Vuelvo la vista atrás para recordar con inmenso cariño una de las mayores sorpresas que me deparó el embarazo.
La tercera visita a la matrona llegó cuando estaba de treinta semanas.
Una semana antes, empezamos el tan esperado "Curso de Educación Maternal".
Nuestras expectativas eran nulas. La primera visita a la matrona nos había quitado las pocas esperanzas que albergábamos de conocer a una profesional en la que poder confiar. Y la segunda no hizo más que agravar la situación. Así que, para cuando llegó el curso, yo ya me daba con un cantito en los dientes si aprendía alguna cosa.
La primera clase empezó fatal: mucha gente, una dinámica de presentaciones que fue un desastre, la matrona que no terminaba de arrancar... Yo miraba constantemente el reloj. "Un rato más y nos vamos", pensaba. Todavía estaba muy activa y sentía que no tenía tiempo que perder.
Pero, de pronto, ¡bum! En cuanto la matrona se puso a hablar del parto, nos dejó con la boca abierta. Resultó que era una firme defensora del parto respetado y del empoderamiento de las mujeres. Durante la charla, no hice más que asentir, sonreír y aprender a valorar a una señora que, desde entonces, ha resultado una ayuda indispensable para superar los retos iniciales de la maternidad.
Por si esto fuera poco, la matrona tuvo a bien no cumplir sus amenazas de la segunda visita y utilizar un lenguaje inclusivo para tener en cuenta la diversidad de nuestra familia. Vamos, que de vez en cuando, además de "padre" también dijo "pareja" o "acompañante" (!).
El caso es que salimos de la clase entusiasmadas, alucinando con la metamorfosis de la misma matrona que me había recomendado hartarme a bollos o que incluso parecía habernos querido disuadir de asistir al curso.
Cuando volvimos a la consulta con ella, la felicitamos. Ella también parecía contenta de haber "superado la prueba" después de su anterior (y única) experiencia con lesbianas. A día de hoy creo que, en parte, su comportamiento obedecía a una torpeza social que le impedía relacionarse con nosotras de manera normalizada. Evidentemente, a nadie le hace ilusión que la persona que tiene enfrente se ponga nerviosa para mal simplemente porque te muestres como eres; pero también es verdad que, cuando hay buena voluntad, es algo que mejora a base de tiempo y naturalidad. Al fin y al cabo, todos nos hemos criado en una sociedad homófoba, así que, por más que nos joda canse, conviene que tengamos paciencia.
En esa tercera visita me pusieron la vacuna trivalente. "No te preocupes", me dijo la matrona. "La dosis es para un feto, así que no notarás ninguna reacción. Como mucho, alguna molestia en el brazo". ¿Molestia? ¡¿Molestia le llaman a no poder levantar el brazo durante una semana?! ¡Qué dolor más horrible!
Por aquel entonces, solía bromear con que la siguiente dosis se la iban a poner directamente a la niña, que ya estaba bien de que yo pusiera el brazo... Pero ahora, cuando pienso en lo que me dolió y miro a mi hija, ¡me arrepiento tanto de aquellas palabras! Veinte dosis me pondría hoy si pudiera librarla del pinchazo traicionero... ¡Qué duro va a ser ponerle las primeras vacunas! (Y las segundas y todas, me temo, porque me estoy revelando como una madre moñas donde las haya...).
El caso es que, a lo largo del curso, fuimos afianzando la relación con la matrona. Nos encantaron todas y cada una de sus clases porque, además de aprender muchas cosas útiles, consolidamos nuestra visión de lo que debería de ser la experiencia del parto. Yo, particularmente, perdí el poco miedo que sentía hacia la experiencia, confiada en que, si seguía sus indicaciones, todo iría estupendamente. ¡Lástima que después nada saliera como esperaba...!
A pesar de nuestra desgana inicial, al final solo nos perdimos una clase, debido a una segunda visita a urgencias que ya explicaré. Por desgracia, fue la clase dedicada a la lactancia materna. Hoy estoy segura de que, si hubiera podido asistir, mi experiencia habría sido mucho más positiva, y quizá me habría ahorrado alguno de los millones de problemas con los que me he encontrado.
