado, la infertilidad, esa tragedia íntima que las mujeres tendemos a vivir de manera personal desde tiempos inmemoriales. Por otro, la enfermedad del momento, causante de una pandemia mundial que, en mayor o menor medida, nos afecta a todos los seres humanos. ¿Acaso dos condiciones tan aparentemente distanciadas pueden estar relacionadas? La respuesta, por desgracia, es afirmativa.
Personalmente, reconozco que no le presté ninguna atención a la pandemia hasta aquella tarde de lunes en que Alma llegó a casa del trabajo y me dio la noticia de que cerraban los centros educativos. Aun entonces, pasado el primer impacto, la situación me parecía una simple extravagancia que duraría quince días. La cosa se puso mucho más fea cuando empezó la cuarentena, sobre todo porque tener a mi hija encerrada en casa me preocupaba bastante. Pero, durante varias semanas, seguí pensando que todas las medidas de seguridad las tomaba, de manera altruista, para proteger a los más débiles: en su mayoría, personas mayores como mis suegros o mis padres. Ya que yo, mujer "sana" menor de cuarenta, apenas sufriría una "gripe extraña" si me infectaba.
Al poco tiempo, sin embargo, un artículo del periódico me introdujo en el hasta entonces desconocido mundo de las "patologías previas". Empecé a leerlo por pura curiosidad, pero lo que descubrí me inquietó bastante: entre las variables que aumentaban el riesgo de padecer un cuadro grave (poco más que la edad y el género por aquel entonces), se hacía mención, casi de pasada, a los trastornos en la coagulación de la sangre.
Al poco tiempo, sin embargo, un artículo del periódico me introdujo en el hasta entonces desconocido mundo de las "patologías previas". Empecé a leerlo por pura curiosidad, pero lo que descubrí me inquietó bastante: entre las variables que aumentaban el riesgo de padecer un cuadro grave (poco más que la edad y el género por aquel entonces), se hacía mención, casi de pasada, a los trastornos en la coagulación de la sangre.
No me lo esperaba. No esperaba encontrar ningún indicio de pertenecer a un grupo de riesgo. Pero así es: según ha ido avanzando el conocimiento que se tiene sobre la enfermedad, he ido descubriendo que sufro varias de esas "patologías previas" de las que la mayoría de la gente parece sentirse a salvo.
No escribo esta entrada para asustar a nadie; tampoco quiero azuzar ninguna polémica, ni siquiera abrir un debate. La escribo porque siento la responsabilidad de compartir lo que sé con otras mujeres que pudieran tener el mismo riesgo que yo.
Y para reivindicar, una vez más, que la infertilidad es más que un drama lorquiano: es UNA ENFERMEDAD. Una enfermedad ninguneada, minusvalorada, relegada a mero "capricho", a "cosas de mujeres". Porque creo que, precisamente ahora que la Ciencia vive un momento de humildad autoimpuesta, de solidaridad obligada, se dan los requisitos necesarios para que se escuche nuestra voz.
Y para reivindicar, una vez más, que la infertilidad es más que un drama lorquiano: es UNA ENFERMEDAD. Una enfermedad ninguneada, minusvalorada, relegada a mero "capricho", a "cosas de mujeres". Porque creo que, precisamente ahora que la Ciencia vive un momento de humildad autoimpuesta, de solidaridad obligada, se dan los requisitos necesarios para que se escuche nuestra voz.