miércoles, 31 de enero de 2018

Adecentando el nido

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Recuerdo un día, entre agosto y septiembre, en el que de pronto me puse a pensar que "alguien más" iba a vivir en casa con nosotras. El embarazo iba viento en popa, la tripita despuntaba, y yo pasé del porfavorquenosemuera al joderqueestovaenserio en lo que dura un fogonazo.

Entiendo que suene patético, pero así, de primeras, se me hizo un nudo en el estómago. No quería que "nadie" viniera a perturbar nuestra rutina, nuestro modo de vivir juntas, nuestra intimidad... nuestra vida. Porque me gusta tal y como es. Porque deseo formar una familia por muchas razones, pero ninguna de ellas implica insatisfacción con mi relación de pareja.

De eso hace ya muchos meses y, por supuesto, la sensación de pánico que me embargó entonces no duró más que unos pocos días. Hoy me siento ya impaciente porque nuestra pequeña empiece a ponernos la rutina patas arriba y nosotras, desde lo que hemos construido juntas, nos enfrentemos al reto de convertirnos en una familia.

El camino que une ambos momentos pasa, entre otras cosas, por "adecentar el nido". Y digo "adecentar" porque "preparar" me parece que se nos queda grande: por no tener, nuestra pequeña todavía no tiene ni "una habitación propia". A cambio, su inminente llegada está cambiando la idiosincrasia de toda la casa.

Alma y yo llevamos más de una década viviendo juntas, y los ocho últimos años los hemos pasado en este piso. Durante más o menos la mitad de ese tiempo, no estuvo nada claro que fuéramos a formar una familia, así que no hicimos nada parecido a dejar una habitación para el bebé o crear un cuarto de invitados que después pudiéramos convertir fácilmente en un cuarto para niños. Todo lo contrario: desde el principio ocupamos cada habitación, cada armario, incluso nos expandimos por los dos cuartos de baño. 

Ese afán "ocupador" se incrementó, si cabe, durante los últimos años: igual que nunca quisimos comprar nada para ningún hijo (im)posible, tampoco se nos ocurrió "hacer huecos" que pudieran quedar dolorosamente vacíos. Evidentemente, la buena marcha de este embarazo ha cambiado eso y nuestra pequeña, que todavía no ha agotado su vida intrauterina, lleva ya un tiempo reclamando su espacio también a este lado.

Para dárselo, claro, hemos tenido que "replegarnos": reorganizar armarios, deshacernos de muuuchas cosas inútiles, vaciar cajones, mover estanterías, cambiar de sitio libros, toallas y sábanas, sustituir carritos ridículos por auténticos muebles de baño... Al principio parecía una empresa titánica, pero finalmente hemos conseguido que nuestra niña tenga su propio armario, cajones en el baño e, incluso, una balda para colocar sus primeros juguetes, libros incluidos (!).

Por supuesto, el proceso está lejos de haber terminado. Tenemos que seguir avanzando en la reorganización de la casa, y digo yo que, en algún momento, habrá que ponerle algo parecido a una habitación. Pero lo principal ya está hecho: hemos acogido a nuestra hija en nuestra vida, en nuestro espacio. Su presencia ya es una realidad para nosotras, aunque todavía no hayamos visto su rostro ni la hayamos sostenido en nuestros brazos.

Que estemos siendo capaces de llevar a cabo todos estos cambios, que lo hagamos juntas y en la mejor armonía, también implica un antes y un después para nosotras. Nuestra casa siempre ha acusado las huellas de todos los momentos difíciles que hemos pasado, de todas nuestras tristezas, nuestras incapacidades, nuestra frustración. El mero hecho de contar con fuerzas para "adecentarla" nos habla de curación, de energías renovadas, de una nueva etapa como personas, como pareja, como familia. 

De una plenitud que, ¡qué leches!, ya nos tocaba :)

viernes, 26 de enero de 2018

La tripa crece (semanas 25 a 28)


Cuando recuerdo esta etapa de mi embarazo, la transición entre el segundo y el tercer trimestre, me invaden emociones encontradas. Estas fueron mis últimas semanas de plena actividad, las últimas en las que trabajé, hice deporte... Si bien la tripa ya pesaba bastante y me fatigaba cada vez más, todavía podía. Hoy, después de un mes en reposo relativo, siento envidia de mí misma, y también mucha nostalgia. 

