lunes, 28 de agosto de 2023

La pauta de medicación (y lo que no pudo ser)

Durante nuestra primera consulta, el inmunólogo me explicó que, en principio, para este tratamiento repetiríamos la misma pauta de medicación que habíamos seguido en el embarazo de mi hija, ya que, evidentemente, había resultado más que adecuada. Sin embargo, teniendo en cuenta los nuevos descubrimientos en cuanto a mi genotipo de KIR, así como a la reacción autoinmune que me había provocado la covid, el inmunólogo me preguntó si estaba dispuesta a probar algo más:

–Por supuesto –le respondí.

Todavía recuerdo con cariño las reticencias que albergué durante tantos años hacia la medicación en reproducción asistida. Mis reparos, mis miedos a estar sobremedicada, a que eso fuera, precisamente, la causa de mis fracasos reproductivos. Y es que, aunque a veces lamento la cantidad de tiempo perdido en el proceso de formar una familia, en momentos como este comprendo que no he perdido nada. Todos estos años han provocado una transformación muy profunda en mi interior, transformación que es imposible hacer de un día para otro. Y aunque ahora me exprese con naturalidad, con desahogo, sé que durante mucho tiempo fui un animalillo asustado, temblando ante el asalto de la medicina sobre mi cuerpo.

Lo cierto es que el inmunólogo tampoco me propuso algo muy descabellado: tan solo emplear un nuevo medicamento. La agraciada fue la hidroxicloroquina: se trata de un antipalúdico, es decir, un medicamento contra la malaria, que también se emplea para tratar enfermedades autoinmunes como el lupus. Cómo un medicamento utilizado para acabar con un parásito termina funcionando para otra cosa completamente distinta es una de esas historias fascinantes de la medicina que no tiene sentido explicar aquí.

En principio, lo único que la hidroxicloroquina tenía de especial es que tardaba bastante en hacer efecto sobre el sistema inmune, por lo que debía empezar a tomarla en el ciclo anterior a aquel en el que haríamos el tratamiento. Esto fue lo que convirtió un diagnóstico de febrero en un tratamiento en abril. Pero así es la vida en reproducción asistida: los enero, febrero a más tardar acaban floreciendo en primavera. ¡Qué se le va a hacer!

Una vez tuve clara la pauta de medicación, la compartí con mis compañeras del grupo de OVO/ADE de la Asociación MSPE. Muchas de ellas habían tomado también hidroxicloroquina, algunas con buenos resultados. Así que no le di mayor importancia hasta que una de las chicas que leyeron mis mensajes me escribió por privado, preguntándome si realmente me iba a atrever a tomarla, porque a ella le aterraban los efectos secundarios.

Reconozco que mi primera reacción fue de condescendencia. He tomado tantos medicamentos a lo largo de mi vida que tenían prospectos infinitos cual papiros egipcios, repletos de efectos secundarios tremebundos que nunca llegaban a pasar, que suponía que este no sería más que otro que añadir a la colección. ¿Qué diferencia podía haber, por ejemplo, con las píldoras anticonceptivas que tomé durante años, cuyo prospecto ocupaba más que el propio blíster, y que no me mataron de un trombo porque extrañamente la Vida había elegido para mí otro destino?

Sin embargo, he llegado a acostumbrarme a cierta reacción de mi inconsciente por la cual una idea se me queda dando vueltas en la mente, llamando a las puertas de mi consciente con insistencia, hasta que entiendo que tiene algo importante que decir. Así que dejé la condescendencia a un lado y busqué por mí misma algunos de los efectos secundarios sobre los que esta chica me había advertido.

Dos de ellos me llamaron especialmente la atención. El primero, la retinopatía por hidroxicloroquina: una pérdida irreversible de visión que tiene lugar por la acumulación del medicamento en la retina, pérdida que puede continuar incluso una vez suspendido el tratamiento, ya que sus efectos son prolongados. El caso es que yo ya tengo experiencia con la pérdida de visión causada por los tratamientos: concretamente, por la hormona foliculoestimulante (FSH) que me inyecté en las dos últimas inseminaciones y durante la estimulación de las dos FIV. El resto de mi pérdida de visión ha sido provocada por las descompensaciones, también de origen hormonal, que provoca el SOP no controlado que he sufrido durante años. Así que no pude evitar echarme a temblar al pensar en una nueva amenaza para mis maltrechos ojos. Después, la espanté como quien espanta una avispa, con miedo pero con determinación. ¿Por qué me iba a pasar a mí todo lo malo del Universo? ¿Y por qué no?

