sábado, 29 de noviembre de 2014

Uno de cada cinco



Todos los médicos que me han atendido en estos días me dicen lo mismo: que la pérdida gestacional en las primeras semanas de embarazo es tan común que para ellos no tiene ninguna relevancia clínica. Uno de cada cinco embarazos se pierde durante esas semanas, y si se contabilizasen también aquellos que son interpretados como un retraso de la regla, seguramente serían la mitad.

Entonces, ¿cómo puedo sentirme atravesada por la fatalidad, si lo que me ha ocurrido es algo frecuente, nada extraordinario? ¿Por qué se me parte el alma y siento que, aunque cicatrice, no dejará de dolerme nunca? 

Los médicos insisten, además, en que haberme quedado embarazada es algo muy positivo, que si me ha ocurrido una vez, seguramente volverá a pasarme, y que pronto tendré un bebé entre los brazos y me habré olvidado de todo esto. Mujer legrada, al año parida, decía uno de ellos.

Y yo asiento, porque el hecho de quedarme embarazada ya no se me hace un mundo, como cuando no conseguía más que negativos. Lo que ahora me parece una gran hazaña es poder llevar un embarazo a término, superar las primeras semanas. Y lo que pienso es que sí, que volveré a conseguirlo, pero entonces, ¿quién me asegura que no lo perderé de nuevo?

Dicen los médicos que la Naturaleza es sabia. Sabia pero cruel, matizó uno de ellos. Cuando el cuerpo dice que no, es que no, y hay que respetarlo. El cuerpo sabe lo que hace, sabe lo que lleva dentro. Y es mucho mejor así, según los médicos.

El cuerpo sabe lo que hace, pero yo no lo entiendo. Quizá en mi egoísmo ciego solo quería verlo nacer, sin importarme que su vida fuera más un suplicio que una vida. ¿Quién soy yo para decidir qué vida merece la pena ser vivida? Estaba completamente entregada a la tarea de asegurarle un lugar en el mundo, y dudo que algún día llegue a comprender la decisión de mi cuerpo.

miércoles, 26 de noviembre de 2014

Buscar la vida, encontrar la muerte



Tenía la ilusión de relatar cronológicamente los acontecimientos de los últimos meses: la preparación de la FIV, la punción y todo lo que la rodeó, la betaespera... para acabar con la mejor de las noticias. Desgraciadamente, ya no puedo hacerlo como planeaba. Así que he decidido empezar por el final.

La FIV tuvo éxito. Logramos nuestro positivo. Y a las ocho semanas, se paró.

En la profunda inocencia que todavía me llenaba hace tan solo unos días, creía que lo peor que te podía pasar en este camino era cosechar una ristra de negativos. La incertidumbre, el miedo, la frustración... me parecían un precio suficientemente alto para lo que quería conseguir.

El dolor que ahora me consume, el vacío que se ha formado en mi interior, me han hecho comprender que dar la vida significa, invariablemente, firmar una sentencia de muerte. Si tienes suerte, tardará décadas en cumplirse, y tú, que la firmaste, no tendrás que enfrentarte con el horror. Es el orden de cosas que hemos considerado natural, porque nos permite seguir caminando por esa cara de la moneda que rebosa de vida, ignorando la verdad que se esconde al otro lado.

Cuando la pérdida se produce antes, delante de tus ojos, en el interior de tu cuerpo, ese horror cuya existencia preferimos ignorar se apodera de ti. Saliste a buscar la vida y te encontraste con la muerte. No era lo que tenía que pasar, pero ha pasado. Y te ha pasado a ti.

Mi camino se ha borrado. Rodeada por un bosque de fantasmas, solo acierto a encogerme, deshacerme por dentro... y llorar.

jueves, 20 de noviembre de 2014

Mis dudas sobre la inseminación artificial



Después de cuatro inseminaciones artificiales, hay algunas cosas que aún no me quedan claras. Y una que entiendo mejor que cuando empecé. Empezaré con esta última.

La reproducción asistida fue creada para mujeres con problemas de fertilidad que estén en una pareja heterosexual. No fue creada para mujeres sin problemas de fertilidad, tengan marido, mujer o carezcan de pareja. Sin embargo, muchas mujeres que pertenecemos a estos grupos acudimos a reproducción asistida, y allí nos calzan a todas el mismo protocolo, sea cual sea nuestro caso.

Te pueden prometer que intentarán ser lo menos invasivos posibles, porque saben que tú no tienes ningún problema de fertilidad. Pero al final vas a pasar por el mismo protocolo que pasamos todas. Y si no, que me expliquen algunas de las dudas que me surgen sobre este tema:

1. ¿Por qué estimulan unos ovarios que funcionan perfectamente?

Mis dos primeras inseminaciones fueron sin estimulación, algo que agradecí hasta el infinito. En primer lugar, porque así me ahorraba unos cuantos pinchazos, tantos en términos físicos como económicos. En segundo lugar, porque de este modo pude comprobar lo que ya imaginaba: que mi síndrome de ovarios poliquísticos no tenía tantas repercusiones ginecológicas como parecía. Es decir, que ovulaba.