Sin embargo, no volvería a aquel momento por nada del mundo: ahora me siento mucho más tranquila, más centrada en mi embarazo, consciente de que cada día que pasa es un día menos para tener a mi niña en los brazos. Tan solo desearía que el reposo se me hiciera un poco menos duro... y que la tripa fuera un poco más manejable :)

Cuando estaba de veintisiete semanas, nos hicieron otra ecografía de las programadas por "alto riesgo". Como ya expliqué en la ecografía de las veinte semanas, fue el periodo de tiempo más largo que hemos pasado sin ver a nuestra peque. Sin embargo, y por extraño que parezca, no se nos hizo nada pesado: mil veces peor lo pasamos, por ejemplo, durante los diez días que mediaron entre la primera y la segunda ecografía.

Esta fue la primera ecografía en la que nos quedamos sin foto, pues la niña tenía la cabeza hundida en mi cuerpo y, por si esto fuera poco, se había colocado las dos manos a los lados de la cara, en una posición que no dejaba lugar a dudas sobre sus intenciones. A cambio, y también por primera vez, nos dieron una estimación de su peso: ¡ya pasaba del kilo! Para mí fue un hito muy importante, porque me permitió imaginarme un poquito más su presencia en mi cuerpo (y entender de dónde salía ese tripón que ya no dejaría de crecer).

En esta visita también nos dieron los resultados de la analítica del segundo trimestre, en la que estaba todo bien menos el hierro: tenía anemia. Esto explicaba por qué, antes incluso de cumplir las veinte semanas, me encontraba tan cansada. No solo era que el síndrome de piernas inquietas no me dejara dormir, sino que, además, mi cuerpo anémico se arrastraba al límite de sus fuerzas: dos síntomas que dieron al traste con la alegría del segundo trimestre.

Lo mejor de este descubrimiento fue lo que me explicó una amiga con la que hablé a los pocos días: que el síndrome de piernas inquietas y la anemia estaban relacionados. ¿Quería decir aquello que tomando mis 80 mg. de hierro no solo mejoraría mi cansancio sino que también volvería a dormir como una persona normal? ¡Efectivamente! A los tres o cuatro días de empezar a tomar el suplemento, el síndrome de piernas inquietas prácticamente desapareció, con lo cual, en apenas una semana, estaba como nueva. 

No tengo palabras para explicar el inmenso alivio que sentí una vez que recuperé cierto control sobre mi cuerpo. ¡Me sentía preparada para seguir dando la batalla! Lástima que apenas me quedara tiempo para disfrutar del subidón...

También aproveché esta visita para preguntarle a la ginecóloga por un cambio en mis pechos que me traía por la calle de la amargura. Y es que, en apenas unas semanas, me habían salido un montón de verruguitas en las areolas. Tenía miedo de que su origen fuera algún tipo de virus que afectase negativamente a la lactancia, por más que todavía quedara mucho tiempo para ello. Sin embargo, la ginecóloga me tranquilizó, diciéndome que no tenía ninguna importancia. Y aunque yo todavía ando con la mosca detrás de la oreja, debo admitir que las verrugas más grandes se fueron secando y cayendo, y que ahora solo me quedan algunas muy pequeñitas.

Y hablando de los pechos... ¡es increíble cómo crecen! Supongo que, al contrario de lo que ocurre con la tripa, la gente se corta a la hora de comentarlo, pero... ¡a mí me alucina! En lo que llevo de embarazo he aumentado más de una talla: no hay más que ver el cambio a través de los meses. Ya cuando estaba de diecinueve semanas tuve que salir corriendo a comprarme unos sujetadores de lactancia que me sirvieran también para el embarazo, porque no soportaba los míos de siempre; pero es que ahora noto el nacimiento del pecho casi debajo de las clavículas. Ojalá estos cambios sean para bien y me permitan disfrutar de la lactancia natural con la que sueño :)


jueves, 18 de enero de 2018

Segunda revisión en Inmunología

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Entre las semanas veinte y veintidós, me hice el análisis de seguimiento correspondiente al segundo trimestre de embarazo. Hasta donde yo sé, la frecuencia de estos análisis es variable, pues hay chicas que controlan su factor anti-Xa cada mes. En mi caso, los análisis son por trimestre, además de un primer control entre tres y cinco días después de empezar a inyectarme heparina. Así que el último me lo había hecho cuando estaba de siete semanas. El inmunólogo, no obstante, me había ofrecido hacerme un control intermedio para que me quedara más tranquila, pero la condición que me puso (que hubiera engordado algunos kilos) tardó mucho en cumplirse, así que, finalmente, no mereció la pena.

