Reconozco, sin embargo, que no las tenía todas conmigo. Efectivamente, la regla me sigue viniendo sin ningún cambio aparente; de hecho, tras el embarazo, me viene más regular y más abundante que nunca en mi vida, así que me siento mucho más fértil (!?) en ese sentido. Pero, ¿significa eso que ovulo? Y, sobre todo, ¿quería esperar a descubrirlo cuando estuviera haciendo el tratamiento, con el chasco consecuente si la respuesta era negativa, o prefería comprobarlo por mí misma en la intimidad de mi cuarto de baño?
Finalmente, me decidí a hacerme los dichosos test, para sacarme la espinita de envidia que tenía clavada desde mi anterior experiencia, y también para comprobar por mí misma lo que ahora estaba en un entredicho razonable. Así que me tocó hacer otro estudio de mercado para conseguir una buena marca de test, fiables y económicos. Me inclinaba por la misma que ya había utilizado para los test de embarazo, y aunque acabó siendo la elegida, durante algunos días estuve valorando unas cuantas.
(Tengo que confesar que me aburre soberanamente esto de los estudios de mercado. No entiendo cuál es la gracia de comparar un montón de opciones que deberían ser todas iguales de buenas y que, sin embargo, te dan la sensación de ser todas el mismo timo. Cuanto mayor me hago, más sueño con una especie de supermercado soviético donde haya una sola marca de cada cosa, siempre buena y siempre fiable, sin el embrollo capitalista que no aporta absolutamente nada. Pero supongo que este es un tema para otra entrada.)
Lo que más me amargó del proceso, en cualquier caso, fue conseguir un pack en el que solo vinieran test de ovulación. Me traumatizaba vivamente comprar también test de embarazo: en primer lugar, porque no sabía si llegaría a tener siquiera la posibilidad de utilizarlos, pero también porque no quería que se me pasaran de fecha y encontrarme otra vez en la situación de comprobar el buen desarrollo de un embarazo con test caducados.
Al final (porque la cosa tampoco es tan complicada, pero yo es que tiendo a hacerme un lío con todo), acabé comprándome un montón de test baratos, fiables y solo de ovulación para, con la primera regla del curso, estrenarlos llena de alegría e ilusión.
La cara de gilipollas que se me quedó en apenas tres o cuatro días fue antológica. Todos los test eran iguales: iguales de positivos, iguales de flojos. ¿Cómo? ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué los test no cambiaban de blanco nuclear a positivo flojito y luego a positivo fuerte como los test de embarazo? ¿Qué clase de ciclo menstrual era el mío si todos los días, hormonalmente hablando, eran iguales? Y encima, siendo los test positivos, ¿qué ocurría con mis hormonas? ¿Ni ovulaba ni dejaba de ovular? ¿Acaso ovulaba flojito?
Si las preguntas anteriores ya parecen delirantes, me pregunto qué adjetivo debería escoger para explicar lo que realmente pasaba por mi cabeza. Y es que, desde hacía ya tiempo, me había entrado la neura de que, como no me había hecho ninguna revisión ginecológica desde las revisiones postparto (tal es el poso de trauma que deja la reproducción asistida), seguro que cuando volviera a pasar por una descubriría algo terrible.
Esas reglas de abundancia repentina, ese dolor de ovarios cuando toso y, ahora, los test de ovulación positivos. ¿No se supone que mi síndrome de ovarios poliquísiticos implicaba que la fuerza de mis hormonas era escasa? ¿Por qué, si tengo problemas para ovular, los test me indicaban que estaba a punto de hacerlo todos los días? Ya estaba, ya estaba, lo que tanto me temía: seguro que tenía un tumor presionándome la hipófisis, o los ovarios hipertrofiados, y aquello lo explicaba todo. No solo no ovulaba, no solo no iba a tener más hijos, sino que encima moriría de cáncer y, seguramente, en breve.
Llegada a este punto, decidí parar. No tenía sentido estarme haciendo unos test para pasar el rato y sacar unas cuantas fotos, y acabar agonizando de miedo porque mi hija se iba a quedar huérfana. Si aquel era el estado de la cuestión, más me valía esperar a un tratamiento y que fuera la doctora la que me dijera si ovulaba o no. O incluso esperar a hacerme las primeras pruebas, si es que llegaba el caso, y descubrir si estaba siendo devoraba por un cáncer como castigo por no haberme querido subir a un potro ginecológico desde que parí.
Así que dejé pasar un ciclo sin la agonía de hacer pis en un tarro cada mañana. Y cuando iba a empezar el siguiente, hice lo que debería haber hecho desde el principio: me informé. Así fue como descubrí que los test de ovulación pueden dar positivo flojo todos los días, o muchos días del ciclo, sin que eso implique un nivel hormonal que impida la ovulación. En mi caso, además, precisamente por tener SOP, la hormona LH, que es la que miden los test, suele estar elevada durante todo el mes. Es decir, que lo que habían detectado los primeros test, sin ser una muestra de salud inmaculada (¿salud inmaculada? ¿yo?), no es nada nuevo con respecto a todo lo que ya sé de mí.
Por otro lado, el pico de la ovulación es muy breve, así que los test no van cambiando poco a poco, como los de embarazo, sino que lo hacen de repente, por lo que a veces es difícil de detectar. De modo que, cuando los otros signos de la ovulación indiquen que se aproxima el momento (moco cervical, dolor, granos, temperatura), puede venir bien hacerse un par de test al día para asegurarse.
Con esa información, decidí volver a probar suerte y, esta vez sí, conseguí detectar el pico de la ovulación, unido al resto de los signos, justo en los días en que esperaba tenerlo. Conclusión: sí, ovulo, y sí, puedo intentar un ciclo natural. (Y para no alargar artificialmente la incertidumbre de esta entrada: sí, la ovulación se confirmó con la primera ecografía diagnóstica que me hice).
Ahora me sobran un montón de test que utilizaré para pasar el rato cuando haga un tratamiento. O que acabarán en la basura. O que regalaré. Ya no importa, porque ya he tenido la experiencia que tanto envidiaba (y que ahora me resulta tan estúpida) con los test de ovulación.
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