Tras el segundo negativo, la doctora nos anunció que debíamos estimular mis ovarios, pues de lo contrario disminuirían mis posibilidades de concebir. Esto fue algo que nunca entendí bien. ¿No tenían todos los intentos las mismas probabilidades? ¿Por qué de pronto se desplomaban? A pesar de mis dudas, accedí al tratamiento. Porque confiaba en la doctora, que forzosamente debía saber más que yo; porque después de dos negativos necesitaba probar algo nuevo que me devolviera la ilusión; y porque pensé que, si conseguía más folículos gracias a la estimulación, tendría más posibilidades de concebir.

Las dos estimulaciones arrojaron el mismo resultado: un folículo maduro y uno inmaduro cuyo óvulo, con toda probabilidad, no tuvo tiempo de madurar. Cuando le pregunté a la doctora por el éxito o el fracaso de esta nueva técnica, me respondió algo que me dejó boquiabierta. "Ha ido todo muy bien: tenemos un folículo muy bonito". El folículo bonito fue el único que apareció en los informes. Y yo me quedé paladeando una duda: ¿acaso no era un folículo bonito lo que mi cuerpo producía naturalmente cada mes, sin necesidad de gastarse un dineral en hormonas ni pasar por el suplicio de inyectárselas?

lunes, 17 de noviembre de 2014

El mandala amarillo



Es curioso cómo llega a nuestra mente la apetencia de una forma, de un color. Paseando por mi cuaderno de mandalas, me detuve en un círculo de formas bastante sencillas, y tuve claro que aquel sería el mandala amarillo.

Lo coloreé durante los tratamientos de inseminación artificial. Tenía la voluntad de que el amarillo me aportase la luminosidad que necesitaba en aquellos días tan oscuros, que simbolizase la luz al final del túnel que tanto deseaba.

Cuando lo miro ahora, sin embargo, me transmite una sensación de amargura, de esperanza truncada. Sus formas me sugieren vaginas abiertas y úteros cerrados. Manos dispuestas, alas caídas y un proceso frágil y doloroso.

sábado, 1 de noviembre de 2014

Los negativos



Menudo día, el de la beta.

Para mí, comienza siempre con alivio. Al menos, esa noche ya no me acuesto en la incertidumbre. Para bien o para mal, la betaespera ha acabado y voy a salir de dudas. 

Siento que el análisis es como un sangrado medieval. En la muestra se llevan mis nervios. Me quedo más calmada, sé que ya está todo hecho.

En dos ocasiones tuve que esperar hasta la tarde para recibir los resultados. No me atrevo a coger esa llamada en el instituto y después meterme en clase, me resulta inconcebible. Las otras dos veces estábamos de vacaciones, una de ellas recién llegadas de nuestra luna de miel, y recibimos las llamadas poco antes de comer. 

Enfrenté dos negativos sola; los otros dos, con Alma a mi lado.

Mi doctora siempre dice la misma frase: "Esto ha dado negativo". Es parca en palabras. Tan solo una vez dijo algo parecido a "Es una pena". Con el tiempo he entendido que tampoco debe de ser fácil para ella. ¿Cuántos negativos tendrá que comunicar por cada positivo? Seguramente la proporción no sea agradable.

Mis reacciones suelen ser lentas. Solo una vez me eché a llorar enfurecida; tan segura estaba de que era positivo. Pegué puñetazos a la almohada, grité, maldije y me quedé dormida. En las demás ocasiones, tardé varias horas, incluso varios días, en comenzar a procesar la noticia. No siempre lloré, pero sí me encerré en mí misma, no quise hablar con nadie, procuré lamer mis heridas en la intimidad, una tendencia que me caracteriza. A los días, a la semana, ya podía hablar de ello, normalmente con el siguiente ciclo programado y esforzándome por recuperar las fuerzas perdidas.

Los negativos son una bofetada de realidad, pero a veces es bueno. Para mí, el primero y el último fueron los más positivos en este aspecto. El primero, porque entendí que todo aquel proceso que habíamos iniciado era real, que si existía un negativo era porque en algún momento existiría un positivo, que íbamos a ser madres, que era verdad y que iba a ocurrir. El último, porque estaba llena de miedo al pensar que tendría que enfrentarme a una FIV, y de pronto mis temores se materializaron y supe que aquel era el camino, que ya no debía resistirme más sino entregarme a ello, como cuando un avión enfila la pista de despegue y entiendes que ya es demasiado tarde para bajar.

Personalmente, no considero que lo peor del negativo sea el negativo. No te has quedado embarazada, bueno, lo puedes volver a intentar. Para mí, lo peor es preguntarse si alguna vez va a ocurrir. Si me dijeran que debo pasar por diez negativos antes de tener a mi bebé, me parecería bien. Pero no existe un número, ni una certeza. Los negativos no suenan a "Sigue intentándolo", a "Esta vez no". Los negativos suenan a "Nunca", a "Jamás".

Ahí radica su dolor.

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