sábado, 23 de enero de 2016

Decidimos decidir


Una de las fuentes de mayor negatividad en la búsqueda de nuestro embarazo ha sido sentir que no controlábamos ningún aspecto del proceso. Que nos veíamos obligadas a hacer cosas sobre las que no habíamos podido tomar ninguna decisión.

Tuvimos que acudir a una clínica de reproducción asistida privada porque así lo dictan las leyes. Las que (paradójicamente) amparan nuestro modelo de familia, y también las que lo discriminan. En un mundo ideal, desde luego, habríamos escogido otro camino: no solo para lograr nuestro embarazo sino, principalmente, para configurar nuestra familia por y para nuestros hijos.

Tampoco sentimos que contaran con nosotras para elegir los tratamientos. No me refiero a que nos impusieran un tratamiento que no quisiéramos seguir, pues, evidentemente, nuestro consentimiento es un requisito moral y legal que no nos han hurtado (ni nos habrían podido hurtar) en ningún momento. 

Me refiero a que no nos han explicado todas las alternativas (con sus pros y sus contras adaptados a nuestro caso particular) para que nosotras pudiésemos elegir el protocolo. Muy al contrario, se nos ha aplicado un protocolo estándar, el mismo que siguen la mayoría de las mujeres que acuden a reproducción asistida.

Hasta donde yo sé, todos los médicos hacen esto, y lo hacen con buena fe: procuran empezar por los tratamientos menos invasivos para ir aumentando la complejidad según sea necesario. Desde un punto de vista estrictamente racional, resulta un planteamiento impecable; pero yo creo que cometen un error bastante grave: no implicar a los pacientes en la toma de decisiones.

domingo, 17 de enero de 2016

Combustible para el alma


He recuperado el equilibrio de mi vida cotidiana. La perspectiva de la adopción ha calmado mi miedo a no poder ser madre si no me quedo embarazada, y la renuncia a mi genética me ha devuelto una medida proporcionada del tiempo. Además, estoy disfrutando de los efectos beneficiosos de la píldora, y mi rutina se ha llenado de proyectos, de momentos que espero con alegría, de calma.

El otro día, sin embargo, ocurrió algo que me desestabilizó por completo. No fue nada especial, apenas una anécdota como cualquier otra; pero me recordó que un dolor sigue doliendo aunque permanezca agazapado: tan solo hay que esperar la ocasión adecuada para que salga a la superficie.

Estaba en mi clase de Pilates. Llevaba un tiempo con la mosca detrás de la oreja porque la profe había modificado un par de veces los ejercicios a una compañera. Y ese día mis sospechas se vieron confirmadas. Mientras repetíamos un ejercicio, la profe se acercó a la chica discretamente y mis orejas se desplegaron como antenas parabólicas.

–¿De cuánto estás ya? –le preguntó susurrando.
–De trece semanas y media –contestó ella.

LO SABÍA.

Llegué a casa destrozada, hundida. ¡Otra vez una embarazada en mi clase de Pilates! La dos últimas salían de cuentas cuando habría salido yo si mi segundo embarazo no hubiera acabado en un bioquímico. Y una de ellas era mi anterior profesora (!).

Me jode porque ellas, sin despeinarse, hacen dos o tres cosas juntas que quizá yo nunca pueda hacer: la primera, quedarse embarazadas; la segunda, hacer ejercicio durante el primer trimestre; y la tercera, no tener miedo a hacerlo. Esta última me la he inventado, pero no creo que lo tengan porque, de lo contrario, supongo que no lo harían como lo hacen: esforzándose con normalidad hasta el punto de hacerme dudar de mis propias intuiciones.

Yo no sé si podré quedarme embarazada, pero con mis antecedentes, dudo que me permitan hacer ejercicio durante los tres primeros meses. Y si acaso me lo permiten, o si ni siquiera lo pregunto, me parece imposible que me atreva a hacerlo, porque me sentiré paralizada por el terror a sufrir otra pérdida. Tal vez pueda quedarme embarazada ahora que he renunciado a mi genética, pero es difícil que tenga un embarazo "normal"; y, además, es casi imposible que lo viva sin miedo.

Aun así, saber que el mundo sigue girando aunque yo no pueda hacerlo, me llena de rabia. Rabia que me empuja a seguir buscando, a seguir intentándolo. Aunque casi no pueda, incluso aunque sienta que no quiero. Por eso he entendido que esa rabia, que nace de un dolor aparentemente adormecido, es un estupendo combustible para el alma.

domingo, 10 de enero de 2016

Cambiar de clínica


Tenemos muchas razones para querer cambiar de clínica.

Las primeras son puramente emocionales. Después del segundo negativo de la segunda FIV, nos sentimos incapaces de volver. La última vez que hablé por teléfono con nuestra doctora, nos dijo que nos pasásemos por la consulta para hablar de lo que había pasado. Yo le expliqué que estábamos destrozadas y ella me dijo que lo entendía, que no teníamos que ir mañana, que la semana que viene estaría bien. Han pasado doce semanas desde la semana que viene, y aunque no descartamos esa última consulta, según pasa el tiempo vamos comprendiendo que será muy difícil vernos por allí.

Han sido ocho tratamientos. Ocho tratamientos con las mismas caras y en los mismos lugares. Y con cada uno de ellos hemos sumado una buena porción de emociones negativas. La cantidad total es demasiada. Necesitamos cambiar de escenario, aunque solo sea para descansar la vista y el corazón.

Pero no son esos los únicos motivos. Hay muchos aspectos que me gustan de nuestra doctora porque tengo comprobado que hay muchas cosas que hace muy bien. Por ejemplo, es muy cuidadosa con los procedimientos técnicos y no suele hacerte daño con el ecógrafo, el espéculo o la sonda. De hecho, tras mi segunda punción pude comprobar la enorme diferencia que media entre las manos expertas de nuestra doctora y el elefante en una cacharrería que me agujereó lo más íntimo la primera vez. 

Sin embargo, después de dos años en la misma clínica, los pequeños detalles que al principio nos disgustaban han pasado a resultarnos insoportables.


domingo, 3 de enero de 2016

Volver a empezar


Me invade una sensación maravillosa de volver a empezar. No la idea horrible de tener que empezar otra vez, sino la sensación de que vamos a empezar algo nuevo, distinto y bueno. Como cuando de pequeña podía volver a empezar un dibujo, una construcción, un juego, si las cosas se habían torcido y no iban por buen camino.

Esa sensación de volver a empezar.

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