domingo, 8 de octubre de 2017

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En un principio, pretendía hacerme pasar por una embarazada normal y no dar la noticia de mi embarazo hasta la semana doce, como se suele decir, "por precaución". Pero lo cierto es que la fecha llegó y pasó y yo seguía sintiendo el mismo vértigo ante la posibilidad de anunciarlo, el mismo miedo paralizante que había sentido al contarlo en cualquier otra semana anterior. Así que el plan de fingirse normal y gritarlo a los cuatro vientos una vez superada la ecografía no fue posible. 

Lo que me hizo espabilar (y comprender que los miedos naturales de abortadora recurrente se me estaban quedando enquistados) fue el obvio, evidente e insoslayable crecimiento de mi tripa. Acostumbrada a vivir mis embarazos en la clandestinidad, el hecho de que este amenazara con anunciarse solo acabó con todo el margen de maniobra del que pretendía disfrutar. ¡Los embarazos no pueden ocultarse para siempre! ¡Tenía que empezar a decirlo!

Y empecé. Y cada vez que lo hacía (cada vez que lo hago, de hecho) sentía que estaba firmando una sentencia de muerte. El terror y la tristeza se apoderaban de mi mirada y, más que anunciar la llegada de una nueva vida, parecía que estaba dándome el pésame a mí misma. Este suplicio, afortunadamente, ha sido solo una parte del proceso. Porque enseguida aparecía la alegría incontenible de quien recibía la noticia para rescatarme cuando más lo necesitaba. 

No siempre era la primera emoción que surgía: también ha habido mucha sorpresa, disfrazada a veces de incredulidad. No han sido ni una ni dos las personas que han tardado en reaccionar, soltando alguna frase de compromiso mientras su mirada se perdía en el horizonte de las cábalas. Pero, al final, siempre ha llegado la sonrisa, el abrazo, los aspavientos contenidos, incluso el llanto. 

Yo no sabía que dar la noticia de un embarazo podía ser así (¡cómo iba a saberlo!). Parece como si hubiera encontrado las palabras mágicas que abren las compuertas del cariño y todo el amor, el consuelo, la confianza, el reconocimiento que durante mucho tiempo no he recibido o que mis interlocutores no han terminado de saber expresar, ha escapado para arroparme y hacerme sentir que, esta vez sí, la Vida me sonríe sin dobleces. Resulta abrumador y extraño a un tiempo, pero también me está ayudando a reconciliarme con mi experiencia.

Poco a poco me voy dejando embargar por una calma desconocida: la tranquilidad de saber que nuestro bebé será muy bien recibido, que se sentirá colmado de besos y abrazos y juegos y cuidados. Ya no somos solo nosotras quienes soñamos con su llegada, quienes planeamos amarlo y cuidarlo, quienes deseamos conocerlo y estar con él. Son muchas más las personas que también lo esperan, que ya le han hecho un hueco en su vida y en sus planes, contando con su presencia para dentro de unos pocos meses.

Y a veces siento que, solo por eso, solo por esa inmensa red de brazos que esperan para acunarlo, este bebé sabrá recorrer el camino que le falta, podrá resistirse a las trampas de mi cuerpo... y nacerá.

2 comentarios:

Luli Lulita dijo...

Yo también lo espero con emoción y cariño y con miles de abrazos, aunque sean virtuales!!!

Remedios Morales dijo...

¡Muchas gracias, bonita! ¡Qué bien sienta, de verdad!

La experiencia de la infertilidad (como cualquier mala experiencia, creo yo) se vuelve a veces tan solitaria... que reconectar con la gente y ver que no estás sola, que muchas personas te acompañan en el camino... ¡es un auténtico renacer!

Y, como madre, es precioso saber que tu hijo está rodeado de tanto amor :D

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