jueves, 30 de julio de 2015

El mandala azul



Este es el mandala que más tiempo me ha llevado completar.

Empecé a sentir la necesidad del color azul en la betaespera de la FIV. Sin embargo, casi en el mismo momento supe que aquel mandala sería diferente a los anteriores. Todavía no me explico cómo, pero desde el principio tuve claro que llevaría aparejado un aprendizaje liberador, aunque doloroso y profundo.

Esa fue precisamente la razón de que no pudiera empezar a pintarlo durante aquella betaespera. No quería aprender nada, ni mucho menos sufrir. Quería mi positivo, mi embarazo y mi bebé. Así que dejé el proyecto apartado; pero, cuando supe que estaba embarazada, volví a pensar en él.

En ese momento sí sentía la necesidad de una liberación. Ansiaba liberarme del miedo, de la mala experiencia que para mí había sido hasta entonces la reproducción asistida, de toda la negatividad acumulada. Pensaba que el color azul del mandala me permitiría hacer una limpieza espiritual que me ayudaría a disfrutar del embarazo que tanto había esperado. Pero algo me decía que no era esa su función, así que tampoco entonces pude empezarlo.

Cuando perdí el embarazo, pensé: "Ya está, ¿qué más puede ocurrir?". Me pareció el momento ideal para pintarlo. Creía que podría acompañarme en el duelo, que aquella era la lección que debía aprender, que el momento de liberarme de las cargas acumuladas había llegado. Entonces empecé a buscar la forma, pero no lograba decidirme. Me daba miedo lo que el dibujo pudiera significar. Me aterrorizaba pensar que, de alguna manera, el mandala azul terminara simbolizando el fin de mi camino hacia la maternidad.

Tuvo que llegar el segundo aborto, con toda su ansiedad, para que por fin pudiera entender de qué iba aquel mandala, cuál era su significado profundo y por qué pintarlo estaba siendo tan importante para mí.

domingo, 26 de julio de 2015

Lost & found



Estaba en una tienda, probándome la camiseta que le queríamos regalar a una de mis amigas en agradecimiento por haber cuidado de nuestros gatos mientras estábamos de vacaciones, cuando corrí la cortina para preguntarle a Alma qué le parecía. Un niño rubito de apenas tres años se asomó entonces a mi probador.

– ¿Qué te parece? –le pregunté al pequeño–. ¿Estoy guapa?

El niño sonrió y se fue, y Alma y yo nos quedamos hablando sobre la camiseta. Al poco rato, caminábamos por el pasillo del centro comercial, preguntándonos dónde podríamos encontrar los pantalones cortos que buscábamos, cuando volvimos a ver al mismo niño rubito caminando sin su mamá. Alma se había fijado en ella mientras esperaba a que yo me cambiara, y no la veía por ninguna parte, así que me adelanté para preguntarle al niño si se había perdido. Él me miró lo justo para comprobar si me conocía y siguió caminando muy deprisa. Esperamos un poco para ver si aparecía la madre del niño, pero el niño se acercaba peligrosamente a las escaleras mecánicas, así que volví a adelantarme y le agarré suavemente del hombro:

– Estás perdido, ¿verdad? Dame la manita, corazón, vamos a buscar a tu mamá.

El pequeño necesitó un segundo para pasar de la desconfianza a la confianza y agarrarse a mi mano con fuerza, así que no me quedó ninguna duda de que estaba realmente perdido y, aunque no lo había parecido hasta entonces, probablemente muy asustado. 

Enseguida nos topamos con una mujer que era guardia de seguridad y Alma le contó lo que había pasado. Mientras tanto, yo le expliqué al niño que aquella señora iba a llamar a su mamá por teléfono y que ella vendría a buscarlo en un momentito. El pobre no debió de darle ningún crédito a mis palabras, porque no se soltaba de mi mano, aunque finalmente conseguimos que se fuera con la mujer. Alma no se quedó nada tranquila y quiso que los siguiéramos hasta que encontraran a su mamá, pero a mí me pareció que el momento lesbianas-psicóticas-persiguen-niño-perdido-por-si-pueden-adoptarlo era perfectamente prescindible.