En esa sesión también reforzaron el "simulacro" de expulsivo, que yo no llegué a hacer nunca porque formaba parte de unas clases en las que se hacía ejercicio y a las que yo no pude asistir al coincidir con las semanas en que estuve de reposo. De nuevo, estoy segura de que mi experiencia en el parto habría sido diferente si hubiera aprendido a hacerlo; la mala suerte, sin embargo, parece algo consustancial a mi periplo reproductivo, así que supongo que, a estas alturas, ya debería tenerla asumida.
En nuestro calendario de citas, todavía teníamos programada una cuarta visita con la matrona, que habría podido servir para paliar nuestras carencias con respecto al curso. Sin embargo, los hados volvieron a conjurarse en nuestra contra y nunca pudimos asistir a la consulta, porque la fecha prevista coincidió justamente con el día del nacimiento de nuestra hija.
En esa tercera visita me pusieron la vacuna trivalente. "No te preocupes", me dijo la matrona. "La dosis es para un feto, así que no notarás ninguna reacción. Como mucho, alguna molestia en el brazo". ¿Molestia? ¡¿Molestia le llaman a no poder levantar el brazo durante una semana?! ¡Qué dolor más horrible!
Por aquel entonces, solía bromear con que la siguiente dosis se la iban a poner directamente a la niña, que ya estaba bien de que yo pusiera el brazo... Pero ahora, cuando pienso en lo que me dolió y miro a mi hija, ¡me arrepiento tanto de aquellas palabras! Veinte dosis me pondría hoy si pudiera librarla del pinchazo traicionero... ¡Qué duro va a ser ponerle las primeras vacunas! (Y las segundas y todas, me temo, porque me estoy revelando como una madre moñas donde las haya...).
El caso es que, a lo largo del curso, fuimos afianzando la relación con la matrona. Nos encantaron todas y cada una de sus clases porque, además de aprender muchas cosas útiles, consolidamos nuestra visión de lo que debería de ser la experiencia del parto. Yo, particularmente, perdí el poco miedo que sentía hacia la experiencia, confiada en que, si seguía sus indicaciones, todo iría estupendamente. ¡Lástima que después nada saliera como esperaba...!
A pesar de nuestra desgana inicial, al final solo nos perdimos una clase, debido a una segunda visita a urgencias que ya explicaré. Por desgracia, fue la clase dedicada a la lactancia materna. Hoy estoy segura de que, si hubiera podido asistir, mi experiencia habría sido mucho más positiva, y quizá me habría ahorrado alguno de los millones de problemas con los que me he encontrado.
En esa sesión también reforzaron el "simulacro" de expulsivo, que yo no llegué a hacer nunca porque formaba parte de unas clases en las que se hacía ejercicio y a las que yo no pude asistir al coincidir con las semanas en que estuve de reposo. De nuevo, estoy segura de que mi experiencia en el parto habría sido diferente si hubiera aprendido a hacerlo; la mala suerte, sin embargo, parece algo consustancial a mi periplo reproductivo, así que supongo que, a estas alturas, ya debería tenerla asumida.
En nuestro calendario de citas, todavía teníamos programada una cuarta visita con la matrona, que habría podido servir para paliar nuestras carencias con respecto al curso. Sin embargo, los hados volvieron a conjurarse en nuestra contra y nunca pudimos asistir a la consulta, porque la fecha prevista coincidió justamente con el día del nacimiento de nuestra hija.
3 comentarios:
No nos dejes asíiiiii! Siempre me saben a poco tus entradas! Pero bueno, me armaré de paciencia y esperaré a que puedas contarnos todo con pelos y señales! Un besote y un aplauso para esa matrona que pese a ser un poco prehistórica, puso tanto de su parte para volver al siglo xxi!!!
Jajaja... Es que voy un poco retrasada, y tengo la manía de contar las cosas en orden, pero claro, ¡ahora hago muchos spoilers...!
¡Muchos besos para ti también! :)
Luli Lunita esta chica nos tiene en un sin vivir!! Todo sea porque pase más tiempo con su princesa pequeña!!. besos
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