Una parte de mi familia vive a orillas del Atlántico: un océano salvaje, impredecible, bravo... que tienes que aprender a disfrutar. Cuando era pequeña y mis visitas coincidían con el verano, solía recibir explicaciones sobre los peligros escondidos bajo las olas. Las olas son visibles y hay que ser muy cateto para ignorar sus avisos cuando el mar está picado. Pero, cuando escasean, la precaución se vuelve incluso más necesaria, pues suele darse el fenómeno traicionero del mar de fondo: una corriente profunda que te arrastra con fuerza, alejándote de la playa.
En estos días he recordado esa sensación de ser engullida por un mar en calma. Aparentemente, vivo un periodo de placidez: estoy de vacaciones, la adopción de embriones se pone poco a poco en marcha... Pero, en las profundidades de mi mente, una fuerte corriente me aleja de la orilla, llevándome contra mi voluntad a las regiones del miedo y la angustia.
Es mi particular "mar de fondo": una corriente que debilita mis rodillas y amenaza con hacerme perder el equilibrio. Y tiene forma de pregunta, que mi inconsciente repite como un martilleo seco, aturdiendo mi mente: "¿Y si no lo consigo...?".
No tengo respuesta. No quiero tenerla. En estos momentos, necesito pensar que es inconcebible.
Pero entonces me digo que también pensé que era inconcebible no quedarme embarazada mediante una inseminación artificial, o llegar hasta la segunda FIV y que esta también fallara. "Inconcebible" no es nada. "Inconcebible" es solo algo que no te cabe en la cabeza, hasta que te pasa.
Aun así, me resisto. No quiero dejarme arrastrar. Sé que vendrán momentos en que no pueda soportar la incertidumbre y llore y grite y pase noches en vela. Pero esos momentos todavía están lejos: ahora quiero disfrutar de mis baños, aunque me quede cerca de la orilla, aunque de vez en cuando toque el fondo con los pies para comprobar que no lo he perdido, que puedo ponerme en pie sin dificultades porque el fondo sigue ahí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario