Te gustaría saber quién eres. Con poco o nada para orientarte, das por sentado que eres el producto de vastas migraciones prehistóricas, de conquistas, violaciones y secuestros, que los prolongados y tortuosos cruces de tu horda ancestral se han extendido por muchos territorios y reinos, porque tú no eres la única persona que ha viajado por el planeta y, ¿quién sabe quién engendró a quién para luego engendrar a quién [...]? Como no sabes nada de tus orígenes, hace mucho que decidiste presumir de que eres un compuesto de todas las razas [...], en parte africano, árabe, chino, indio y caucasiano, el crisol de muchas civilizaciones enfrentadas en un solo cuerpo. [...] Has decidido conscientemente ser todo el mundo, aceptar a todos los que llevas en tu interior con objeto de ser tú mismo de una forma más libre y plena, puesto que la cuestión de quién eres es un misterio y no albergas esperanzas de que algún día se resuelva.
La otra noche me encontré con este fragmento por casualidad. Pero fue una de esas casualidades maravillosas que, de improviso, provoca una rápida evolución en mi pensamiento, llenando de luz un espacio misterioso que, hasta entonces, había permanecido oscuro.
La relación entre el desconocimiento de los orígenes y la formación de la identidad me interesa muchísimo desde el momento en que Alma y yo vamos a formar una familia sin vínculos genéticos. Nuestros hijos no se parecerán ni a papá ni a mamá, no tendrán el aire del abuelo Pepito, ni siquiera serán el vivo retrato de su hermano. Vamos a romper un buen número de convenciones y me gustaría poder empoderarlos, empoderarnos todos, en una concepción de la identidad diferente pero igualmente plena. Incluso, en lo que puede tener de autónoma frente a las tradiciones que no se cuestionan, una concepción de la identidad mejor.
No voy a negar que alguna intuición tenía sobre el tema, una idea vaga sobre lo interesante que resulta sobrepasar los límites del clan para reconocer a la Humanidad como tu propia familia. Sobre lo bonito que parece no centrarse en un rasgo u otro (los ojos así, la boca asá), sino conocerse y reconocerse en lo que cada uno tiene de particular y, a la vez, de humano. Esa es la familia a la que yo quiero pertenecer, esa es la familia que yo quiero formar.
Sin embargo, no fue hasta que leí ese fragmento que pude estar segura de lo que quería decir. Porque el texto no pertenece a una obra que trate de la adopción ni está escrita por una persona adoptada: me lo encontré en el Diario de invierno de Paul Auster.
Lo valioso, lo que realmente me ha hecho comprender que mi intuición es una gran idea, es que Paul Auster no desconoce sus orígenes. En el libro, en ese mismo fragmento, habla de su padre y de su madre. Habla de sus abuelos y de sus países de origen. Sabe quién engendró a quién del mismo modo en que lo sabe cualquier persona que se haya criado en su familia biológica. Por si esto no fuera poco, el escritor también tiene a su disposición una fuerte vinculación étnica, ya que es judío.
Sin embargo, esa misma persona que no alberga ninguna duda acerca de sus raíces biológicas ni del origen último de su comunidad, se siente desorientado acerca de su identidad, incapaz de conformarla a partir de quienes oficialmente le precedieron. Y, por ese motivo, decide construirse una, dársela a sí mismo. Una identidad que, de manera profundamente humana, lo vincula con los demás. Con todos los demás.
Sin embargo, esa misma persona que no alberga ninguna duda acerca de sus raíces biológicas ni del origen último de su comunidad, se siente desorientado acerca de su identidad, incapaz de conformarla a partir de quienes oficialmente le precedieron. Y, por ese motivo, decide construirse una, dársela a sí mismo. Una identidad que, de manera profundamente humana, lo vincula con los demás. Con todos los demás.
Creo que este fragmento explora hasta qué punto nuestra identidad no viene dada por nuestros orígenes, sino que cada persona es responsable de crearla en la dirección que considere. Que no somos nuestra herencia genética, entre otras cosas porque, ¿acaso la conocemos realmente o estamos seguros de ella? No somos lo que fueron otros antes que nosotros, sino lo que nosotros mismos hemos sido, somos y seremos; no somos los vínculos que nos vienen dados, sino los que nosotros mismos forjamos. Nos parecemos a nosotros mismos en primer lugar y, en segundo lugar, nos parecemos a la Humanidad. Somos nosotros, somos humanos, antes de ser los hijos de... quien sea.
Una cosa es querer conocer esa "horda ancestral" y otra muy distinta hacer que tu identidad dependa de ella. Quienes conocemos nuestros vínculos biológicos tenemos esa curiosidad satisfecha; quienes no lo hacen, pueden sentir unas sanas y legítimas ganas de satisfacerla. E incluso atreverse a ello. Pero tanto unos como otros haremos mal en descansar el peso de nuestra identidad sobre el único pilar de nuestros ancestros. Porque cada ser humano es mucho más que un vínculo genético. Somos quienes nos hacemos y, además, somos todos juntos, en una interdependencia que nos vincula a un mundo lleno de riqueza.
Los orígenes biológicos son lo que son: ni más ni menos. Para unos, cotidianos; para otros, desconocidos; para unos y otros, fuente de satisfacción y orgullo, o bien de rechazo y dolor. Una identidad que los trascienda, sin embargo, es igualmente valiosa para todos. Y no me cabe duda de que, a partir de ella, no solo se ponen los cimientos de una personalidad más poderosa y auténtica, sino de una sociedad mejor.
2 comentarios:
Hola! Qué interesante lo que has escrito. Yo, al igual que Paul Auster, también conozco mis orígenes y muchas veces siento que no sé quién soy. Coincido completamente con la idea de que la identidad no descansa en los genes. De hecho, creo que conocer nuestros orígenes biológicos a veces nos limita mucho, porque hay ciertas ideas muy castrantes en las familias. Por ejemplo: "Igualito que tu padre; seguro que tienes mucho éxito en la vida", y eso te condiciona y te frustra. O: "Eres tan buena persona como tu madre", y cada vez que haces algo malo sientes que estás traicionando tu esencia y la de tu madre. Son ideas y proyecciones que no nos dejan ser del todo nosotros. Un placer leerte.
Muchas gracias por tu comentario, estoy completamente de acuerdo con que conocer los orígenes biológicos puede resultar MUY castrante. Al final, creo que es mejor que todos nos esforcemos por labrarnos una identidad propia, ¡es lo más sano y liberador!
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