domingo, 11 de diciembre de 2016

El efecto túnel

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Nunca se me han dado bien los médicos (ni las peluqueras). Por alguna extraña razón, no logro hacerme entender, ni generar empatía, ni nada bueno. Yo pongo todo mi empeño en sonreír, ser simpática y ágil, explicarme con claridad y no molestar más allá de lo necesario. Pero da lo mismo. Cuando salgo de la consulta (o de la peluquería) siempre me invade la misma sensación de fracaso. Y de que los médicos (y las peluqueras) me odian.

Esta situación, ya de por sí dramática, ha empeorado radicalmente desde que he empezado a sufrir lo que yo llamo "el efecto túnel". La primera vez que lo sentí fue en la primera consulta para la primera FIV. Mientras la doctora nos explicaba el protocolo, yo sentía como si mi cabeza estuviera atrapada dentro de una pecera. La veía mover los labios y, por cortesía, iba asintiendo; pero, en realidad, no me estaba enterando de nada. Mi cerebro estaba colapsado de emoción (y no precisamente positiva), así que cualquier procesamiento de datos era, sencillamente, imposible.

Desde entonces, vuelvo a sumergirme en la deprivación sensorial cada vez que acudo a una consulta en la que debo recordar mi desgraciada experiencia con la reproducción asistida. Soy como una abuela que no puede ir al médico sola porque no se entera de lo que le explican. Y como la cosa se ha complicado muchísimo últimamente, ya ni siquiera la presencia de Alma me saca del apuro.

La última vez que me pasó fue en la consulta previa a la histeroscopia. En principio, el trámite era sencillo: el doctor tomaría nota de los datos más relevantes de mi historial médico, me explicaría los detalles de la prueba y me daría cita para realizarla. La realidad, claro, fue mucho más terrible.



Empezamos con las preguntas sencillas: nombre y apellidos, edad, estilo de vida. Estas las respondí bien, incluso haciendo alguna broma, con tranquilidad y entereza. Después, vinieron las de dificultad media: enfermedades, operaciones, salud familiar. Aquí la cosa empezó a hacer aguas, aunque yo no fui consciente, pues me parecía estar respondiendo a todo con detalle. Para terminar, llegaron las dos preguntas bomba:

⎼ ¿Tienes hijos?

Entonces empecé a sentir que me mareaba, que la cabeza me pesaba toneladas, que el tiempo se ralentizaba solo para mí, que iba a desmayarme. Antes de responder, me encogí esperando el siguiente golpe:

⎼ No.
⎼ ¿Abortos?

Ahí me di cuenta de que cualquier preparación es inútil. El tiempo se paró de golpe, el dolor lo inundó todo y ya solo quedaba el bombeo insistente de la sangre en las sienes. No veía y no oía: me había transportado a una habitación llena de imágenes terribles en la que no encontraba puertas ni ventanas.

⎼ Tres.

La cara del médico también cambió. Yo entré en modo autómata. Seguí respondiendo, seguí asintiendo, seguí haciendo como si me enterara de algo, pero pidiéndole que lo pusiera todo por escrito. Al menos, eso parece que lo hice bien.

Después salí de la consulta, me abrigué, abrí el paraguas cuando llegué a la calle y caminé hasta el coche. Una vez dentro, dejé el bolso, dejé el paraguas y me puse a llorar desconsolada.

A los pocos minutos, sin embargo, pegué un grito y mis lágrimas retrocedieron. ¡No le había dicho que tenía SOP! ¡¿Cómo se me podía haber olvidado?! No le había dicho que tenía SOP, ni que tomaba metformina, ni la píldora...

Intenté recordar en qué momento de la conversación me había despistado, en qué momento me preguntó por mi condición física o por la medicación y yo no había respondido. Pero fui incapaz de recordar la secuencia de preguntas, fui incapaz de reconocer cuándo tenía que haber contestado. La conversación había tenido lugar hacía apenas diez minutos pero no había dejado ningún poso en mi cerebro.

Aprovechando que había dejado de llorar, traté de tomármelo de la mejor manera posible. Sufro el efecto túnel. Es una realidad. Si me hacen recordar mi historia una y otra vez, me bloqueo. Me pasa lo mismo que a las personas que, tras una experiencia traumática, deben declarar una y otra vez ante la policía, antes los jueces. No puede ser, no es sano. El sufrimiento psicológico hace que los recuerdos se distorsionen, se fijen o se borren. 

Me tocó volver a llamar otro día, hablar con la enfermera y completar mi historia. Por suerte, la medicación no afecta a la prueba y el SOP... bueno, es el SOP.

Los médicos se me dan mal y ahora, encima, esto.
Mi único consuelo es que con las peluqueras todavía no me pasa.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola!
Ya tengo los resultados de los anticuerpos antipaternales y me salio 5%, que es negativo y bajisimo, se supone que necesito la vacuna. Estoy en un dilema.
Hay tantos médicos que no la reconocen.. Sinceramente pensé que me saldrá bien..No tengo ni idea que hacer ahora..
Maria

Remedios Morales dijo...

¡Hola María!

No te puedo ayudar mucho con lo de la vacuna porque, por razones evidentes, desconozco bastante el tema :)

Sin embargo, sí que puedo echarte una mano con el dilema. Yo me plantearía lo que puedes ganar y lo que puedes perder si la utilizas. Supongo que por ganar hay mucho (todo, quizás) y por perder hay, sobre todo, dinero. Es una decisión muy personal, claro, pero llegados a cierto punto, si os lo podéis permitir, yo lo intentaría.

No obstante, procura llegar a ese intento con todas las garantías, para que, si sale mal, tengas claro a qué se debe (todo lo claro que se puede tener en estos casos, que a veces no es mucho). No vaya a ser que le eches la culpa a la vacuna cuando lo que ha salido mal es otra cosa.

Personalmente, te aconsejo que acudáis a un especialista en inmunología reproductiva. Vais a ver el cielo abierto, ya verás :)

¡Un abrazo!

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