El segundo efecto que llamó mi atención, aunque en comparación parezca un detalle sin importancia, fue el encanecimiento repentino del pelo. Para mí, sin embargo, era una posibilidad que daba al traste con un importante reto vital en el que me encuentro inmersa: el de no teñirme las canas. Es algo que hago por compromiso feminista, de respeto al cuerpo y de autoaceptación; pero no sabía si sería capaz de mantenerlo si mi pelo se volvía completamente gris de un día para otro. Y aunque, comparado con una pérdida de visión irreversible, o incluso la ceguera total, parece que tiene una solución sencilla (pues te tiñes y ya está), no estaba segura de querer renunciar a un compromiso vital que, hasta cierto punto, forma parte de mi identidad. Pero ¿acaso un hijo no es más importante que teñirse el pelo?, me preguntaba. Pues sí, claro... pero, al mismo tiempo... pues no.

Por si el cuadro no estaba lo suficientemente completo, otros efectos secundarios también parecían pensados por y para mí: hipoglucemias severas, urticaria y erupciones cutáneas, disminución de peso, fotofobia, fatiga... Reconozco, no obstante, que apenas tuve corazón para preocuparme por ellos, obsesionada como estaba con los dos anteriores.

La verdad es que no sé es cómo logré sobreponerme al miedo que le cogí a este medicamento y empezar a tomarlo. Más aún en aquellos meses en que un montón de ideas loquísimas acerca del riesgo que corría si me quedaba embarazada embotaban mi mente: un embarazo exacerbaría la covid persistente, un embarazo pondría mi cuerpo al límite, un embarazo me mataría y dejaría a mi hija huérfana... Creo que solo lo logré aplicando una buena dosis de inconsciencia: para minimizar el riesgo de retinopatía, se recomendaba realizar una revisión oftalmológica preventiva, y de hecho, varias chicas del grupo de OVO/ADE se la habían hecho. Pero yo me sentía incapaz de enfrentarme a todo el proceso que implica la solicitud de pruebas que desconocía a un nuevo especialista médico de quien no tenía referencias, así que condensé la pauta preventiva en la compra y uso de unas gafas de sol nuevas. Lo cual, a pesar de su mediocridad profiláctica, da buena cuenta de mi compromiso con un tratamiento que, por lo demás, me aterrorizaba.

Lo que finalmente ocurrió, sin embargo, no se pareció a ninguno de los escenarios apocalípticos que había imaginado.


Empecé a tomar la hidroxicloroquina una noche, en cuanto me llegó la receta de la clínica. La pauta era de 400 mg al día, divididos en dos comprimidos de 200 mg. Así que, a la mañana siguiente, me tomé el segundo comprimido.

De pronto, según conducía hacia el trabajo, empecé a sentir una fuerte ansiedad. Mi estado anímico, sin embargo, no podía ser mejor: brillaba el sol y estaba empezando un tratamiento después de varios meses de pruebas y de muchos más para tomar aquella decisión. No podía estar más feliz. Lo que sentía, además, no se parecía a las crisis de ansiedad sinnúmero que he sufrido a lo largo de mi vida. Más que un ataque, fue como un rapto. Intenté calmarme y no darle más importancia, y al cabo de unos quince minutos, la ansiedad remitió.

Tomé tres comprimidos más, hasta llegar a la tercera noche. Sentía una ansiedad difusa, pero procuré relativizarla. Tranquila, no te vas a quedar ciega mañana. Tranquila, tu pelo tiene las mismas canas que tenía ayer. A pesar de ello, en la tercera madrugada, me desperté de golpe con una sensación, esta vez sí, bien conocida. Salí corriendo de mi cama, seguí corriendo por el pasillo y llegué corriendo hasta el salón. La ansiedad estaba desbocada. No pasa nada, me decía a mí misma, las crisis más graves dan de madrugada. No pasa nada, me repetía como un mantra, en un rato la controlarás y volverás a acostarte.

Pero no fue así. El rapto, esta vez un rapto en toda regla, iba subiendo de intensidad. Sentía como si mi cuerpo fuera arrastrado por oleadas cada vez más fuertes. Paraban unos instantes, durante los cuales mantenía cierta ilusión de control, de que ya estaba, pero al momento regresaban, yendo a más. Mi experiencia con la ansiedad es dilatadísima, así que puse en marcha todos mis recursos: controlar la mente, respirar, moverme si era necesario, incluso plantearme el pedir ayuda. Pero las olas volvían y volvían, embistiéndome con fuerza. No era una ansiedad endógena, provocada por mi cuerpo, que yo pudiera controlar. Era una ansiedad exógena: un medicamento se había adueñado de mí y no había manera de contrarrestarlo. Al cabo de más una hora no estaba mejor, sino infinitamente peor. Así que tomé una decisión drástica: me tomé un ansiolítico y, solo así, poco a poco, logré superar la crisis y descansar.

A la mañana siguiente tenía claro que la hidroxicloroquina no era para mí. Hoy me sorprende mi determinación, pero sé que aquella noche encontré un límite y no pude hacer otra cosa que respetarlo. Así que escribí a la doctora de la clínica para explicarle lo que me había pasado y decirle que había decidido suspender el tratamiento aquella misma mañana. Ella se mostró de acuerdo con mi decisión, pues pensaba que, en mi caso, este medicamento era innecesario, y que además, la reacción que me había provocado no era nada bueno. Hice lo mismo con el inmunólogo, quien se sorprendió mucho por aquel efecto secundario, ya que era la primera de su pacientes que lo padecía, y me dijo que podía suspender el tratamiento y plantearme empezarlo de nuevo pasado un tiempo, quizá reduciendo la dosis. Pero, aunque el inmunólogo sea mi oráculo, yo sabía que no lo iba a volver a tomar.

