A medida que el camino se va alargando, crece la posibilidad de que los recuerdos de una u otra etapa te asalten donde menos te lo esperas.
Ayer me ocurrió. Estaba pasando la ITV y no pude evitar acordarme de aquel mismo lugar, de aquella misma actividad, hace dos años. Hace dos años también fui a pasar la ITV a finales de octubre, pero hace dos años estaba embarazada.
Fue el día en que terminaba la ecoespera. No teníamos clase y decidimos aprovechar la mañana para pasar la ITV y después ir a la clínica. El plan era ver a nuestro pequeño en la ecografía, escuchar el latido de su corazón y celebrar el alta en un restaurante para el que habíamos reservado mesa. Me había pasado toda la ecoespera incrédula y asustada, y esperaba ansiosa este día para empezar a convencerme de que lo que tanto había deseado estaba ocurriendo, de que todo iba a ir bien.
El recuerdo que me asaltó ayer fue el de bajar del coche y esperar de pie mientras el técnico comprobaba el funcionamiento de los frenos, sintiéndome invadida por el maravilloso peso del embarazo, el mareo y la náusea, desbordante de plenitud, de orgullo.
Nuestro plan salió mal, evidentemente. Pudimos ver un saquito alojado en mi útero, perfectamente formado y adherido, con el tamaño adecuado pero sin un embrión visible. Aún tendríamos que esperar una semana para escuchar el latido de su corazón y jamás llegaríamos a obtener el alta. La comida fue amarga: nos traspasaba el silencio de los malos presagios, apenas roto por frases inconexas con las que intentábamos restar dramatismo a la situación, darnos ánimos.
No es un recuerdo que duela. Tan solo se me encoge el corazón un instante, atravesado por la punzada de lo que pudo ser y no fue. Poco a poco, sin embargo, he ido asimilando que esta es mi historia, que esta es mi vida y mis circunstancias, que estas son mis piedras: las piedras de mi camino.
No las he elegido, pero forman parte de mí.
Y me construyen.
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