domingo, 2 de febrero de 2020

Seis meses con la regla


Cuando se iban a cumplir dos años de la célebre Fecha de Última Regla (FUR) y mi hija tenía quince meses, la menstruación volvió a llamar a mi puerta.

Reconozco que llevaba esperándola mucho tiempo. Tres meses después del parto, empecé a notar movimiento en los ovarios. Y creí que, con mi mala suerte característica, sería una de las pocas mujeres a quienes les viene la regla a pesar de la Lactancia Materna Exclusiva (LME). Sin embargo, me equivoqué. Y pasados esos primeros meses de "sensaciones extrañas", hasta me dio igual.

Solo cuando mi hija cumplió su primer año, empecé a preguntarme en qué momento volvería. La matrona nos había explicado que podía tardar mucho, sobre todo al seguir dando el pecho, y que cualquier lapso de tiempo era normal. Yo confiaba en ello y no estaba preocupada, pero empecé a tener una vaga sensación de no quererla y, sin embargo, necesitarla.

Soy de las que piensan que, a pesar de que nos enseñen a vivir la regla como un engorro, o incluso aunque podamos argumentar que objetivamente lo es, lo cierto es que forma parte indisociable de la salud de nuestro cuerpo, así que es previsible que su ausencia prolongada nos haga echarla de menos, aun cuando, de alguna manera, creamos que no es así.

Por más que la esperara, sin embargo, reconozco que no la vi venir. Los síntomas premenstruales fueron muy diferentes a los que conocía, y, de hecho, solo comprendí que eran "síntomas" una vez que volví a ver el papel higiénico manchado de sangre una mañana, y entendí de golpe todas las "rarezas" de las semanas anteriores.


Uno de estos síntomas fue el escozor intenso de los pezones. La primera vez que me pasó, fue tan doloroso e inesperado, que temía estar enfrentándome a alguno de los problemas que tanto me atormentaron al comienzo de la lactancia, como las perlas de leche o el desquiciante dolor "inespecífico".

Con las siguientes reglas, entendí que era un síntoma asociado a la ovulación. Sin embargo, era tan doloroso y, al principio, duraba tanto tiempo (unas dos semanas por ciclo) que, por primera vez desde el inicio de la lactancia, me planteé la posibilidad de destetar. Porque hasta las tomas de una niña de año y medio, eficaces y cortas donde las haya, se me hacían insoportables.

A pesar de ello, aguanté el tirón y, afortunadamente, descubrí que era un síntoma pasajero. De hecho, pasados los primeros ciclos, se ha ido reduciendo hasta prácticamente desaparecer.

Además de por el dolor, este síntoma se me hizo muy cuesta arriba debido a un profundo cambio de humor que también acompañó al cambio hormonal. Y es que, mientras duró el imperio de la prolactina, yo me sentía como una especie de "Virgen de la Leche": calmada, paciente, beatífica y totalmente entregada a la crianza de mi hija.

Sin embargo, con el despertar de mis ovarios, se despertó también el dragón de siete cabezas que, al parecer, llevo dentro. Al principio fue horroroso, porque no entendía qué me pasaba, por qué, de pronto, TODO me sacaba de quicio. Y lo peor fue sentir que ya no tenía paciencia con mi hija, escucharme gritándola, apartándola de mí, incluso, sin entender qué me ocurría y sin poder controlarlo.

Que me viniera la regla me ayudó a comprender lo que me pasaba, pero restablecer cierto equilibrio me ha llevado más tiempo. Admito que, a veces, todavía echo de menos a esa yo que era todo amor y entrega; otras veces, no obstante, me alegro de volver a cabalgar sobre el dragón de siete cabezas. Porque en la vida también hace falta un poco de mala baba y de saber ponernos en nuestro sitio. O, al menos, yo le estoy cogiendo el gustillo.

