Cuando era más joven, me encantaba estrenar año. Recibía 365 días nuevos y sentía que una infinidad de cosas buenas me podían ocurrir. Me gustaba mucho pensar en nuevos propósitos que mejorasen mi vida; simplemente planearlos ya me llenaba de energía e ilusión.
Desde hace algunos años, sin embargo, me dedico a fluir, pero no con un sentido positivo. Creo que todavía me gobierna la incómoda sensación de que no puedo controlar las cosas que me pasan, de que mi vida es tan solo lo que se le permite que sea desde algún lugar misterioso, por lo que mis buenos propósitos apenas pueden consistir en sobrellevar este devenir caótico y frustrante de la mejor manera posible.
Si bien en los últimos años he sido golpeada por situaciones que yo no podía controlar, y aprender a fluir con ellas ha sido una gran lección de vida; también es verdad que no todo lo que me frustra o me duele resulta ajeno a mi control. Así que, después de empezar el año completamente vacía de fuerza e ilusión, decidí hacerme un único propósito de año nuevo, algo que me vivificase de alguna manera y me ayudase a retomar la confianza en que al menos algunas cosas en mi vida sí que dependen de mi voluntad.
Dicen que para consolidar un nuevo hábito en nuestra rutina son necesarios 21 días. En realidad, por lo que he estado leyendo, el tiempo necesario depende de la actividad, y suele oscilar entre tres semanas y un año. Sin embargo, para lo que yo me proponía, que era recuperar la ilusión por tener ilusión, me pareció bien marcarme una cifra simbólica. Así que me propuse un reto de los 21 días dedicados a escribir.
En la lista de mis frustraciones vitales, escribir ocupa un lugar de dudoso honor. Me gusta mucho escribir y lo hago desde que era pequeña; pero constantemente tengo la sensación de que no puedo dedicarle el tiempo que me gustaría y que por eso no escribo tanto como quisiera. La realidad, evidentemente, es mucho más compleja: más que tiempo, me falta la capacidad de organizarlo; escribo mucho, pero no lo que creo que realmente me llenaría, tal vez por el miedo a no poder hacerlo como quisiera; etc.
Con mi reto no pretendía solucionar este problema, solo atajarlo por algún lado, a fin de aligerar esa mochila de frustraciones que últimamente me resulta demasiado pesada. Así que me propuse escribir todos los días durante tres semanas, sin importar el tiempo que le dedicase, ni la cantidad, calidad o cualidad de lo escrito. Y los 21 días han pasado.
Como reto, he de confesar que ha sido un absoluto fracaso: he escrito menos de la mitad de los días y menos de la mitad de las veces han estado dedicadas a los proyectos que más me interesan. Como experiencia, sin embargo, ha sido bastante exitosa: he recuperado algo de ilusión, he comprobado que puedo enfrentarme a proyectos sencillos, he aprendido mucho sobre mi manera de relacionarme con la escritura y, en fin, he escrito algunas cosas, que de eso también se trataba.
El regusto que me ha quedado es, sin embargo, agridulce. Y como últimamente empiezo a hartarme de las catas constantes de este sabor, he decidido continuar con el reto: volver a dedicar otros 21 días a escribir e intentar mejorar mi marca. Al fin y al cabo, consolidar este hábito requiere mucho más de tres semanas, y yo no quiero dejarlo pasar. Si abandono, que sea porque así lo he decidido, no porque las circunstancias o mi desempeño me quiten la ilusión y la energía.
A por ello :)
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