En esta ocasión, fue Alma a recoger los resultados. Cuando llegué a casa de trabajar, me dio el informe, y yo lo abrí nerviosa, asustada. Mi experiencia hasta entonces había sido la de unos anti-Xa demasiado bajos, a saber: mandarle al inmnólogo los resultados a la carrera, comerme las uñas hasta los codos esperando a que me contestara al correo, buscarme la vida con mil trucos para aumentar la dosis de heparina mientra conseguía recetas, y, sobre todo, temer cada día por la salud de mi bebé, obligado a crecer en un ambiente hostil. Esta vez, al menos, sabía que podía ahorrarme algunos pasos porque no me pongo toda la dosis de heparina que viene en las inyecciones, así que sería fácil aumentarla: quizá parece una tontería, pero a mí me dejaba mucho más tranquila.

La cifra que aparecía en el informe, sin embargo, estaba más allá de mis mejores presagios: 0,46 UI/ml. Casi rozando el límite superior, que para mí es de 0,5 UI/ml. Así que miré a Alma muy calmada y le dije:

–Está bien.

Guardé el informe, me quité el abrigo, dejé las cosas. Después, me fui al dormitorio para cambiarme de ropa y, una vez sentada en la cama... rompí a llorar como una posesa. Los miedos de tantos meses, la angustia de aquella mañana, esa permanente e incómoda sensación de no poder bajar la guardia... todo pareció evaporarse de pronto, dejando en su lugar una hermosa certeza: el peligro había pasado, mi bebé iba a nacer.

–Va a nacer, va a nacer... –me repetía en alto, entre lágrimas, intentando convencerme a mí misma de que sí, de que esta vez ocurriría, de que era verdad.

Tal y como me explicó el inmunólogo durante la consulta, los resultados demostraban que mi problema residía en las reacciones inmunes de mi cuerpo durante el primer trimestre. Una vez superado ese periodo (¡algo imposible sin la medicación adecuada!), mi cuerpo había logrado acostumbrarse a la presencia de ese "agente extraño" que es nuestra hija y, por fin, se había relajado. No obstante, debía seguir inyectándome la misma dosis de heparina, aunque, con toda probabilidad, podríamos bajarla un poco durante el tercer trimestre, a medida que se acercase el parto.

Los otros parámetros también estaban muy bien. La homocisteína, por ejemplo, había bajado hasta 3,73: el propio inmunólogo me dijo que hacía mucho que no veía una homocisteína bajar tanto solo con ácido fólico masivo y una dosis prenatal de vitamina B12. En mi humilde opinión, esa bajada tan drástica se habría producido al dejar la metformina, un medicamento que aumenta los niveles de este aminoácido. Yo tampoco había visto nunca mi homocisteína tan baja, pero también es verdad que esta era la primera vez que la medía sin metformina de por medio.

En el caso de la vitamina D, estaba en 54, así que, esta vez, el inmunólogo decidió bajarme la dosis en un par de gotas. Los anticuerpos también nos dieron una alegría: tal y como el inmunólogo había predicho, no se habían disparado: la anti-beta-2 glicoproteína IgM había bajado de 9,70 a 5,30 y la anticardiolipina IgM había subido de 6,24 a 9,43; los valores IgG estaban bajos (1,59 y 1,43 respectivamente). Estos resultados corroboran la idea de que mi SAF es obstétrico y que afecta a mis embarazos, sobre todo, durante el primer trimestre.

