jueves, 15 de noviembre de 2018

Y... ¿cómo es ser madre con infertilidad?

Me he pensado mucho el título de esta entrada. La primera opción que se me ocurría era: "Y... ¿cómo es ser madre TRAS la infertilidad?". Pero después me di cuenta de que la infertilidad, por más paradójico que resulte, no suele terminar cuando tienes un hijo. La infertilidad, en la mayoría de los casos, es una condición de tu cuerpo que te acompaña antes, durante y después del embarazo.

Reconozco que es algo que me ha costado admitir durante todos estos años. En general, las etiquetas me resultan esencialistas y limitadoras, así que, cuando veía que otras mujeres abrazaban la de "infértil", solo quería mirar hacia otro lado. Me decía a mí misma que no tenía tanto que ver con su significado como con el hecho de colgarse un nuevo "cartelito", pero ahora ya no estoy tan segura. Supongo que no quería reconocerme como infértil porque no quería aceptar todo lo que ello implica.

Curiosamente, ahora que soy madre es cuando ya no puedo seguir mirando hacia otro lado. Ser infértil importa: antes, durante y después. Ser infértil no es como no serlo, como no haberlo sido nunca. Y aunque yo no pueda hablar por boca de todas las mujeres infértiles, porque cada una tenemos nuestras circunstancias en todos los sentidos; sí que he identificado algunos rasgos de la maternidad infértil con los que, quizá, otras mujeres en mi misma situación pueden sentirse identificadas.



El primer lugar, creo que la infertilidad es una vacuna estupenda contra la desesperación maternal. No contra la agonía del posparto, no; esa me parece invacunable: hay que pasarla y punto. Pero sí contra todas esas pequeñas grandes desesperaciones posteriores: las noches sin dormir después de noches sin dormir, los pañales desbordados justo al salir de casa, las dudas, los miedos, las críticas bienintencionadas, el llanto que no cesa, la teta que se cansa... En momentos de auténtico locurón maternal, yo siempre me pregunto: "¿Preferirías volver a lo de antes?". Y la respuesta inmediata es: "Nononono, por favor, no". Un as en la manga con el que entiendo que no cuentan todas las madres.

Creo que nada en esta aventura de ser madre me haría decantarme por lo anterior. Porque lo anterior, en mi caso, en muchos casos como el mío, no es la despreocupación, la espera gozosa, la ilusión y los planes. Lo anterior, en nuestros casos, suele ser una angustia existencial hiriente, profunda, total. Ni mil noches en vela, ni mil millones de dientes en erupción pueden igualarla.

Lamentablemente, no todo en la maternidad infértil me parece tan positivo. Para mí, una de las peores secuelas que deja la infertilidad es esa inseguridad radical que va calando en nuestros huesos durante todo el proceso. Todavía hoy, demasiadas veces, miro a mi hija y no me lo creo. Y no se trata de un no creérselo festivo, emocionante, no; se trata de un no creérselo literal. Hay momentos en que todavía me comporto como si mi hija de ocho meses fuera un embrión con el que es preferible no encariñarse por si acaso. Mi mente, acostumbrada a escudarse frente a la nada, encuentra graves dificultades para relajarse y disfrutar de esta nueva etapa de la vida.

Esta situación, evidentemente, puede afectar y afecta a la formación del vínculo materno. Y no es algo que, a mi juicio, se arregle con voluntad. Hay heridas que solo curan con el tiempo y la experiencia, heridas físicas y psicológicas evidentes, heridas más profundas que, en un principio, ni siquiera sabías que estaban ahí. En mi caso, no se trata solo de un embarazo regulero, de un mal parto, de un puerperio infernal. Han sido muchos años conteniendo la respiración, lamentándome lo justo, reponiéndome rápido para poder seguir. Y todo eso tenía que pasar factura, y la está pasando justo ahora que tengo una hija.

En este sentido, considero que las madres infértiles somos especialmente vulnerables. Entre otras cosas, porque la infertilidad es una enfermedad, y tener hijos no la cura. Estas enfermedades que tantos disgustos nos han dado antes, son enfermedades con las que tenemos que convivir y a las que nos tenemos que enfrentar después. Y, en muchas ocasiones, ni siquiera éramos conscientes de que las tuviéramos.

En mi caso, a un SOP con riesgo cardiovascular se le unen varias trombofilias, un antecedente gordo de diabetes y un sistema inmune tendente a hacer extraños como el SAF obstétrico. Son enfermedades crónicas que afectan a mi vida cotidiana y que no se evaporaron mágicamente el día en que di a luz. Y me toca hacerme a la idea y aprender a vivir con ellas mientras (como si fuera poco, como si fuera fácil) aprendo también a ser mamá.

