jueves, 27 de abril de 2017

Sobre los límites

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Uno de los temas que traté con la psicóloga de la clínica en nuestra primera cita fue el de los límites. Como le expliqué a ella, siento que a mi alrededor flota la idea de que debemos poner unos límites muy claros a los tratamientos de reproducción asistida. Y no por motivos incuestionables, como una condición médica insalvable o la imposibilidad de seguir pagándolos; sino por otras razones más difusas. Algo así como que, en algún momento, una tiene que pararse y decir: "¡Basta! ¡Hasta aquí!".

Evidentemente, yo no estoy en ese momento de decir basta-hasta-aquí, y eso me produce cierta desazón. Temo haber perdido la perspectiva, estar sufriendo algún tipo de enajenación mental que me impida pensar con claridad y ver, como parecen ver otras personas, que ya he sobrepasado todos los límites. Siento mucha vergüenza cuando imagino que todo el mundo considera imposible que yo lleve un embarazo adelante: todo el mundo, menos yo.

Y no es que nadie me lo haya dicho a la cara. Nunca he escuchado algo ni remotamente parecido a: "Tía, estás loca, no tienes ninguna posibilidad, no sigas intentándolo, es una pérdida de tiempo y dinero, sería mejor que recapacitases y tomaras conciencia de cómo te estás engañando". Pero, a veces, cuando recibo comentarios del tipo: "Bueno, todavía os queda la adopción" o "¿Y ahora qué vais a hacer? ¿Volverlo a intentar?", siento que esa es la idea que subyace. 

Así que le expliqué a la psicóloga mi razonamiento por si ella notaba alguna incongruencia. Lo que yo me planteo es que, a pesar del tiempo que llevo en reproducción asistida, acabo de ser diagnosticada y me enfrento al primer tratamiento con una medicación adecuada para mi problema. Yo no tengo la culpa de haber hecho nueve tratamientos destinados al fracaso. Tampoco tengo la responsabilidad de que los médicos no hayan sido capaces de interpretar mi caso hasta ahora. Por otra parte, y aunque resulte doloroso reconocerlo, para presentar un cuadro de abortos de repetición primero se te tienen que repetir los abortos. Y, en mi caso, este cuadro no ha quedado claro hasta que no he abortado también con los óvulos de una donante. 

En resumen: no puedo decir que me sienta como si estuviera empezando de nuevo, porque toda mi experiencia pesa, pero tampoco puedo negar que estos tres años han cobrado sentido en el momento en que he recibido un diagnóstico congruente. Para mí, sería absurdo abandonar ahora, justamente cuando, por primera vez, tengo posibilidades reales de conseguirlo.

A la psicóloga no le pareció que mi discurso diera muestras de enajenación mental. Sin embargo, me ayudó a comprender mucho mejor qué era un límite y hasta qué punto se trataba de una cuestión personal. 

domingo, 23 de abril de 2017

Antes de abandonarme, haz una llamada

El viernes me hice el último análisis antes del tratamiento. Y me pasé media hora haciendo cola delante de este cartel:


No era la primera vez que lo veía, ya me he hecho otros análisis en este Centro de Salud. Sin embargo, cada vez que me toca esperar en esa sala, es como si todo lo demás desapareciera, como si todo el espacio se viera ocupado por su sola presencia. No puedo dejar de mirarlo, no puedo dejar de pensar y de sentir.

Y pienso que, tal vez, dentro de dos o tres años, una mujer mirará este mismo cartel y, después de un viaje que solo puede ser durísimo, tomará una decisión. Y entonces mi teléfono sonará. El mío. Para decirme que, al día siguiente, podremos ir a recoger a nuestro bebé.

La cascada de emociones es casi insoportable. Dicen que no debemos idealizar a la madre biológica, que no debemos engañarnos imaginando una persona que puede ser muy diferente a la idea que nos hacemos de ella. Pero yo no puedo más que sentir un enorme respeto por su decisión. Una decisión que (estoy casi segura) yo no sería capaz de tomar.

Siempre he sido una firme defensora de la interrupción voluntaria del embarazo. Y lo sigo siendo. Así que me cuesta muchísimo imaginar que una mujer decida vivir el embarazo de un bebé que va a dar en adopción. Supongo que, en realidad, las cosas no son tan sencillas. Que la decisión se toma con el tiempo. Que no es algo que se tenga claro desde el principio. Que habrá idas y venidas. Aun así, vivir un embarazo completo para entregar después a tu hijo con la esperanza de que tenga una vida mejor... buf. Me pone los pelos de punta.

Entonces vuelvo a recordar: no hay que idealizar a la madre biológica. Es una persona como otra cualquiera. Llena de complejidad. Sin embargo, no puedo dejar de ver en su decisión una muestra inabarcable de generosidad hacia su hijo. Por llevarlo en sus entrañas, con todo lo que eso implica. Por traerlo al mundo. Por actuar con determinación y responsabilidad. A pesar de que esa decisión la vaya a acompañar por el resto de sus días.

