miércoles, 2 de noviembre de 2016

Amar la trama

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Antes de empezar este blog, llevé otro durante seis años.

Fue una experiencia inolvidable. A lo largo del tiempo, me fueron siguiendo cada vez más lectores, conocí otros blogs muy interesantes, hice algunas amigas, acudí a encuentros de blogueras, me recomendaron en una revista, escribí algunas reflexiones que se publicaron en un libro colectivo, e incluso, una vez, leyeron una de mis entradas por la radio.

Cuando Alma y yo rompimos, sin embargo, sentí la necesidad de dejarlo. Fue una decisión muy difícil, porque tenía mucho que perder: lectores, contactos, oportunidades que, muy posiblemente, nunca podría recuperar. A pesar de todo, llevaba ya un tiempo añorando algo más íntimo, personal, literario, incluso ficcional. Había muchos temas sobre los que deseaba escribir que no cabían en aquel blog, así que decidí arriesgarme y empezar de nuevo.

Pasé varios meses descansando, reuniendo ideas, mirando diseños, planificando entradas. Tan solo invité a dos de las personas que leían mi blog anterior a conocer este. Quería que fuera tomando forma antes de "presentarlo en sociedad": algo que nunca llegó a ocurrir.

Evidentemente, este blog no nació como un blog sobre maternidad, ni, mucho menos, sobre reproducción asistida. Al principio, solo una de cada cuatro o cinco entradas iban sobre estos temas. El resto trataba sobre otras cosas que me interesaban: reflexiones personales, experiencias, anécdotas. Escribía sobre Literatura, sobre los animales, sobre activismo y política. Esperaba que la maternidad se fuera incorporando paulatinamente a mis intereses, sin grandes sobresaltos, sin un antes y un después, de manera sencilla y natural.

A los pocos meses de empezar, sin embargo, mi propósito inicial se quebró. La experiencia de la reproducción asistida había ido fagocitando mi vida y, consecuentemente, acabó por fagocitar también mi blog. A partir de ese momento, el rechazo que sentía  hacia todo lo que me estaba pasando se concentró en un odio enconado hacia él. 

Anteriormente, había leído algunos blogs sobre reproducción asistida, la mayoría escritos por madres lesbianas. Por una parte, me resultaban interesantes porque, gracias a ellos, iba conociendo un proceso al que suponía que algún día me tendría que enfrentar. Pero, por otra, la mayor parte de las entradas me parecían insufribles. ¿Por qué escribían esas entradas tan largas hablando del tamaño de sus folículos o de las dosis exactas de su medicación? ¿Para qué publicaban los resultados de sus análisis, la descripción exacta de pruebas que parecían haberse llevado a cabo en una carnicería? ¿A quién le podría interesar...?

Y, de pronto, me descubrí haciendo lo mismo. No porque así lo hubiera decidido, no porque hubiera cambiado mi percepción. Simplemente porque, a pesar de lo ridículo que una vez me había resultado, llegó un momento en mi vida en que todo lo que me importaba se reducía a los milímetros que había crecido o no un folículo, a la cantidad exacta de hormona que tenía que pincharme en la siguiente inyección.

No solo el proceso de reproducción asistida se alargaba, se complicaba. No solo no me quedaba embarazada o comenzaba a abortar. Sino que también mi otro proyecto, mi otra ilusión, el blog por el que tanto había arriesgado, se había convertido en un compendio de lo que nunca habría querido llegar a escribir. Durante meses lo odié, planeé abandonarlo, borrarlo entero y empezar de nuevo, en otro lugar y con otra identidad, como si nada de esto hubiera pasado.

Pero las cosas no funcionan así. Con el paso del tiempo, fui entendiendo que esta era la experiencia que me había tocado vivir. La entrada en la maternidad, que yo había imaginado breve y sin complicaciones, ha resultado ser una batalla más en mi vida, tan larga y dura como las anteriores. El momento de escribir ese blog que imaginaba no es ahora; ahora es el momento de escribir justamente el blog que escribo: un blog sobre mi camino, sobre mi experiencia, sobre el tamaño de mis folículos y la dosis exacta de mi medicación. 

Desde hace ya un tiempo, afortunadamente, he aprendido a amar la trama: la trama de mi vida y la trama de mi blog. Y me he comprometido con ambas, haciéndolas mías, dejando de rechazarlas, de escabullirme hacia otros mundos donde mi historia es diferente, porque esos mundos no existen más que en mi imaginación. 

La realidad es esta. La realidad son pruebas dignas de una carnicería. La realidad son inyecciones, pastillas, ecografías, consultas médicas una y otra vez. No es la realidad que imaginaba ni la historia que quería escribir, pero es la única que existe y eso, contra todo pronóstico, puede estar bien.

Así lo vengo sintiendo desde hace un tiempo y, para honrar ese camino, este verano decidí incluir en el blog una página especial que resumiera todo el proceso, todo lo que hemos pasado en esta búsqueda del embarazo. Me costó mucho recordar algunos momentos que ni siquiera he sido capaz de contar, como mi primer embarazo; pero, finalmente, logré llevarlo hasta el presente, dejándolo en suspenso hasta conocer el resultado del último tratamiento. 

Después, necesité recuperar las fuerzas para culminarlo. Hoy puedo decir, no obstante, que lo he logrado. Inauguro esta nueva página como símbolo de mi reconciliación con la vida y con la escritura. Abrazo con ella mi experiencia y la asumo como propia. Aunque siempre lo haya sido, porque nunca hasta ahora he entendido el esfuerzo que conlleva reconocerla como tal.

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