La única pega que puedo poner a esta revisión es que, nuevamente, tuvimos que gastarnos una pasta en los análisis tras toparnos con la puerta cerrada en Hematología de la Seguridad Social. Es algo que me indigna, porque nosotras, aunque con mucho esfuerzo, podemos costearlos, pero, ¿qué pasa con todas esas chicas que, pudiendo tener mi mismo diagnóstico, medicación y seguimiento, no consiguen salir del bucle de los abortos de repetición? ¿Qué pasa con nuestro derecho a la salud? ¿Por qué no está cubierto por esa Seguridad Social que todos contribuimos a sostener?

Personalmente, no estoy a favor de la sanidad privada. Hacer negocio con la salud me parece inmoral; discriminar a los pacientes por su poder adquisitivo, también. No encuentro justificación ninguna porque creo que no la tiene. A pesar de ello, he tenido que acudir a estos servicios para poder llevar un embarazo adelante: en un primer momento, porque la sanidad pública me negaba los tratamientos a causa de mi orientación sexual; y ahora, porque la misma sanidad pública se niega a reconocer la enfermedad que padezco.

Me saca de quicio. Y me gustaría hacer algo para cambiarlo. ¿Alguna sugerencia...?

miércoles, 10 de enero de 2018

Soy una discapacitada química

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Recibir el diagnóstico de diabetes gestacional fue para mí como un descenso a los infiernos. Me pasé tres días mirando a la pared, catatótica; planteándome, por primera vez, si al buscar con tanto ahínco el embarazo no me habría equivocado. Después de tanto años en el empeño (no solo los pasados en reproducción asistida, sino también todos los anteriores), la mera sugerencia de haber cometido un error de ese calibre me resultó devastadora.

De pronto, me vi obligada a asumir que el embarazo le sentaba a mi cuerpo como un tiro. El pobre se había resistido con todas sus fuerzas a la implantación de los embriones, poniendo en guardia al sistema inmune y coagulándose como si no hubiera un mañana. Una vez forzado a aceptar lo inaceptable, había empezado a hacer aguas, comenzando por un páncreas que se declaraba incapaz de soportar la carga metabólica extra que le habían endiñado.

Estos eran mis pensamientos en aquellos días. Pero, entonces, como una estrella que titila en la distancia, se me ocurrió la feliz idea de establecer una analogía entre mi situación y la de otras personas que también podrían empeñarse en llevar su cuerpo a un extremo para el que, en apariencia, no estaba preparado.

¿Qué le diría yo a un ciego cuya mayor ilusión en la vida fuera convertirse en escritor? ¿Sería algo parecido a: "Joder, ¿no tienes otra cosa con la que entretenerte? Es que pareces masoca, tío. Puedes dedicar tu vida a millones de cosas, no te empeñes en la más difícil, porque es evidente que tu cuerpo no está hecho para eso"? 

Y si la persona en cuestión careciera de miembros inferiores, ¿la disuadiría de practicar deportes tales como la natación, el atletismo o incluso el fútbol? ¿Le diría algo como: "Venga ya, hombre, bastante tienes con poder desplazarte en tu silla de ruedas, con acceder a uno de cada cinco bares para reunirte en él con tus amigos, con tener amigos incluso. No quieras ir más allá de lo que tu cuerpo te permite, ten la humildad de aceptar sus limitaciones, que hace un par de siglos te habrían dejado morir en una esquina"?

No, nunca les diría eso. Yo los animaría a intentar superarse, a dejar a un lado la obviedad de sus limitaciones y centrarse en desarrollar sus potencialidades. Porque, como cualquier otra persona, las tienen, y son muchas. La voluntad no puede obrar milagros, pero sí es capaz de abrir caminos donde antes solo había muros infranqueables. 

"Busca los apoyos necesarios", les diría. Busca las prótesis, la asistencia técnica. Busca las alternativas en tu propio cuerpo. Busca quien te apoye, quien crea, como tú, en lo imposible. Y no te rindas, sobre todo, no renuncies. Porque renunciar es morir en vida. Intentarlo, aunque se consiga solo un poquito, aunque no se ganen medallas olímpicas ni se publique ningún libro, ya merece la pena. Intentarlo con todas tus fuerzas, independientemente del resultado, será un triunfo íntimo, una sonrisa satisfecha que te acompañará el resto de tu vida.

