viernes, 8 de julio de 2016

El mandala violeta


Este es el mandala que pinté más rápidamente, en apenas unos días. Fue hace casi dos años, cuando supe que ya no me quedaría embarazada mediante una inseminación artificial y que tendría que optar por una FIV, algo que me daba muchísimo miedo.

Para este mandala escogí una de mis gamas de colores preferidas: la de los violetas. Lo coloreé con la seguridad de que, a pesar de tener que enfrentarme a experiencias que me aterrorizaban, como la estimulación o el quirófano, este tratamiento daría resultado. No podía ser de otro modo. No me podían salir las cosas tan mal. Muchas mujeres no se quedaban embarazadas mediante las inseminaciones, pero la mayoría lo conseguían gracias a la FIV. Y ese iba a ser mi caso, por supuesto.

Cuando miro el centro de este mandala, no puedo dejar de ver un embrión. El cuaderno del que procede no tiene nada que ver con el embarazo, pero yo no dejo de ver formas relacionadas con todo este proceso en los mandalas que contiene. Y en este hay un embrión, un embrión precioso, el que se quedó conmigo poco después de pintarlo, el mismo que me acompañó hasta la octava semana de embarazo.




Desde mi perspectiva actual, me llaman poderosamente la atención todas las formas negras que rodean ese centro. En los tres primeros mandalas me gustaba utilizar el color negro porque me parecía que aportaba fuerza y contraste a las gamas monocromáticas; pero este fue el último mandala en el que lo utilicé. Después del aborto, sentí que las formas negras habían constituido una especie de amenaza para el simbolismo de los mandalas, como una presencia extraña que no permitía que su energía se desplegase de manera completa. Por eso, en el siguiente mandala dejé de emplearlo, sustituyéndolo por el color blanco.

Otro aspecto de este mandala que captó mi atención desde el mismo momento en el que lo estaba pintando es la presencia del color rosa. La gama de colores elegida era la del violeta, pero, al final, acabó predominando el rosa. Desde el principio sentí que este predominio era un reflejo de mi inocencia, uno de esos significados que surgen al estar pintando un mandala y que no me apetecía nada asumir. Cuando lo pinté, no estaba dispuesta a aceptarlo, como no estuve dispuesta a aceptar la amargura del mandala amarillo o el dolor después del dolor del mandala rojo.

Ahora que me despido de la FIV como posibilidad, soy capaz de asumir esa actitud inocente hacia una técnica de reproducción asistida que no iba a dar resultado conmigo. Hoy sé que son muchas las mujeres que, como yo, han de renunciar a sus óvulos y asumir otros caminos: ovodonación, doble donación, recepción de embriones, gestación subrogada o adopción. Cuando pinté este mandala no podía ni imaginar que ese iba a ser mi caso; creo que en la actualidad soy capaz de hablar de él porque ya lo he aceptado.

No obstante, este mandala siempre tendrá para mí una cara profundamente positiva porque, durante un par de meses, cumplió otro cometido. Recuerdo cómo lo miraba durante toda la primera FIV, cómo me llenaba de esperanza y optimismo, cómo me decía que sí, que podía conseguirlo, que todo el esfuerzo merecería la pena, que lo iba a conseguir. Y así ocurrió, aunque después me tocara entender que la vida es un camino incierto, una llama que, desde el mismo momento es que se prende, se puede extinguir. Eso no la hace menos preciosa, ¡todo lo contrario!

El momento de tejer esa mecha de mi cuerpo, sin embargo, ha quedado atrás.

1 comentario:

Aprendemos con mamá dijo...

Mucho ánimo!!

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Un abrazo

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