Hago un esfuerzo e intento imaginar una situación menos romántica. La madre biológica no supo que estaba embarazada hasta que fue demasiado tarde para abortar. Me cuesta pensarlo, pero entiendo que puede ocurrir. Aun así, me parece que la generosidad sigue presente. Creo que, en cierto sentido, quedarte con un niño al que realmente no puedes criar puede ser una solución sencilla y egoísta. Para no tener que cargar con el peso de haberlo dado en adopción. Para no tomar conciencia de la situación que conllevó su existencia (que también puede ser muy compleja). 

Intento llevar la situación al límite. A lo mejor le dio igual. A lo mejor le importaba un bledo estar embarazada (¿es eso posible?). A lo mejor sintió alivio cuando dio a su hijo en adopción. A lo mejor se quitó un peso de encima. Y pienso: "¡Por supuesto!". Y es que, ¿acaso no tiene derecho? Si esos son sus sentimientos, si no quería tener un hijo por la razón que fuera y se quedó embarazada por la razón que fuera, ¿no tiene el derecho de hacer uso de este mecanismo social que es la adopción? ¿Por qué culparla, por qué ver algo malo en una situación desafortunada a la que ella le ha dado una buena solución?

No creo que las personas seamos buenas o malas por naturaleza. Creo que todos somos complejos. Pero estoy segura de que, en la decisión de dar un bebé en adopción, hay noches en vela involucradas, hay nervios, dudas, hay miedo, alivio, alegría, orgullo, vergüenza. Y al final hay una decisión correcta. Y esa decisión tiene todo mi respeto, e incluso mi admiración.

Para enfrentarse a ese cartel hace falta ser muy valiente. Y las madres biológicas lo son.
Yo solo espero poder estar a su altura como madre de adopción.

lunes, 17 de abril de 2017

Welcome back, pastillero

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Con la llegada de la regla ha dado comienzo el primer mes de mi nuevo tratamiento. Un mes que consiste, principalmente, en la toma masiva de vitaminas y otros medicamentos para ir regulando la coagulación y preparando así mi cuerpo para un (posible) (nuevo) embarazo.

Es inevitable que repetir este protocolo nos recuerde, a Alma y a mí, a nuestra segunda FIV: ese último tratamiento que hicimos utilizando mis óvulos y que fue uno de los hitos de nuestro camino en cuanto a bofetadas en la cara se refiere.

Esta vez, sin embargo, me enfrento a la locura medicamentosa con otro espíritu. Si bien iniciamos nuestra segunda FIV sabiendo que mi homocisteína estaba muy alta, y que, por tanto, podía haber sido la causa de los dos primeros abortos; a mí todavía no me terminaba de cuadrar el diagnóstico.

Tal vez fuera porque no terminaba de confiar en nuestra doctora. La manera en que interpretó mi primer estudio de trombofilia, mirándose unos apuntes que tenía en la carpeta, no invitaba a pensar, precisamente, que la señora controlara del tema. 

En su defensa diré, no obstante, que por lo menos ella completó las pruebas que me habían mandado en la Seguridad Social hasta verificar la hiperhomocisteinemia; no como el hematólogo que me hizo el estudio, que me mandó a casa con la seguridad de que no tenía ningún problema de trombofilias (¡trombofilias yo!), cuando el inmunólogo, solo con ver esos mismos análisis, ya me sentenció.

También es posible que el rechazo que sentía hacia el tratamiento formara parte del rechazo generalizado que sentía hacia las FIV. Yo no quería pincharme, no quería llevar mi cuerpo al límite, no quería pasar por quirófano. Lo tenía muy claro y, sin embargo, lo llevé a cabo como una especie de sacrificio ineludible, una idea con la que cada día estoy menos de acuerdo.

Esta vez, sin embargo, tengo un diagnóstico que me hace sentir más segura. Entiendo que los suplementos de vitaminas del grupo B van a formar parte de mi dieta de aquí a que me muera, puesto que, con la mutación que tengo, es imposible que mi cuerpo mejore su metabolismo de manera natural. Y aunque sé que la heterocigosis no es la versión más peligrosa, en mi caso constituye un agravante del fiestón protrombótico que hay montado en mis venas.

El adiro, por su parte, lo he recibido con los brazos abiertos desde el primer día. La presencia de una trombofilia en mis pruebas es inapelable: no solo el factor XII ha subido como la espuma en los dos últimos años, sino que también lo han hecho otras proteínas anticoagulantes que procuran contrarrestar sus efectos, como la antitrombina III y la proteína C.

Para mí, sin embargo, la prueba definitiva de que necesito un protocolo especial llegó con el último aborto. Ya no puedo mantener la fantasía de que el problema reside en mis óvulos, porque, con unos embriones estupendos procedentes de óvulos ajenos, el embarazo tampoco salió adelante. Hoy recuerdo con ternura la alegría que me llevé cuando me dijeron que no tenía que tomar ningún medicamento especial en el último tratamiento; pero también me tiro de los pelos: esa no es mi realidad y he tenido que aprenderlo de la manera más dolorosa.

