En estos días me he dado cuenta de que la adopción y la reproducción asistida me suscitan emociones muy diferentes.
Y no solo desde mi situación actual, en la que es lógico haber acumulado mucha negatividad contra la reproducción asistida y sentirse fresca e inocente en cuanto a la adopción. Me refiero al comienzo de los dos procesos, que ha sido muy distinto.
La primera vez que visitamos la clínica de reproducción asistida, Alma y yo volvimos a casa enfadadas y abatidas. Y no porque tuviéramos una mala experiencia, todo lo contrario: nos trataron muy bien, nos dijeron que seguramente el proceso iba a ser breve y sencillo debido a mi edad y a mi aparente estado de salud (!), y nos aconsejaron intentar hacernos todas las pruebas posibles a través de la Seguridad Social. No podíamos pedir más.
Aun así, sentíamos que la reproducción asistida nos obligaba a pasar por muchos aros que, si de nosotras hubiera dependido, habríamos evitado. Y no me refiero a las pruebas u otras intervenciones médicas que no apetecen, sino a algo más profundo. Personalmente, no estoy de acuerdo en medicalizar un proceso sin necesidad, violentando el cuerpo con fármacos, borrando todo atisbo de intimidad para la pareja y cobrando por ello miles de euros. No era ni mucho menos la manera que habría elegido para formar una familia, pero me veía obligada a hacerlo si quería concebir un hijo que fuera legalmente nuestro desde el primer día.
Aun así, sentíamos que la reproducción asistida nos obligaba a pasar por muchos aros que, si de nosotras hubiera dependido, habríamos evitado. Y no me refiero a las pruebas u otras intervenciones médicas que no apetecen, sino a algo más profundo. Personalmente, no estoy de acuerdo en medicalizar un proceso sin necesidad, violentando el cuerpo con fármacos, borrando todo atisbo de intimidad para la pareja y cobrando por ello miles de euros. No era ni mucho menos la manera que habría elegido para formar una familia, pero me veía obligada a hacerlo si quería concebir un hijo que fuera legalmente nuestro desde el primer día.
Sin embargo, este breve-pero-intenso devaneo con la adopción nos ha llenado de una inmensa alegría. Lo que hemos hecho hasta ahora no es más que un rollo burocrático (presentar papeles y recibir una carta de confirmación), equiparable a la primera visita a una clínica; pero la diferencia es patente.
Supongo que se debe a que el proceso de adopción sí nos parece adecuado. Está gestionado por un organismo público sin ánimo de lucro (!) y las exigencias de formación, papeleo y estudio psicosocial resultan, en principio, sumamente lógicas. Además, la adopción nacional sobresale por algo que es fundamental para nosotras: la no-discriminación entre parejas homosexuales y heterosexuales.
Entiendo que, según vayamos avanzando, iré descubriendo otras partes más amargas de la adopción; pero insisto: el inicio de ambos procesos ha sido bien distinto.
No puedo dejar de pensar, por ejemplo, en mi (in)capacidad para compartirlos. Cuando Alma y yo pisamos por primera vez nuestra clínica, yo ya tenía abierto este blog. Y me fue imposible relatar la experiencia. De hecho, no expliqué ninguna prueba, ni las inseminaciones, ni siquiera la primera FIV en tiempo real, porque todo aquello me generaba un rechazo que me lo impedía.
Sin embargo, la otra tarde, nada más recibir el aviso de Correos, me puse a redactar la entrada en la que contaba que nos había llegado una carta del Instituto del Menor, sin estar segura siquiera de que así fuera.
Esto no quiere decir, por supuesto, que en realidad nunca haya querido quedarme embarazada, que lo mío sea la adopción y que haya boicoteado todo el proceso de reproducción asistida de manera inconsciente. Ojalá las cosas fueran tan sencillas. Lo que quiere decir es que, desde un principio, he estado en desacuerdo con cómo se hacen muchas cosas en reproducción asistida, lo que me ha creado un gran malestar que, afortunadamente, no está presente en este nuevo proceso.
Supongo que se debe a que el proceso de adopción sí nos parece adecuado. Está gestionado por un organismo público sin ánimo de lucro (!) y las exigencias de formación, papeleo y estudio psicosocial resultan, en principio, sumamente lógicas. Además, la adopción nacional sobresale por algo que es fundamental para nosotras: la no-discriminación entre parejas homosexuales y heterosexuales.
Entiendo que, según vayamos avanzando, iré descubriendo otras partes más amargas de la adopción; pero insisto: el inicio de ambos procesos ha sido bien distinto.
No puedo dejar de pensar, por ejemplo, en mi (in)capacidad para compartirlos. Cuando Alma y yo pisamos por primera vez nuestra clínica, yo ya tenía abierto este blog. Y me fue imposible relatar la experiencia. De hecho, no expliqué ninguna prueba, ni las inseminaciones, ni siquiera la primera FIV en tiempo real, porque todo aquello me generaba un rechazo que me lo impedía.
Sin embargo, la otra tarde, nada más recibir el aviso de Correos, me puse a redactar la entrada en la que contaba que nos había llegado una carta del Instituto del Menor, sin estar segura siquiera de que así fuera.
Esto no quiere decir, por supuesto, que en realidad nunca haya querido quedarme embarazada, que lo mío sea la adopción y que haya boicoteado todo el proceso de reproducción asistida de manera inconsciente. Ojalá las cosas fueran tan sencillas. Lo que quiere decir es que, desde un principio, he estado en desacuerdo con cómo se hacen muchas cosas en reproducción asistida, lo que me ha creado un gran malestar que, afortunadamente, no está presente en este nuevo proceso.
1 comentario:
Creo que está todo dicho: la adopción es vuestra vía, vuestra elección. La sentís más cercana a vosotras. Mucha suerte en el camino que queda por recorrer pero lo más importante, las ganas, las tenéis.
Un abrazo :)
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