Esa fue la idea que me salvó. Entender que, a pesar de mis muchas limitaciones, todavía puedo superarme. Que puedo buscar el apoyo, la asistencia. Que tengo derecho a intentarlo con todas mis fuerzas. Que puedo llegar a conseguirlo, aunque sea de una manera imperfecta. Que yo también puedo andar el camino, aunque sea un camino alternativo. Que puedo cruzar la meta, aunque no llegue la primera.

Mi discapacidad es química. Mis prótesis son inyecciones, mis asistencias son pastillas. Mi embarazo no es perfecto, pero está siendo. Y, a pesar de las dificultades, estoy disfrutándolo como un triunfo íntimo, con una sonrisa satisfecha que me acompañará el resto de mi vida.

domingo, 7 de enero de 2018

La tripa crece (semanas 21 a 24)


Atravesar el ecuador del embarazo significó para mí un cambio de perspectiva enorme. De pronto, ya no sentía que estuviese ascendiendo una montaña, sino que empezaba el descenso. Hasta las veinte semanas, todo había sido cuestión de sumar un día más, una semana más, un mes más. Ahora, por el contrario, entraba de lleno en el "tiempo de descuento".

Para alguien como yo, que he sufrido abortos de repetición, la diferencia es extraordinaria. Poco a poco se iban acercando las fechas en las que, si el embarazo finalizaba por cualquier motivo, nuestra pequeña podía sobrevivir. Con todas las dificultades que conlleva un nacimiento prematuro, por supuesto; pero, al menos, tendría una oportunidad. Esa oportunidad que no existió en ninguno de mis embarazos anteriores. 

Gracias a la tranquilidad que todo esto genera, esa tranquilidad que también llega, empecé a permitirme, por primera vez, empezar a "preparar" la llegada de nuestra hija. En nuestro caso, se trata de un proceso largo, que vamos completando paso a paso, a nuestro propio ritmo. Un ritmo que, para quienes nos rodean, resulta exasperantemente lento.

Desde que empezamos a dar la noticia del embarazo, cuando cumplimos las doce semanas y comprobamos que todo iba bien, una de las preguntas que con más insistencia nos han hecho es si ya habíamos comprado "cosas". Y la respuesta que dimos durante meses, por más decepcionante que fuera para nuestros interlocutores, es que no habíamos comprado nada.

Personalmente, durante bastante tiempo me molestó que no se tuvieran en cuenta todas las inseguridades que el embarazo nos generaba debido a nuestras experiencias. Es verdad que esta reacción era injusta para casi todo el mundo, pues muchas personas se enteraron de nuestro interés por ser madres mediante la noticia del embarazo, sin haber vivido todo lo anterior y sin poderse hacer una idea, incluso aunque se lo explicásemos resumidamente, de todo el dolor que habíamos sufrido. Pero también es cierto que buena parte de quienes sí nos habían acompañado en este camino pasaron página con una velocidad que a nosotras nos resultaba inalcanzable.

El miedo, sin embargo, no fue la única causa por la que no nos zambullimos de golpe en el "mundo bebé": según fuimos cogiendo confianza, nos dimos cuenta de que también nos creaba un rechazo muy profundo.

Como uno de mis miedo atávicos en este embarazo es sentir algún tipo de rechazo hacia mi bebé, lo primero que hice fue analizar cuál era la fuente de esa emoción tan primaria. Todavía recuerdo cuando fuimos a comprar el adaptador para el cinturón de seguridad del coche al hipermercado: según nos metimos en el pasillo de los carros, me invadió una sensación de repulsa tan fuerte que tuve que salir de allí inmediatamente, ante la amenaza de sufrir un ataque de ansiedad. Al final, claro, terminamos comprando el adaptador por Internet.

Admito que las "cosas de niños" se me han clavado como puñales durante muchos años, que no me he permitido disfrutarlas ni un segundo para no añadir más dolor a mi dolor, y también porque, de alguna manera, no me consideraba "digna" de ellas, al no ser capaz de formar mi propia familia.

