A pesar de la indignación que me consume desde que supe de la existencia del famoso autobús que promueve la transfobia, estoy contenta.
Y estoy contenta porque creo que, en los últimos años, la comunidad LGBTIQ estamos traspasando una frontera muy importante: la que nos separaba de la infancia.
Primero fue la legalización de nuestras familias. No el permiso para su existencia, no: porque nuestra comunidad ha formado familias desde siempre. Sino su reconocimiento legal, y con él, el respeto a nuestros derechos: los de los progenitores hacia sus hijos y los de los hijos hacia sus progenitores.
En los últimos años, además, se ha roto un tabú muy importante: el que existía sobre la propia infancia LGBTIQ. Al parecer, los miembros de nuestra comunidad nacimos adultos, o incluso surgimos bajo una col: de otra manera no se explica que se aparte a los niños de nosotros, cuando muchos de ellos son como nosotros.
Por eso la realidad LGBTIQ debe ser conocida por la infancia, porque la infancia LGBTIQ también existe. Y por eso nuestros derechos, los derechos de los adultos, son también los derechos de los niños. Porque la infancia LGBTIQ también es infancia y, como tal, ha de ser protegida: protegida de gentuza que la haga sufrir cruelmente por el mero hecho de atreverse a ser lo que son, lo que siempre hemos sido y lo que siempre vamos a seguir siendo.
Todos estos pasos que estamos dando, finalmente, muestran que, poco a poco, se va superando otro prejuicio: el que nos considera seres degenerados, pervertidos, desviados y peligrosos. En nombre de ese prejuicio se nos ha intentado apartar durante tanto tiempo de los niños, negándoles de ese modo el desarrollo natural de su propia identidad.
Parece que la sociedad y, sobre todo, quienes se encargan de legislar y juzgar, empiezan a subsanar ese error histórico. El que, por otro lado, tanto ha contribuido a estigmatizarnos, marginarnos y victimizarnos.
A veces me surge el deseo de que mis hijos sean también personas LGBTIQ. La única razón que me mueve a ello es garantizarles una familia que los comprenda y proteja, frente a la clase de energúmenos que todavía andan sueltos. Y es que ser rechazado por tu propia familia es terrorífico: lo sé porque lo he vivido.
Sin embargo, albergo un deseo mayor todavía, y es que algún día deje de ser necesario que personas como yo tengamos este tipo de pensamientos. Porque algún día todos los niños se críen seguros, en su familia y en su sociedad.
Incluidos los niños LGBTIQ.
1 comentario:
El ser humano siempre a tenido miedo a lo diferente o desconocido. Antes lo niega que intentar entenderlo. Pero afortunadamente las cosas cambian, con la educación y el acceso a la información confío conseguiremos que dentro de poco sea una cosa totalmente natural.
Un beso, Maria
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