A pesar de este peso, creo que las mujeres con infertilidad, seamos madres o no, contamos con la ventaja de habernos enfrentado ya a la adversidad. Evidentemente, la infertilidad no es el único camino vital plagado de dificultades; ni siquiera es el peor o el más doloroso (aunque tiene una importancia mayor de la que generalmente se le atribuye). En cualquier caso, esta familiaridad con lo adverso es una oportunidad estupenda para adquirir destrezas sumamente útiles en cualquier esfera de la vida, incluida la maternidad.

Si la primera vez que te enfrentas a un contratiempo importante, a una frustración, a un plan A que termina convertido en un plan B, C, D..., a la pérdida de control... es con tu hijo, la cosa puede hacerse muy cuesta arriba. En cambio, cuando estás acostumbrada a resolver, a pensar en alternativas, a tener que imaginarlo todo desde cero, a asumir esas circunstancias que no puedes cambiar...; cuando, además, te has visto obligada a todo ello, sin haberlo elegido, los retos de una maternidad "normal" terminan siendo mucho más llevaderos.

Y si además de madre infértil eres madre lesbiana... ¡ni te cuento!

3 comentarios:

Luli Lulita dijo...

En muchas cosas, comparto tu opinión, pero en otras, me falta ya ese punto de hecho reciente que aún tienes tú. Yo empecé a buscar embarazo hace unos 7 años ya, lo pasé mal, obviamente, pero por suerte, la vida me regaló un embarazo natural y sin mucho de lo que habéis sufrido otras como tú. Y luego vino el embarazo de Ranita, casi sin buscarlo, sin esperarlo y como una "coneja" más. Te cuento todo esto porque no he olvidado que he sido infértil, que probablemente lo soy, pero me he reconciliado conmigo misma y con mi cuerpo después de tanto tiempo y de dos hijos preciosos. Una amiga que tiene hijos por ovo dice que ella no los mira y piensa en ovo, piensa en sus hijos. Pues a mí me pasa lo mismo ya, no pienso en infertilidad, no me veo ni más ni menos especial ni que el tiempo que me costó quedarme embarazada influya hoy en día para nada en mi maternidad. Puede que a ti te pase igual dentro de un tiempo, o puede que no, cada persona es diferente, pero las sensaciones van cambiando y nuestros hijos ocupan taaaaanta parte de nuestras vidas que cubren todo lo demás, dejándolo en un segundo, tercer o décimo noveno lugar. Disfruta de tu hija, de tu familia, a tu manera, como puedas y quieras. Una forma bonita de pensar en la infertilidad es que es la causante de que tu hija esté en tu vida, si no, no habría sido ella. Un abrazo gigantesco a las 3

Remedios Morales dijo...

¡Hola Luli! Muchas gracias por tu comentario, la verdad es que me ha hecho pensar...

Creo que tienes razón con lo del "hecho reciente". Estoy segura que la infertilidad no se vive igual cuando ya hace tiempo que tu familia está completa. Incluso aunque te la hayan provocado enfermedades crónicas, después supongo que dejas de ser infértil para ser "solo" eso, enferma crónica.

También estoy contigo en que hay experiencias que pegan un acelerón a la recuperación emocional. Desde luego, un embarazo natural y por sorpresa seguro que es una de ellas. En mi caso, claro, es algo biológicamente imposible. Pero tengo los ojos bien abiertos para descubrir otras experiencias que sí me pueden servir. La crianza, en sí misma, es una de ellas; pero creo que lleva su tiempo.

Y sí, tienes razón con la idea de que todo lo que he pasado ha traído a mi vida a mi hija, que sería otra si una sola de las piedrecitas que encontramos en el camino hubiesen sido distintas, y yo no la cambiaría por nada de este mundo porque me parece perfecta tal y como es (babas, babas y más babas, jeje). Pero que de algo malo haya salido algo bueno no convierte lo malo en bueno. Yo siento que tengo una herida y me doy cuenta cada día que tengo pendiente sanarla. Ojalá fuera de otra manera, pero es así como lo estoy viviendo. Y creo que es necesario darle su importancia porque hacer como si las heridas no existieran solo contribuye a empeorarlas.

¡Un abrazo fuerte para ti también!

Luli Lulita dijo...

De doy toda la razón, absolutamente, no podría estar más de acuerdo. Las cosas hay que hablarlas, exteriorizarlas y darles la importancia que tienen. Así, a veces se curan. A veces no, pero guardándolas dentro y haciendo como que no existen no se curan nunca jamás ni se mejoran. Así que habla, que aquí estamos para escucharte y para darte nuestra visión por si te puede servir. Un abrazo gordote!

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