– A nosotras nunca se nos perderán nuestros niños en un centro comercial, ¿verdad?
– Claro que no –me aseguró Alma–, porque nosotras nunca traeremos a nuestros niños a un centro comercial.

El karma sabe que nuestros hijos serán forofos de los centros comerciales y que se nos perderán una cantidad vergonzante de veces, pero esa tarde sentí que íbamos a ser las mejores madres del mundo y que nuestros hijos, fueran del color que fueran, tuvieran la genética que tuvieran y hubieran estado en la tripa que hubieran estado, nos reconocerían como las personas con quien formar un vínculo de confianza, amor y respeto a lo largo del tiempo, y que a ese vínculo entre todos le llamaríamos familia.

Y me sonó genial.

martes, 14 de julio de 2015

El tiempo entre tratamientos



Cuando pensaba que no podía haber nada más desesperante que una betaespera, este camino que recorro me ha llevado a conocer algo peor: el tiempo entre tratamientos.

Hasta ahora, apenas he parado entre uno y otro. Me hice las tres primeras inseminaciones seguidas y, antes de la cuarta, nos tomamos un bien merecido mes de vacaciones. Yo pensaba que a lo mejor necesitaba más tiempo para continuar, pero a las dos o tres semanas ya estaba deseando ir a por la siguiente. Después del último negativo, empezamos con el protocolo para la FIV, y tras perder el embarazo, esperé apenas un mes más de los tres recomendados para la segunda transferencia embrionaria.

Y ahora, de pronto... nada.

Hay gente que nos recomienda que nos tomemos un tiempo. Y lo entiendo: solo con leer el párrafo anterior, le faltaría el aliento a cualquiera. Verlo así, todo junto, marea; pero cuando se está viviendo en primera persona, la sensación es diferente.

Si me dijeran que, tras esperar seis meses, me quedaría embarazada, los esperaría. Pero sentir que debo dejar pasar el tiempo porque sí, sin ningún objetivo aparente, sin necesitarlo para descansar o prepararse, sin quererlo... es inaguantable. Según yo lo veo, este camino es como deshojar una margarita: el embarazo llegará después de arrancar el último pétalo, así que, ¿por qué pararse a mirar los dos, tres o cinco pétalos que te quedan...?

Reconozco que ya no tengo tanta prisa como al principio, que un mes arriba o un mes abajo no me revienta el calendario porque... bueno, hace tiempo que todos mis calendarios reventaron. Pero estos tres meses que llevo de pruebas, de esperar resultados, de no saber cuál será el próximo tratamiento... están acabando con mis nervios. En este tiempo he sufrido más ansiedad (y he tomado más ansiolíticos) que en todo mi periplo anterior en reproducción asistida, aborto incluido. 

Afortunadamente, ya queda poco para recibir los últimos resultados y saber si, tal y como esperamos, podemos aventurarnos a una segunda FIV.

Nunca pensé que diría esto, pero... ¡lo estoy deseando!

miércoles, 1 de julio de 2015

Mi experiencia con la metformina



Cuando me diagnosticaron SOP en la clínica, tuve que empezar a tomar metformina. Según nuestra doctora, habría sido suficiente con utilizarla un mes antes de quedarme embarazada, que fue lo que tuve que esperar antes de la primera IA. Sin embargo, al seguir todavía en la búsqueda, mi experiencia con la metmorfina llega ya casi al año y medio.

Los dos o tres primeros meses con ella fueron bastante duros. Aunque se supone que no provoca hipoglucemias, a mí me dejaba por los suelos. Además, sufría mareos y agotamiento, me faltaba la respiración cuando hacía el más mínimo esfuerzo y también tuve desarreglos digestivos cuyos detalles me voy a ahorrar.

Puede que todo esto parezca terrible, y lo fue bastante en su momento; sin embargo, a día de hoy tengo que hacer un esfuerzo por recordar aquellos efectos secundarios, porque hace tiempo que las pastillas no me producen ninguno. Lo que sí que he empezado a notar, de manera más acusada unos seis meses después de iniciar el tratamiento, son sus beneficios.

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