Pero también es verdad que ese "mundo bebé" nos resulta repugnante, tanto a Alma como a mí, debido a la visión del mundo y los valores que comporta. Concretamente, rechazamos ese capitalismo atroz que nos inocula la idea de que, para cuidar "verdaderamente" de tu bebé, para "demostrar" que lo quieres, debes comprar una ingente cantidad de cosas para que "no le falte de nada".

"Comprar una ingente cantidad de cosas" no es un comportamiento que valoremos, todo lo contrario: no compramos una ingente cantidad de cosas para nuestra satisfacción individual, no compramos una ingente cantidad de cosas para demostrarnos nuestro amor, ni siquiera compramos una ingente cantidad de cosas para que nuestra casa resulte más cómoda, acogedora, o bien exponga nuestro "buen gusto". Nuestros valores son otros, y si actuásemos de otra manera con nuestra hija, los estaríamos pervirtiendo.

Una vez, hablando con una amiga sobre el tema, me preguntó: "Pero, si no quieres tener un hijo para comprarle cosas, ¿para qué quieres tener un hijo?". Alma dice que, seguramente, fue una broma; pero yo no lo tengo tan claro. A veces tengo la sensación de que los hijos son una especie de árbol de Navidad que debemos adornar poniéndoles un montón de cosas inútiles encima.

Así que, para mí, empezar a preparar la llegada de nuestra pequeña fue bastante duro: no solo tenía que superar los miedos que aún sentía, sino que me negaba a participar de esa "locura colectiva" que es el "mundo bebé".

Lo que hice fue ir seleccionando las "cosas" que sí consideraba acordes con mi estilo imaginario de crianza (lo llamo así porque todavía no he podido contrastarlo con la realidad, evidentemente) e informarme sobre ellas. Porque, sinceramente, el "mundo bebé" era para mí un completo desconocido que me está resultando muy complicado desentrañar.

Así pasamos un par de meses: investigando, aprendiendo, apuntando en una lista lo que creíamos que íbamos a necesitar y esquivando las preguntas de "¿Pero ya lo tenéis todo?" mediante la técnica del disco rayado ("No, no hemos comprado nada, todavía es demasiado pronto").

Ahora que ya estamos a punto de culminar el proceso, la verdad es que estoy muy contenta con nuestras decisiones: las compras se vuelven muy sencillas (y rápidas) cuando una finalmente sabe lo que quiere. Además, por el camino hemos aprendido que lo de tomar decisiones a ciegas es como pasear por un campo de minas, así que asumimos tranquilamente que habremos metido la pata en un montón de cosas y que ya habrá tiempo de solucionarlas.

Como le respondí a mi amiga cuando me preguntó aquello, lo que realmente me preocupa es la relación que vamos a crear con nuestra hija, que es para lo que más me estoy "preparando". Si tiene más o menos ropa, juguetes o accesorios me resulta absolutamente secundario, porque no, yo no he querido formar una familia para dedicarme a "comprar".

jueves, 4 de enero de 2018

La ecografía de las veinte semanas

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Esta es la primera ecografía a la que acudimos con la certeza de que nuestra hija estaba viva. No sé cómo de radical o exagerado sonará esto, pero para nosotras fue muy importante. Porque, desgraciadamente, sabemos lo que es acudir a una ecografía y recibir la noticia de que el corazón de tu bebé se ha parado. Así que sentir los movimientos de nuestra pequeña mientras estábamos en la sala de espera... ¡no tuvo precio!

He querido empezar por aquí porque me gustaría destacar que, en los embarazos después de pérdida(s), no solo hay temores, sino también momentos de tranquilidad. Y que la grandísima tranquilidad de saber que tu hija está viva termina llegando. Y que es maravilloso :)

Esta fue también una ecografía muy especial porque fue la última en que pudimos sacarle una "foto" a nuestra peque, pues después hundió su cabeza "en la línea de salida", y que si quieres arroz. Es una foto preciosa, en la que, por primera vez, pudimos empezar a intuir sus rasgos. Por eso mismo, prefiero guardarla para nuestra intimidad y no publicarla en el blog ;)

Por lo demás, quien haya vivido la ecografía de las veinte semanas sabe que no es una prueba agradable. Se trata de una ecografía larga, en la que examinan cada órgano del bebé con detenimiento, lo cual resulta sumamente estresante mientras se espera "el veredicto". En nuestro caso, comenzaron mirando el corazón, y no fue hasta que la ginecóloga dijo aquello de: "Corazón... bien" que empezamos a respirar. Yo pensaba todo el rato que, si el corazón estaba bien, con el resto podríamos, así que me dediqué a ir "tachando de la lista" el resto de los órganos. Afortunadamente, no fue necesario "poder", porque todo estaba aparentemente sano.

