Hace algunas semanas que descubrí la página que acompaña a esta fotografía, y he de reconocer que su lectura me ha ayudado mucho a normalizar el proceso que estoy viviendo.
Han pasado tres meses desde que Alma y yo asistimos a la primera consulta en la clínica de reproducción asistida. Desde entonces, mi vida se ha convertido en una sucesión interminable de consultas médicas, pruebas, análisis y medicamentos. Todavía no hemos empezado con la fase reproductiva y yo ya me siento agotada y, en muchos momentos, incapaz de seguir adelante. Sufro estrés, ansiedad e insomnio. Me encuentro inexplicablemente enferma. Mis reglas, hasta ahora regulares, se han descontrolado. Y a menudo me descubro preguntándome cuál era el fin de todo esto.
Lo peor es sentir que no debería sentir lo que siento. Que debería estar contenta y agradecida (como han llegado a decirme) porque la ciencia me permita ser madre. Que debería haber contado (pues ya lo sabía de antemano y no es ninguna sorpresa) con un proceso semejante. Sin embargo, yo me siento enajenada de mi cuerpo, inspeccionada y expuesta, constantemente evaluada. Tengo miedos que no imaginaba, preocupaciones que me asaltan por primera vez en mi vida, dudas absurdas y ridículas y que me hacen sufrir enormemente. Y no estoy contenta, no. No era este el camino hacia la maternidad que yo imaginaba.
Así que me tengo que repetir, para convencerme, que la reproducción asistida es mi aliada, no mi enemiga.
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