Pero ¿por qué? ¿Por qué una crisis de ansiedad me hizo renunciar a un tratamiento que, por lo demás, estaba perfectamente justificado en mi caso, a sabiendas de que podía dar al traste con un posible embarazo? Pues porque, desgraciadamente, los efectos neuropsiquiátricos de la hidroxicloroquina no se quedan en ansiedad: pueden escalar a brotes psicóticos y a ideaciones suicidas. A veces, con suicidio consumado.

Y aquella noche sentí claramente que, en una de esas embestidas, en una oleada más fuerte que las anteriores, podía dejar de ser yo. De hecho, ya no era yo quien causaba aquella ansiedad. Era un fármaco frente al cual me sentía completamente impotente. Y mientras todo aquello ocurría, mi hija dormía en su habitación. No podía permitirme un brote psicótico en aquellas circunstancias. Y mucho menos, un suicidio. Un embarazo es una celebración de la vida: no podía transformarse en muerte. En mi muerte.

Porque, además, yo ya había estado cerca de algo parecido hacía tan solo unos meses. En mi segunda visita a urgencias a causa de las crisis cardiorrespiratorias que me provocaba la covid persistente, me recetaron ansiolíticos. Expliqué de todas las formas posibles que aquello que me ocurría no era ansiedad, que yo reconocía perfectamente la ansiedad porque la había sentido muchas veces, que había hecho terapia contra la ansiedad, que me había medicado contra la ansiedad, que había logrado controlar y superar la ansiedad... pero no sirvió de nada. No me creyeron. Salí del hospital con una receta bajo el brazo de un medicamento que nunca compré.

A la tercera visita, sin embargo, me rendí. No podía respirar, sufría bradicardias, apenas podía andar ni tenerme en pie, ni tampoco articular palabra. Pero cuando la doctora que me atendió me preguntó si me había planteado ir a un psicólogo, me quebré. Me volvieron a recetar ansiolíticos y yo me los tomé.

El tratamiento no llegó a los tres meses, y entonces empecé una lenta desescalada. Quería recuperar mi vida con la misma determinación con la que salía cada día a andar los escasos 400 metros que soportaba para recuperar mi salud. Pero los ansiolíticos no iban a dejar que los echara de mi cuerpo sin dar la batalla. Y la dieron, vaya si la dieron.

A mitad del proceso empezaron las ideaciones suicidas. Creo que nunca he sentido algo tan terrorífico en mi vida. Un impulso dentro de mí me animaba a salir a la terraza y saltar. No era una voz, era un impulso, como unas ganas. Ganas de tirarme por el balcón cuando yo hacía todo aquello porque quería vivir. Ganas de acabar con mi vida cuando lo único que yo quería era recuperarla. No tenía ningún sentido, pero así fue como ocurrió y lo recuerdo con terror.

No superé todo aquello para volver a caer en una espiral parecida. El anhelo de un segundo hijo no era más fuerte que el anhelo de conservar mi propia vida.

Así que el tratamiento con hidroxicloroquina duró dos días y medio y cinco comprimidos. Dejé pasar el resto del mes y, con el siguiente ciclo, completé lo que sería la pauta definitiva: 

–Empezar con 4000 UI de heparina y 100 mg de adiro 100 mg nada más terminar la regla.
–Continuar con los 5 mg de ácido fólico y las cinco gotas de vitamina D que llevaba tomando desde mi primera visita a la clínica.
–Inyectarme los 250 mcg de Ovitrelle y ponerme los 800 mg de progesterona (400 mg por la mañana y 400 por la noche) cuando se determinara que era el momento de la "ovulación" y la posterior fase lútea.

En esta ocasión, además, tomé unos probióticos especiales para las mujeres con SOP que intentamos quedarnos embarazadas que me recomendaron mis compañeras del grupo de OVO/ADE. Fueron quince sobres con los que empecé nada más terminar la regla. La verdad es que nunca había tomado probióticos con este objetivo, y reconozco que no pudieron tener mejor efecto :)

3 comentarios:

Ana dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Rocio Gallegos dijo...

Encantada no supero el encontrar tu nuevo blog apenas ahora, me acompañaste tanto cuando recién descubrí quien era y ahora encontrarte de nuevo y leerte wooow es algo inexplicable, yo cambie y leo que cambiaste y ahora aún me acompañan tus escritos. Que maravilloso. ��

Remedios Morales dijo...

¡Oh! ¡Pero qué maravilla reencontrarme con una lectora de "aquella época"! ¡Qué alegría, de verdad! Bienvenida y bienhallada :)

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