Mi primera vez en un grupo de apoyo fue con apenas veintitrés años. Acababa de salir del armario con mis padres y mi vida se había convertido en un infierno. Allí descubrí que aquella experiencia que me resultaba tan trágicamente individual, era, sin embargo, una experiencia compartida. El mero hecho de verme reflejada en otras personas que estaban pasando por lo mismo que yo ya me resultó profundamente sanador. Y me enseñó, de una vez para siempre, que no estamos solas.
Desde entonces, cada vez que me he encontrado en una situación difícil, me he hecho la misma pregunta: ¿dónde están las demás? ¿Dónde están las otras personas, mujeres casi siempre, que están pasando por lo mismo que yo en este mismo momento? Y siempre, siempre, las he encontrado: abortos de repetición, lactancia materna, adopción nacional, crianza, familias de dos madres, covid persistente...
Por eso, cuando este verano llegué a la conclusión definitiva de que, si tenía otro hijo, lo haría yo sola, volví a preguntarme: ¿dónde están las demás? ¿Dónde están las otras locas del coño mujeres valientes que se han atrevido con la maternidad en solitario? Y, como no podía ser de otra manera, volví a encontrarlas.
En esta ocasión, ha sido a través de la Asociación Madres Solteras Por Elección. Empecé participando en su grupo de Facebook, leyendo, aprendiendo y planteando cuestiones que hoy me parecen de lo más estúpido sobre cómo enfrentar la vida cotidiana cuando solo cuentas con tus propias manos. Hasta que un día me atreví a preguntar directamente por la maternidad tras un divorcio y, aunque apenas recibí respuestas en mi publicación, varias chicas me escribieron por privado. Fue muy emocionante conocer sus historias y recibir su apoyo, y fue providencial que una de ellas me contara que, dentro de la asociación, había un grupo específico de mujeres en mi mismo caso.
Tengo que admitir que, por más experiencia que tuviera con los grupos de apoyo, por más que supiera que no estamos solas, no esperaba encontrarme con otras mujeres en una situación tan similar a la mía. ¿De verdad existían? ¿De verdad no era yo la única con una experiencia tan trágicamente individual? Pues no, no lo era. De nuevo comprobé que aquella era también una experiencia compartida.
La posibilidad de conocerlas despejó todas mis dudas sobre si merecía la pena hacerme socia. Enseguida me puse en contacto con la asociación y, con el comienzo del curso, también empecé a participar en los primeros grupos de WhatsApp. La verdad es que no pude resistir la tentación de apuntarme a muchos de ellos, porque casi todos me resultaban significativos. Con el tiempo, no obstante, he ido seleccionando en cuáles quedarme: un número pequeño pero sumamente valioso para mí.
Uno de los escogidos es el grupo de OVO/ADE. Al principio, participé en otros grupos de mujeres en tratamiento, pero reconozco que acabó siendo insoportable para mí leer constantemente experiencias de baja complejidad. Independientemente de su éxito, sentía que la problemática alrededor de una inseminación artificial, incluso de una FIV, me quedaba a años luz. Y actuar de eterna abuela cebolleta me resultaba agotador. No porque no las entendiera, no porque no empatizara, no porque no hubiera estado ahí; sino porque, sencillamente, no era un lugar donde me sintiera bien.
En el grupo de OVO/ADE, el ambiente es muy distinto. Las mujeres que hacemos tratamientos de alta complejidad hemos recorrido un largo camino lleno de fracasos. Poder hablar tranquilamente de anticuerpos, duelo genético o de cómo dilapidar todos tus ahorros me hace sentir realmente comprendida y acompañada. Mucho más de lo que me sentí durante el largo proceso que culminó con el nacimiento de mi hija, a pesar de saber perfectamente que no era la única que lo estaba viviendo. De hecho, hasta hace bien poco, solo con ellas me había atrevido a compartir mis planes y todos los pasos que he dado hasta ahora.
Otro grupo para mí muy querido, que ha sobrepasado ampliamente mis expectativas, es el de madres divorciadas. Divorciadas, separadas, que nunca convivieron con su ex pareja o, simplemente, madres solteras a la antigua usanza. Ellas me han ayudado no solo a dejar de juzgar mi deseo de tener otro hijo como una locura transitoria, sino también a entender los entresijos de lo que significa ser madre divorciada. Verme reflejada en sus experiencias ha sido un duro aterrizaje sobre la realidad, pero también una catarsis que me ha ayudado a comprenderme a mí misma y mucho de lo que he vivido y sigo viviendo. Incluso, aunque parezca exagerado, estoy cambiando mi visión de la maternidad en pareja gracias a su ejemplo.
En este caso, además, hemos dado el paso de conocernos personalmente. Y como ya me ocurrió en mi primer grupo de apoyo, el mero hecho de compartir espacio, conversaciones y un rato de parque con personas reales, con mujeres que, de hecho, se han atrevido y se atreven a hacer lo que a mí me da tantísimo miedo, me ha resultado profundamente sanador. Contra todo pronóstico, ellas también son personas normales a quienes la Vida les ha llevado por estos senderos. Y, si ellas pueden, ¿por qué yo no?
Gracias a este viaje que apenas dura seis meses, he dejado de considerarme a mí misma una perturbada mental: ahora veo la monoparentalidad como algo menos extraordinario y me siento reafirmada en mi propósito porque sé que no estoy sola. No sé si somos muchas o pocas; pero, para mí, somos suficientes. Suficientes para comprender que este camino que transito, este anhelo que albergo en mi corazón son perfectamente legítimos. Como tantas otras locuras transitorias de mi pasado que han terminado por llenar mi vida de sentido y me han permitido ser quien soy.
4 comentarios:
Al leerte me ha entrado curiosidad cuando dices que el grupo te ha hecho también cambiar tu idea de la maternidad en pareja. A qué te refieres? Si lo quieres explicar, claro. Gracias!
Bueno, a lo mejor lo explico en algún momento...
Hola Reme!
Como ya te he comentado otras veces, soy madre de dos hijos, de 29 y 23 (casi 24 años ya).En mi caso formé mi família de tres completamente sola.Tenia ayuda a nivel logístico de mis padres,pero a nivel emocional era yo sola...13 años después, cuando D. tenia 13 y A. 7, llegó ella, y aún estamos juntas, espero que para siempre,la verdad.
No sé si fuí valiente, enajenada o qué...pero si algo tenia claro era que no me iba a quedar con sólo un hijo.No tuve uno o dos más porqué econòmicamente no podía permitirmelo,y no me planteé si tener dos era una locura o no...en todo caso era MI locura, era mi elección y nadie me ayudaria a mantenerlos, por tanto, me importó nada y menos lo que pudiesen pensar los demás.
Y no me arrepiento.No ha sido fácil, mis hijos han sido intensos en su adolescencia, he cometido errores garrafales, mi mochila emocional les ha perjudicado y no he sabido gestionarlo...pero mil veces que naciera, mil veces que volvería a tener a mis hijos.
Siempre digo que ellos me dieron la vida más de lo que yo se la dí a ellos.
Adelante y a por tu segundo sueño...porque dentro de unos años, sabrás, como yo, que no te equivocaste al hacerlo.
Un abrazo fuerte.
Núria, de titeres sin cabeza
Muchas gracias por compartir tu experiencia, Núria, y gracias también por esa idea de que tener dos, tres... No es una locura. A mí me ha paralizado durante mucho tiempo la idea de estar completamente loca, pero conocer a otras mujeres para quienes ser madre sola forma parte de lo cotidiano me ha liberado muchísimo.
No será fácil, pero, como tú dices, seguro que no nos equivocamos al hacerlo :)
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