En el último control ecográfico antes de
la punción, le hice muchísimas preguntas a nuestra doctora sobre el riesgo de
sufrir un Síndrome de Hiperestimulación Ovárica. Las mujeres con SOP lo padecemos con mayor frecuencia, y yo ya había tenido malas experiencias con ello.
Como todos los síndromes ginecológicos (o eso me parece a mí), a este también le han puesto un nombre que no obedece exactamente a la realidad: igual que si sufres
SOP no tiene por qué haber quistes en tus ovarios, el SHO no solo se produce
cuando los ovarios han sido estimulados.
En realidad, es una reacción de
hipersensibilidad a la presencia de una hormona, la gonadotropina coriónica (ya
sea "alfa", la que te inyectas para que maduren los óvulos; o
"humana", segregada durante el primer trimestre de embarazo y
detectada por los tests). Como digo, yo ya había tenido malas experiencias con esta hormona, sobre todo durante mi primera inseminación, en la que, de hecho, no estimularon mis ovarios. Ese mismo día, pasadas las treinta y
seis horas que tarda en hacer efecto la dichosa hormona, dejé de ir al baño, me
hinché como un globo y me pegué la vomitona del siglo. Por aquel entonces, ni
siquiera sabía que la inyección tardaba más de un día en hacer efecto, así que
me pasé dos días comiendo arroz hervido, creyendo que me había agarrado una
gastroenteritis.
Cuando se lo comenté a la doctora, me
dijo que era "imposible" que aquello estuviera relacionado con la
inyección, que seguramente "había ovulado" y que, como mi cuerpo no
estaba acostumbrado, había reaccionado "muy mal". Así nos tratan a
veces a las mujeres con SOP, metiéndonos a todas en el saco de las que no han
visto un óvulo en su vida. Aquella vez no dije nada, porque todavía ignoraba
muchas cosas; posteriormente, sin embargo, estuve investigando sobre el SHO y disipé todas mis
dudas: la ovulación puede provocarte dolores e incluso vómitos, pero no una
retención de líquidos tan brutal que te tires un día entero sin hacer pis, como
fue mi caso. Por suerte, en las siguientes inseminaciones mi cuerpo y yo tuvimos una
reacción un poco más controlada.
Al enfrentarme a la FIV, mi miedo a sufrir un SHO volvió a hacer su aparición, más cuando ahora mis ovarios sí que iban a ser estimulados. En la clínica, recomendaban a todas las pacientes seguir una serie de pautas
para minimizar los riesgos, pero a mí me era muy difícil cumplirlas. En primer
lugar, había que seguir una dieta rica en proteínas. Como yo soy vegetariana,
la mayoría de los alimentos recomendados no podía comerlos, y la doctora me
dijo que, sencillamente, me olvidara de esa pauta. A pesar de ello, yo estuve leyendo sobre el tema y procuré reducir los hidratos de carbono, que son el alimento más
dañino en estos casos, además de aumentar la ingesta de proteínas a base de
huevos, queso y legumbres.
La segunda recomendación era hacer reposo
relativo, es decir, cuatro horas de reposo absoluto como mínimo durante el día
y la menor actividad posible el resto del tiempo. En mi caso, la menor
actividad posible durante mis horas de trabajo es muchísima actividad,
demasiada para considerarla reposo relativo, o al menos así me lo explicó la doctora. Por todo ello, y aunque mis niveles hormonales distaban bastante
de aquellos que te ponen bajo amenaza, preferimos no
arriesgarnos y la doctora me recetó una hormona llamada cabergolina, pues la única recomendación para
minimizar el SHO que podía cumplir completamente era la de restringir la
ingesta de líquidos.
Hoy pienso que el remedio fue peor que la
enfermedad y, con los mismos niveles hormonales, no volvería a hacer lo mismo ni borracha. Las pastillas en cuestión venían en un botecito monísimo y eran muy pequeñas (eso ya me tenía que haber puesto en guardia, porque las chiquititas tienden a ser matonas). Me tomé la primera dosis dos días antes de la punción y, a la mañana siguiente, casi no podía levantarme de la cama. Uno de sus efectos secundarios es bajar muchísimo la tensión, y como yo no voy sobrada normalmente, la cabergolina dichosa terminó por destrozarme.
Así que llegué al día de la punción absolutamente drogada. Se lo advertí a la doctora y a la anestesista, porque temía el efecto que me pudiera causar la anestesia en aquellas condiciones. Ellas no le dieron importancia, pero a la enfermera que me ayudó a recuperarme no le terminaba de cuadrar que yo me sintiera tan mal a pesar de haberme despertado tan bien de la anestesia. Subí a la consulta completamente mareada y confusa, y apenas conseguí alegrarme cuando me explicaron que la punción había sido un éxito. Me sentía llena de incomprensión y rabia, me dolían muchísimo los ovarios y la vagina, y todo me daba vueltas. Del subidón inicial de saber que había "sobrevivido" a la anestesia, caí en un pozo de amargura y tristeza.
