Comencé la preparación para la FIV tomando la píldora.
En mi caso, no deja de ser paradójico haber tenido que acudir a ella para intentar quedarme embarazada, cuando hace casi cinco años que la dejé pensando que "limpiar" mi cuerpo de hormonas me ayudaría en el proceso. Por aquel entonces, no tenía mucha idea sobre las cantidades ingentes de hormonas que conlleva cualquier tratamiento de reproducción asistida, y aún suponía que podría tener éxito con uno que fuera mínimamente invasivo (!).
Durante los años que estuve sin tomar la píldora, sufrí un acné inenarrable, se me cayó el pelo a jirones y empecé una carrera desbocada hacia el sobrepeso. Pero me mantenía firme en mi decisión porque confiaba en que el momento de empezar la búsqueda estaría a la vuelta de la esquina. Al final, no resultó así, y como una bofetada del destino, tuve que acudir a la píldora de nuevo.
A pesar de ello, me consolaba con la idea de que, durante las tres semanas que duraría el tratamiento, mi SOP se regularía un poco. Pero eso tampoco ocurrió. Seguí teniendo los mismos síntomas que había tenido durante los meses anteriores, unidos a los dolores de cabeza que me provocan estas pastillas. Además, tuve pérdidas durante la segunda semana de medicación, algo que me causó no pocos quebraderos de cabeza. Según el prospecto, sin embargo, era de lo más normal.
En la semana de descanso, me vino la "regla": ese manchado indoloro y ridículo que te provoca la píldora. A la doctora de la clínica le pareció muy buena señal, aunque yo no le di demasiada importancia. Durante todos los años que tomé la píldora, no me faltó la regla ni un solo mes; como tampoco me falta cuando no la tomo. Reconozco que este tipo de fiestas ("¡Qué bien! ¡Te ha venido la regla!", como si no me viniera todos los meses y no se lo hubiera dicho) me plantean serias dudas acerca de muchas cosas.
Cuando llevaba dos semanas tomando la píldora, empecé a inhalar otra hormona distinta, que me estuve aplicando dos veces al día hasta dos días antes de la punción.
He de confesar que, al principio, la inhalación se me dio francamente mal. En teoría, era sencillo: te metías el aplicador por la nariz, apretabas un émbolo y, al mismo tiempo que salía el líquido proyectado, inspirabas con fuerza. Pero yo empecé a odiar esas hormonas desde el mismo momento en que la farmacéutica nos descubrió que tendríamos que pagar más de 100 euros por 8 ml. de ellas.
Por eso, mientras cargaba el émbolo antes de la primera inhalación y el líquido desaparecía por el desagüe, a mí me pareció ver un montón de billetes de diez euros que se iban tras él. Por no seguir desperdiciándolo, probablemente no lo cargué lo suficiente, así que durante dos o tres días debí de estar inhalando dosis más bajas de las que me habían prescrito. Hasta que, una de aquellas veces, sentí cómo el chorro de líquido me llegaba hasta la nuca, y me quedé mucho más tranquila.
Mi otro problema con estas hormonas tuvo que ver con la morfología de mi nariz. Tengo el tabique ligeramente desviado, y eso hace que uno de mis orificios sea más pequeño que el otro. En principio, se suponía que una inhalación debía ser por un lado y la siguiente por el otro, pero cada vez que intentaba hacerlo por el lado pequeño, el líquido salía como había entrado. Después de volver a ver los billetes de diez euros desapareciendo lavabo abajo, decidí que inhalaría las hormonas siempre por el mismo orificio. Al fin y al cabo, así lo tendrían que hacer quienes tuvieran que aplicarse cuatro dosis diarias, por lo que no le di mayor importancia.
Resumiendo: gracias a estas hormonas entendí por qué nunca me he dado a la cocaína, y después de una semana convencida de que mi torpeza daría al traste con la FIV, además de costarnos miles de euros, conseguí hacerme con el dichoso mecanismo. A partir de ese momento, el émbolo y yo nos hicimos amigos inseparables y fuimos juntos a muchos sitios.
Por lo demás, estas hormonas me produjeron un único efecto secundario: unos vergonzantes sofocos. Eran bastante escandalosos y me hacían sentir como una mujer de cincuenta años, pero yo me di con un cantito en los dientes, teniendo en cuenta cuáles eran los otros efectos (acné, alopecia, depresión y ganas de suicidarse... que a mí ya me sobraban).
Vistos desde ahora, estos desencuentros con las hormonas me parecen de lo más ridículo. Si hoy tuviera que repetir el proceso, me tomaría las pastillas como gominolas e inhalaría hormonas como quien se suena los mocos. Pero respeto mi experiencia porque me recuerda ese estado de nervios y miedo paralizante con que inicié esta odisea de la FIV.
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