Las primeras reglas también fueron distintas en sí mismas, más allá de los síntomas premenstruales. Lo más llamativo fue la cantidad: parecía como si se abrieran las compuertas de mi útero y todo saliera en tromba. Nunca había tenido reglas tan abundantes que me pusieran al borde del desmayo; lo más parecido que había vivido era mi primer aborto. Para mi desgracia, además, no encontré tampón ni compresa ni combinación entre ambos que las contuvieran. Y aunque, con los ciclos, se han moderado un poco, sigo teniendo reglas infinitamente más abundantes que antes del embarazo.

Pero no todo podía ser malo. Y es que estas reglas, por más molestias que me provocaran, eran, casi por completo, indoloras. Todas parecían reglas con adiro: completamente líquidas, sin coágulos. Desconozco la causa de este cambio (aunque mis hipótesis tengo) y, a pesar de que, con el tiempo, se ha estropeado un poco, por el momento no he vuelto a tener que tomar ibuprofeno tres días seguidos para no morir en el intento, como me pasaba antes.

Por otro lado, el dragón de siete cabezas, junto con el locurón hormonal, trajo consigo un "síntoma" interesante: el deseo sexual. Y es que la "Virgen de la Leche" era una virgen completa: puro amor, cero sexualidad. Cuando una lo piensa desde el punto de vista de la lactancia y sus funciones (entre otras, el control de la fertilidad), tiene todo el sentido. Pero vivirlo en pareja no es tan sencillo.

En realidad, estoy convencida de que debería y podría serlo si tuviésemos más cultura lactante; pero no cultura teórica, sino práctica: si comprendiésemos y respetásemos este momento de la vida sexual de la mujer que amamanta. Pero con una cultura tan precaria, llena de expectativas absurdas, la cosa se complica. Así que, para mí, volver a ser sexualmente activa fue un alivio.

Para terminar, tenía pendiente comprobar si vivir como si fuera diabética seguía siendo efectivo para controlar los estragos del SOP una vez que me viniera la regla. Y tengo que decir que, según mi experiencia hasta el momento, no solo es efectivo, sino que ha mejorado con respecto a la época anterior. Así, cada vez que me viene la regla, parece como si mi sistema endocrino se relajar de golpe. Lo noto, sobre todo, en la piel, que parece resetearse, y deja de sufrir la ebullición del acné (incomparablemente más leve que en otros momentos de mi vida) por unos días.

De hecho, ya no me queda duda de que, a mí, lo que me sienta mal es la ovulación. Ese es el periodo de mi ciclo donde el acné se dispara, y donde, si me doy algún caprichito dulce, más sufro sus estragos. De todas formas, este es prácticamente el único síntoma del SOP contra el que lucho: no se me cae el pelo, tampoco noto un hirsutismo especial, ni estoy engordando.

Los primeros ciclos, además, fueron bastante breves: después del primero, que duró 46 días, tuve uno de 31, dos de 29 y uno de ¡27! En ellos, además, noté la ovulación muy claramente y, no sé por qué, me sentía superfértil. De hecho, estoy convencida de que, si hubiera intentado quedarme embarazada entonces, como les pasa a muchas mujeres infértiles, lo habría conseguido sin problemas.

Pero mi cuerpo es un cuerpo SOP y, tras esa ilusión de fertilidad, ha vuelto a las andadas. Siento que busca su equilibrio en el desequilibrio del que no puede librarse y, lamentablemente, todavía no lo ha encontrado.

Pero ese es otro tema para otra entrada :)

1 comentario:

Juan Gomez dijo...

Todavía no puedo creer que no sé por dónde empezar, mi nombre es Juan, tengo 36 años, me diagnosticaron herpes genital, perdí toda esperanza en la vida, pero como cualquier otro seguí buscando un curar incluso en Internet y ahí es donde conocí al Dr. Ogala. No podía creerlo al principio, pero también mi conmoción después de la administración de sus medicamentos a base de hierbas. Estoy tan feliz de decir que ahora estoy curado. Necesito compartir este milagro. experiencia, así que les digo a todos los demás con enfermedades de herpes genital, por favor, para una vida mejor y un mejor entorno, póngase en contacto con el Dr. Ogala por correo electrónico: ogalasolutiontemple@gmail.com, también puede llamar o WhatsApp +2348052394128

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