Aunque esta ecografía es abdominal, a mí tuvieron que hacérmela también vaginal, pues la pequeña ya estaba en posición cefálica y no conseguían medirle el perímetro craneal ni observar su cerebro. No me importó lo más mínimo (¡a estas alturas...!), aunque la doctora me dio muchas explicaciones, casi como excusándose, lo cual me pareció todo un detalle.

Además de observar a la pequeña, también estuvieron comprobando el estado de mis arterias uterinas, esas que deben alimentar al bebé y que tan frecuentemente se obstruyen en caso de trombofilias y/o SAF. Yo estaba muy preocupada por este tema, y ya en la ecografía de las dieciséis semanas le pregunté a la doctora si iban a mirarlas, aunque aquella vez ella me dijo que era demasiado pronto. Esta vez, sin embargo, lo hicieron, y nuevamente recibimos buenas noticias, pues ambas estaban perfectamente.

Al final de la exploración, nos confirmaron que seguía "pareciendo" una niña, lo cual nos alegró muchísimo, porque ya nos habíamos hecho a la idea.

Aproveché esta consulta para preguntarle a la ginecóloga por mis problemas de sueño. Desgraciadamente, llevaba ya varias semanas con un insomnio insufrible, debido a lo que claramente identificaba como "síndrome de piernas inquietas". Se trata de un desorden neurológico que provoca una inquietud motora in-so-por-ta-ble a medida que el cuerpo se relaja o intenta dormir.

Algo parecido me había ocurrido ya en las primeras semanas de embarazo, durante las que fui incapaz de conciliar el sueño. Pero, después, la sensación desapareció y me estuve pegando unas noches y unas siestas estupendas. Sin embargo, fue empezar el curso y, poco a poco, mi bienestar se volvió a ir al traste. Cuando acudí a esta consulta, estaba ya absolutamente desesperada, porque no podía ni tumbarme después de comer sin empezar a sentir que me quería arrancar las piernas desde la cadera.

La única solución que me ofreció la ginecóloga esta vez fue la de tomar valeriana y, si me pasaba más de tres noches sin pegar ojo, medio valium. No fue algo que me agradara, porque se desconoce el efecto de la valeriana durante el embarazo, y el valium... bueno, eso ya me parecían palabras mayores. Pero, ante el dilema de seguir perdiendo calidad de vida (porque el insomnio crea un círculo vicioso de ansiedad y más insomnio que resulta difícil de romper), opté por tomar valeriana durante unos días.

Al principio, hizo un efecto muy bueno, logré conciliar mejor el sueño y, sobre todo, no despertarme cincuenta veces a lo largo de la noche. Pero su efecto fue limitado: al final, según iba avanzando la semana y se me acumulaba el cansancio, dejaba de dormir de nuevo. Fue una situación que duró varios meses, y que, sin duda alguna, ha sido para mí el síntoma que ha dado al traste con el bienestar del segundo trimestre de embarazo. Si hubiera seguido durmiendo como cuando estaba de tres meses, habría sido maravilloso; pero el síndrome de piernas inquietas es un trastorno que vuelve loco al más equilibrado. Así que, lo que pudo haber sido un camino de rosas, se acabó transformando en un jardín plagadito de espinas.

A pesar de ello, la ecografía de las veinte semanas, junto con los movimientos cada vez más contundentes de nuestro bebé, nos llenaron de fuerzas para enfrentarnos a las seis semanas que pasaron antes de volver a ver a nuestra pequeña. Hasta el momento, ha sido el periodo de tiempo más largo que hemos pasado sin hacernos una ecografía; sin embargo, se nos ha hecho mucho más corto que cualquiera de los anteriores.

