El cuaderno de mandalas que Alma me regaló sugería que se colorearan en un orden preciso, recorriendo un camino de sanación espiritual. Sin embargo, yo preferí hojear sus páginas en busca de inspiración, deteniéndome en las formas de cada uno hasta encontrar el que mejor armonizara con mi estado de ánimo. También me dejé guiar por la apetencia de un color, puesto que, como ya expliqué, pretendía colorearlos basándome en escalas monocromáticas.
Y así, después de darle unas cuantas vueltas al cuaderno, terminé deteniéndome en uno de los dibujos, que incluía unas formas parecidas a las de un corazón. Una vez elegido, no tuve ninguna duda sobre la escala que utilizaría para colorearlo: acababa de encontrar el mandala rojo.
En el cuaderno, este mandala se titulaba "La aceptación". Lo estuve coloreando mientras me hacía las pruebas de diagnóstico, y creo que lo empecé precisamente cuando tuve claro, después de muchos meses peleándome conmigo misma, que no compartiría con mis padres el proceso que estaba iniciando.
Mientras lo completaba, verdaderamente me sentía invadida por la aceptación. Una aceptación emocional de mi pasado: de todo el dolor que había embargado mi alma, de la desesperación, de la lucha, de las experiencias que me habían llenado de miedo e incomprensión. Me sentía invadida por la aceptación, pero también por el amor. Amé todas y cada una de esas emociones, las arrullé con el vaivén de las pinturas hasta conseguir calmarlas, dejando atrás la rabia y el rencor. Las necesitaba dormidas, vivas pero no activas, mientras despertaba el torrente de fuerzas renovadas que requería esa aventura que apenas comenzaba.
Cuando contemplo este mandala desde el momento presente, me doy cuenta de que el dolor que simboliza no es solo emocional, sino también físico. No solo estaba aceptando la pasada entrega de mi alma, sino también, quizá sin saberlo, la futura rendición de mi cuerpo a un ejército invasor que horadaría su carne bajo la promesa de regalarme esa hermosa flor que veía en mis sueños.
Ahora pienso que tal vez este mandala representa, de una manera mucho más completa, la aceptación de la maternidad: un nuevo estado que te obliga a trascender tu historia, tu cuerpo, a entregarte en brazos de la Naturaleza y sus caprichos, a dejarte conquistar por ese inmenso calor que te habita y que esperas que prenda también en una nueva vida.
La lucha, las ganas, la aceptación... pero también la idea que cerraba el pequeño párrafo que acompañaba el mandala: el derecho, necesario e imprescindible, a recuperarse.
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