Hace unos meses me compré el libro de Mónica Felipe-Larralde Cuerpo de Mujer. Reconectar con el útero. Para mí fue un acto simbólico de reconciliación con la búsqueda de mi embarazo, una especie de guiño todavía-no-pero-pronto-volveremos-a-la-carga.
Al poco de comprar el libro, me lo leí, me gustó y procedí a dejarlo colocadito en su estantería. Todavía no estaba en el momento de empezar a hacer los ejercicios. Aún era pronto para volver a entrar en mi cuerpo y destapar la caja de Pandora.
Sin embargo, desde que se planteó la posibilidad de empezar el tratamiento para la adopción de embriones, me sentí con fuerza para hacer algunos ejercicios. No era la primera vez que localizaba mi útero ni que lo relajaba, porque después de sufrir el primer aborto me apunté a un taller sobre este tema y aprendí a no tensar el útero en situaciones cotidianas; pero sí tenía un especial interés en ello porque consideraba que, una vez que había renunciado a mis óvulos, los ovarios ya no tenían ninguna función y el útero se erigía como único protagonista.
Además de la relajación general, empecé con un ejercicio llamado "Agua", en el que tenías que imaginar que tu útero era un cuenco que se iba llenando. Al poco, empezaban a rebosar todos los problemas, las angustias, los traumas... en forma de agua turbia. El ejercicio continuaba hasta que del cuenco volvía a manar solo agua limpia.
Durante el ejercicio, el útero me dio pocos problemas. Lo sentí, lo relajé, lo limpié relativamente rápido. Pero, nada más empezar, noté mis dos ovarios: doloridos, tensos, palpitando por algo de atención. Así que imaginé dos pequeños cuencos también para ellos, y aquello se convirtió en una fuente inagotable de lodo traumático.
La primera vez que hice el ejercicio, pensé que mis ovarios tenían mucho que limpiar. Todas las hormonas de los tratamientos, todo el dolor de las hiperestimulaciones, el trauma de haber generado un cuerpo lúteo que debió absorberse antes de tiempo, el descanso forzado y forzoso que les ha provocado la píldora. Y me pareció normal, pero no prioritario. Estaba haciendo esos ejercicios por la inmediatez del tratamiento. No era el momento de ocuparme de unos ovarios que, por más necesitados que estuvieran, me iban a acompañar toda la vida en ese mismo estado.
La segunda vez que hice el ejercicio, sin embargo, tuve una iluminación. Mientras limpiaba mis ovarios, entendí que, aunque no fuera a utilizar los óvulos que fabrican, sí los necesitaba para todo lo demás. Necesitaba que volvieran a ponerse en funcionamiento con puntualidad y que fueran capaces de llevar a cabo una ovulación para poder hacer el tratamiento este mes y en ciclo natural. Necesitaba que guiaran todo el ciclo y que, en el mejor de los casos, volvieran a transformar ese folículo dominante en un cuerpo lúteo que apoya los tres primeros meses de embarazo. Los necesitaba vivos, funcionales, listos y en marcha. Haber pensado siquiera en prescindir de ellos, haberles retirado toda la atención había sido una decisión completamente equivocada.
Este nuevo pensamiento, esta reconexión con mis ovarios, el saber que puedo amarlos y disfrutarlos en lo que sí son, representa para mí no solo una liberación, sino también un regreso a mi cuerpo, una recuperación de la armonía, un sentirme plena y completa como soy.
La certeza de que mi cuerpo entero, sin prescindir de ningún órgano, sin renunciar a ninguna de las capacidades que sí tiene, se va a poner al servicio de este proyecto tan ilusionante de acoger en su seno dos pequeñas posibilidades con forma de embrión.
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