El tiempo pasa, los tratamientos se suceden y yo me voy sintiendo preparada para revivirlos, cocinarlos y guardarlos en la alacena de las experiencias; es decir, para escribir sobre ellos.
Mis ciclos de inseminación artificial han terminado.
Han sido cuatro, todos ellos con resultado negativo.
Empezamos en primavera y terminamos en verano. Los ciclos impares estuvieron llenos de ilusión y alegría, casi casi de certeza positiva. Los ciclos pares salieron melancólicos, suaves, como un lento deslizarse hacia el negativo.
Al principio optamos por el tratamiento más sencillo. Mis análisis SOP habían salido muy bien y no tenía las hormonas masculinas alteradas, así que la doctora nos propuso intentar un ciclo sin estimulación, para comprobar si mi cuerpo era capaz de ovular por sí mismo. Todo lo que teníamos para perder era tiempo: si mi cuerpo no ovulaba, tendríamos que dejar pasar un mes para intentar otro ciclo, esta vez estimulado. A mí me encantó la idea de comprobar por fin cuál era el alcance de este dichoso trastorno, además de evitar los pinchazos (dolorosos, caros y emocionalmente devastadores) que tanto temía.
Y mi cuerpo se portó: del elevado número de folículos inicial, solo quedó el dominante, como en cualquier ciclo sano, que creció sin problemas y, a juzgar por las diferentes pruebas, desarrolló un óvulo maduro que (inyección mediante, pues de esta sí que no te libras) llegó hasta la ovulación. Todo fue bien, excepto el negativo.
Animadas por los buenos resultados, nos embarcamos en un segundo ciclo, también sin estimulación, que fue prácticamente idéntico al anterior... para lo bueno y para lo malo. La doctora nos planteó entonces empezar con una estimulación suave que a mí me convenció, porque necesitaba hacer algo distinto que me devolviera la ilusión y la tranquilidad de estar haciendo todo lo que estaba en mi mano.
Los ovarios poliquísticos se estimulan fácilmente; lo difícil es evitar la hiperestimulación. Las dosis que me pinché estuvieron entre 25 y 50 Ul tanto en el tercer como en el cuarto ciclo, y con ello conseguimos un folículo maduro y uno más pequeño que solo si tuvimos mucha suerte llegaría a madurar. Los pinchazos fueron caros, pero infinitamente menos dolorosos de lo que había esperado. Emocionalmente, además, las hormonas me sentaron fenomenal, como un chute de alegría inesperado o un par de cafés.
Después del segundo negativo, la doctora nos había planteado intentar solo un par de ciclos más antes de pasar a la FIV, así que con el cuarto supimos que había llegado el final.
Todo había ido muy bien. Mi cuerpo funcionaba como un reloj: los cuatro ciclos habían durado prácticamente lo mismo y mis reglas recuperaron el ritmo de los veintiocho días. Los análisis de estrógenos salieron bien y la progesterona hizo su trabajo sin alterar mis ciclos. En las ecografías anteriores a la inseminación se podía observar siempre un endometrio de entre 8 y 9 centímetros, y los ovarios no mostraban quistes (¡claro que no!) ni folículos residuales de ciclos anteriores.
Pero la inseminación artificial no era para mí. Tal vez fue solo mala suerte o, tal vez, el resultado de una ovulación que no siempre fue tan bien como parecía. Ahora esperamos salir de dudas y, por supuesto, conseguir nuestro embarazo, a través de un tratamiento de alta complejidad como es la FIV.
3 comentarios:
Pues a por esa FIV,....mucho ánimo!!
Pues si la FIV es la solución, ¡bendita FIV! :)
Gracias chicas... ¡vamos a por ello! :)
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