Y es que ese tipo de tranquilidad también acaba llegando :)

lunes, 1 de enero de 2018

2018

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Este era el año. 

No el 2014, ni el 2015, ni el 2016. 
Ni siquiera el 2017. 

Este era el año que estrenaría embarazada, muy embarazada de nuestra querida hija. 

La Vida, sin embargo, no se resiste a recordarme que hay muchas cosas que no están en mi mano. Que me conviene ser humilde o bien enfrentarme a la desesperación, porque mis planes no suelen cumplirse tal y como yo deseo.

Esperaba pasar estas fechas alternando descanso y actividad. Quería tomarme las cosas con más calma, ahora que he atravesado la barrera de las treinta semanas y ya voy notando el peso del embarazo. Pero también quería disfrutar como no había podido hacerlo durante el último mes largo, ya que tuve que centrarme en el trabajo para dejarlo todo listo antes de pedir la baja. 

Me imaginaba organizando algunas cosas en casa, saliendo a hacer compras puntuales para ir teniendo todo listo antes de la llegada de nuestro bebé. Pensaba que habría tiempo para echarme mis buenas siestas y también para seguir asistiendo a mis clases de deportes "premamá", esas que tanto me revitalizaban y tan sana me hacían sentir, además de de darme los largos paseos que me había recomendado la enfermera de Endrocrinología.

Tenía el capricho de vivir estas Navidades "a lo grande". Quería comprar algunos adornos tontos para la casa, cocinar ahora que volvía a tener tiempo, invitar a familiares y amigos, hacernos juntos un montón de fotos como recuerdo de esta experiencia tan maravillosa.

También deseaba disfrutar plenamente de mi relación con Alma, apurar este tiempo que nos queda antes de formar una familia, aliviarla un poco de la carga que lleva desde que me quedé embarazada y ella tuvo que ocuparse de un montón de cosas que yo ya no podía hacer. 

Y, por supuesto, esperaba poder escribir muchísimo en mi blog, redactar pronto esas entradas que me condujeran hasta el presente, para poder seguir contado mi embarazo "en directo". Porque las primeras veinte semanas fueron muy intensas, pero después todo ha fluido más tranquilamente.

En vez de todo eso, llevo diez días viviendo entre el sofá y la cama, obligada a permanecer en un reposo relativo que solo me permite veinte minutos diarios de actividad.

Desde que cumplí las veinte semanas de embarazo, venía sintiendo muchas contracciones, sufriendo algunos picos de intensidad que ya me habían preocupado otras veces. Hace unos días, sin embargo, empecé a notarlas mucho más seguidas. Al principio no quise darle importancia, pensaba que con descanso se me pasaría. Después, decidí cronometrarlas, a raíz de intentar salir a dar un paseo tranquilo y tener que volverme a casa a los diez minutos porque, además de notar contracciones, me sentía mareada y con náuseas.

Tuve contracciones intensas cada 45 minutos a lo largo de todo un día, además de otras pequeñas que, en un principio, pensé que me podía estar inventando. Cuando, al día siguiente, me levanté igual, decidimos acercarnos a urgencias. Allí me pusieron monitores y, efectivamente, comprobamos que llegaba a sentir hasta seis o siete contracciones por hora. La mayoría de ellas tenían una intensidad media o baja, pero algunas venían con una fuerza similar a las contracciones de parto (aunque no eran dolorosas) y, desgraciadamente, habían empezado a borrarme el cuello del útero.

Por suerte, mi cuello todavía es muy largo, y la doctora no consideró que el cuadro llegara a "amenaza de parto". No obstante, me prescribió reposo relativo y 200 mg de progesterona cada noche. Esta situación, evidentemente, ha dado al traste con todos mi planes, además de hacerme sentir un rosario de emociones negativas cada día.

A pesar de todo ello, cuando ayer me tomaba las uvas, sonreía. Porque, por encima de las dificultades, mi pequeña y yo seguimos dando la batalla. Ella, tan fuerte y vital como siempre, y yo, encontrándome las fuerzas donde ya creí que no quedaba ninguna, dispuesta a luchar hasta el final.

Un final que se acerca, aunque esperamos que lo haga despacio.
Un final que, este año sí, se convertirá en un hermoso principio.

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