Así que llegué al día de la punción absolutamente drogada. Se lo advertí a la doctora y a la anestesista, porque temía el efecto que me pudiera causar la anestesia en aquellas condiciones. Ellas no le dieron importancia, pero a la enfermera que me ayudó a recuperarme no le terminaba de cuadrar que yo me sintiera tan mal a pesar de haberme despertado tan bien de la anestesia. Subí a la consulta completamente mareada y confusa, y apenas conseguí alegrarme cuando me explicaron que la punción había sido un éxito. Me sentía llena de incomprensión y rabia, me dolían muchísimo los ovarios y la vagina, y todo me daba vueltas. Del subidón inicial de saber que había "sobrevivido" a la anestesia, caí en un pozo de amargura y tristeza.
Al día siguiente me llamaron para informarnos de que, de los nueve óvulos maduros, cuatro habían sido fecundados. Yo siempre pensé que, en cuanto supiera que teníamos embriones, empezaría a quererlos, a sentir, como siente mucha gente, que esos pequeños conglomerados de células ya son sus hijos. Sin embargo, mi malestar físico (y, consecuentemente, psicológico) era tan profundo, que no fui capaz de sentir la ilusión y el amor que había esperado. Los cuatro embriones estaban allí, pero mi cuerpo y mi mente se encontraban muy lejos, a un abismo de dolor, malestar y pensamientos funestos.
Esa misma tarde tuve una cita con mi doctora de la Seguridad Social. La había pedido en previsión de que no me recuperara muy bien de la punción, aunque también había avisado en el instituto de que iría a trabajar al día siguiente. En cuanto la doctora me vio entrar por la puerta, más blanca que un fantasma, me dijo que me olvidara de volver a trabajar en unos días. Aquello añadió más frustración a mi frustración inicial. Además de triste, amargada, dolorida y mareada, ahora me sentía también avergonzada de ser la única persona en el Universo (que ya sé que no es así, pero es lo que yo imaginaba) a la que una punción le había costado una baja.
De toda esta aventura, sin embargo, saqué dos cosas buenas. La primera es que apenas sentí ningún síntoma de SHO: fui al baño cada día, me hinché solo moderamente y no vomité. La segunda es que la transferencia embrionaria coincidió con esos días de baja, así que pude reposar tranquilamente, sin temor a que mi embrión se escurriera útero abajo mientras cruzaba el patio, bajaba y subía escaleras, o daba una clase. De toda esta aventura, también saqué una enseñanza: en ocasiones, es mejor esperarse a curar que destrozar tu bienestar por intentar prevenir.
Esa misma tarde tuve una cita con mi doctora de la Seguridad Social. La había pedido en previsión de que no me recuperara muy bien de la punción, aunque también había avisado en el instituto de que iría a trabajar al día siguiente. En cuanto la doctora me vio entrar por la puerta, más blanca que un fantasma, me dijo que me olvidara de volver a trabajar en unos días. Aquello añadió más frustración a mi frustración inicial. Además de triste, amargada, dolorida y mareada, ahora me sentía también avergonzada de ser la única persona en el Universo (que ya sé que no es así, pero es lo que yo imaginaba) a la que una punción le había costado una baja.
De toda esta aventura, sin embargo, saqué dos cosas buenas. La primera es que apenas sentí ningún síntoma de SHO: fui al baño cada día, me hinché solo moderamente y no vomité. La segunda es que la transferencia embrionaria coincidió con esos días de baja, así que pude reposar tranquilamente, sin temor a que mi embrión se escurriera útero abajo mientras cruzaba el patio, bajaba y subía escaleras, o daba una clase. De toda esta aventura, también saqué una enseñanza: en ocasiones, es mejor esperarse a curar que destrozar tu bienestar por intentar prevenir.
3 comentarios:
Hola!!!
Si que una odisea; esto de las hormonas sintéticas si que son un caos, sobre todo si tienes cuerpo delicado, el.mio es muy sensible y como dices el remedio es peor. Me da gusto k todo excelente con la punsion y que tengas ya tus embriones. Que todo excelente en la transferencia. Dios contigo! !!
Hola ! En mi clínica no nos ponen anestesia en la punción y el dolor es soportable, lo digo porque si alguna vez te tienes que someter a otra punción igual puedes sugerir que no unieres anestesia! Ah! Y en mi clínica también dan 5 días de baja después de la punción así que no eres la única a quién da la baja tras punción! Cada cuerpo es un mundo así que no te preocupes que lo estas haciendo muy bien!
Agradezco tus buenos deseos, Carolina, y sí, las hormonas sintéticas son aún peores que las naturales. ¡Entre ambas montan unos circos...! :P
Meri, tus palabras siempre me dejan más tranquila. En la clínica me decían que al día siguiente a la punción podría volver a mi rutina... Cuando cinco días después les dije que seguía de baja, me miraron como a un extraterrestre. No sé, yo me sentí muy mal, pero estoy de acuerdo contigo en que cada cuerpo es un mundo y hay ciertas reacciones que no se pueden controlar. Y si en otros sitios dan por hecho que es así... ¡entonces no debo de ser la única, jeje!
Publicar un comentario