En comparación con la segunda FIV, no obstante, mi pastillero se ha aligerado un tanto, aunque no por ello me haya librado de montar un tetris con las pastillas que tengo que tomarme debido a sus incompatibilidades.

jueves, 13 de abril de 2017

Consulta en psicología

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Nuestro último tratamiento fue psicológicamente devastador para mí. No solo por su resultado, que también, sino por la montaña rusa de emociones a la que me vi expuesta antes incluso de empezar la betaespera.

Evidentemente, todos los tratamientos son intensos desde el punto de vista emocional, pero he de confesar que el vértigo de este último me pilló por sorpresa. Entiendo que, en el fondo, una parte de mí estaba "demasiado" tranquila: era un tratamiento muy sencillo desde el punto de vista físico y estaba convencida de que iba a funcionar. No había contemplado ni remotamente el aterrador despertar de la bestia en mi interior.

Pero despertó. Y fue un suplicio. Había días en que me sentía hundida, días en que solo quería salir corriendo, días (y noches, muchas noches) en que el viento de mi desgracia arrasaba con todo. Y me culpaba por ello. Y me decía cosas horribles por no poder permanecer positiva y en calma. Y lo único que lograba es que la bestia se hiciera más y más poderosa. 

Apenas me soportaba a mí misma, así que mucho menos soportaba las insistentes preguntas de Alma: "¿Qué te pasa? ¿Qué te pasa?". "¡Qué me va a pasar!", pensaba. "Que mi vida es una puta basura, que no soporto el yugo de las hormonas, que no quiero pasar miedo, que no quiero ser desgraciada, que estoy hasta las mismísimas de este abuso existencial". Y así, un día tras otro. No fue bueno para mí y tampoco lo fue para nuestra relación.

La parte positiva es que de cualquier experiencia se puede obtener una enseñanza, y yo he aprendido que no quiero repetir el mismo error. Mi estabilidad emocional ya no es lo que era después de tres años de peregrinaje en reproducción asistida, y no quiero que esto repercuta, además, en mi relación con Alma. Por eso, desde el primer momento, he tenido claro que el próximo tratamiento lo haré con apoyo psicológico.

Así que, aprovechando que ya nos tocaba pedir cita con la ginecóloga de la clínica, pregunté por el servicio de atención psicológica. En nuestra clínica, este servicio es gratuito, uno de los detalles que nos hizo decantarnos por ella. Me explicaron que la psicóloga se pondría en contacto conmigo, y la verdad es que no tardó en hacerlo. También pude conseguir una cita muy rápido, y tengo que decir que la experiencia fue estupenda.

sábado, 8 de abril de 2017

Y por fin, un diagnóstico

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Casi tres meses después de mi primera visita a la consulta de Inmunología Reproductiva, he vuelto. Con una nueva tanda de resultados bajo el brazo, la mayoría pagados de mi bolsillo ante la falta de atención prácticamente absoluta que he recibido por parte de la Seguridad Social.

Aunque podía haber recogido los análisis unos días antes de la consulta, decidí esperar hasta el mismo día de la cita para salvaguardar mi salud mental. Sabía que iba a buscar una interpretación para mis resultados, fueran los que fueran, hasta en el último rincón de Internet; así que preferí que no pasara mucho tiempo entre mi primera lectura de los análisis y la interpretación del doctor.

Y no pasó. Fue solo media hora. Pero... ¡qué media hora!

Recogí el sobre, fui al baño y, cuando salí, me senté ceremoniosamente en una sala de espera cualquiera. Y lo abrí. Y lo leí.

Leí: "Factor XII, CONFIRMADO".
Leí: "Portadora en heterocigosis de la mutación C677T del gen de la MTHFR".

Y me eché a reír y a llorar al mismo tiempo.
Y tuve que salir de aquel hospital laberíntico para seguir desahogándome bajo el sol.

Reía de alegría, de alivio, de certeza. Por fin podía estar segura de que no estoy bajo un designio aciago, de que el dedo de Dios no me apunta para estrangularme. Tengo una trombofilia confirmada, tengo una mutación genética que la agrava. Hay una causa para mis abortos, y es una causa que tiene tratamiento.

Lloraba de puro miedo. Tengo una trombofilia... ¡¿qué diablos significa eso?! ¿Hasta qué punto está en peligro mi salud y por qué nadie se ha preocupado por ello? ¿Acaso debería seguir un tratamiento, modificar mi estilo de vida, tomar determinadas precauciones en situaciones determinadas? Acababa de descubrir un mundo que, hasta el momento, me era desconocido, porque nadie en mi familia ha sido diagnosticado de trombofilia ni ha tenido ningún episodio trombótico ni cardiovascular. ¡Ni siquiera puedo estar segura de quién me ha transmitido el regalito envenenado de la mutación!

En medio de aquella vorágine de emociones, le mandé unos mensajes a Alma, que no dudó en llamarme haciendo gala de su mejor humor:

–¡Tía! ¿En serio eres una mutante...?

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