sábado, 29 de octubre de 2016

Recuerdos

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A medida que el camino se va alargando, crece la posibilidad de que los recuerdos de una u otra etapa te asalten donde menos te lo esperas.

Ayer me ocurrió. Estaba pasando la ITV y no pude evitar acordarme de aquel mismo lugar, de aquella misma actividad, hace dos años. Hace dos años también fui a pasar la ITV a finales de octubre, pero hace dos años estaba embarazada.

Fue el día en que terminaba la ecoespera. No teníamos clase y decidimos aprovechar la mañana para pasar la ITV y después ir a la clínica. El plan era ver a nuestro pequeño en la ecografía, escuchar el latido de su corazón y celebrar el alta en un restaurante para el que habíamos reservado mesa. Me había pasado toda la ecoespera incrédula y asustada, y esperaba ansiosa este día para empezar a convencerme de que lo que tanto había deseado estaba ocurriendo, de que todo iba a ir bien.

El recuerdo que me asaltó ayer fue el de bajar del coche y esperar de pie mientras el técnico comprobaba el funcionamiento de los frenos, sintiéndome invadida por el maravilloso peso del embarazo, el mareo y la náusea, desbordante de plenitud, de orgullo.

Nuestro plan salió mal, evidentemente. Pudimos ver un saquito alojado en mi útero, perfectamente formado y adherido, con el tamaño adecuado pero sin un embrión visible. Aún tendríamos que esperar una semana para escuchar el latido de su corazón y jamás llegaríamos a obtener el alta. La comida fue amarga: nos traspasaba el silencio de los malos presagios, apenas roto por frases inconexas con las que intentábamos restar dramatismo a la situación, darnos ánimos.

No es un recuerdo que duela. Tan solo se me encoge el corazón un instante, atravesado por la punzada de lo que pudo ser y no fue. Poco a poco, sin embargo, he ido asimilando que esta es mi historia, que esta es mi vida y mis circunstancias, que estas son mis piedras: las piedras de mi camino.

No las he elegido, pero forman parte de mí. 
Y me construyen. 

domingo, 23 de octubre de 2016

El dilema de la Seguridad Social

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Como cada vez que me mandan pruebas en las clínicas, lo primero que hice después de la última visita fue pedir hora con mi doctora de la Seguridad Social. Mi plan era solicitar dos citas para dos especialidades distintas: Ginecología (donde pediría la histeroscopia que, inevitablemente, ahora sí que me tengo que hacer) y Hematología (porque me tengo que repetir algunos valores de coagulación e inmunología que ya me hice con el estudio de trombofilia, pues, al parecer, hay que repetirlos al menos una vez para confirmar los resultados).

Esta misma pauta de acudir a las especialidades de la Seguridad Social la había seguido ya en otros momentos, siempre con un resultado muy bueno, la verdad: en dos o tres meses tenía todas las pruebas hechas, tanto en Ginecología como en Hematología. Así que imaginé que en esta ocasión no tenía por qué ser distinto, y estaba contenta porque eso suponía poder tener todo listo antes de que nos volvieran a llamar de la lista de adopción de embriones.

El problema es que mi doctora de ahora no es mi doctora de siempre. Mi doctora de siempre se jubiló hace cosa de un año y yo me quedé en estado de "orfandad sanitaria". No es exagerado: aquella doctora conocía mi caso desde que tuve la depresión, conocía mis circunstancias familiares y a casi todos los miembros de mi familia, conocía a Alma y, por si todo esto fuera poco, nos apoyaba activamente en la aventura de buscar el embarazo y siempre me mandaba todas las pruebas (y a todas las especialidades) que le pedía. 

Desde entonces he tenido dos doctoras distintas, a las que les he ido contando mi situación de manera parcial y a trompicones. Y esta última no sé lo que ha entendido de todo lo que me pasa.

El caso es que, después de explicarle, más o menos, los últimos capítulos de mi situación, ella tomó una decisión que no me esperaba: me dio una cita para Esterilidad.

Me quedé tan en shock que no pude hacer otra cosa que aceptarla y marcharme a mi casa sin poder decidir si lo que había pasado era bueno o malo. 

lunes, 17 de octubre de 2016

Consulta por abortos de repetición

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Después de acumular tres abortos, el último de ellos con un embrión donado por una chica joven y sana, he tomado verdadera conciencia sobre mi situación. 

Por eso, al encontrar a una de las doctoras de nuestra clínica recomendada en los foros de abortos de repetición (en los que apenas recomiendan ginecólogos porque apenas saben sobre el tema) (los ginecólogos, no las chicas de los foros, que se las saben todas), decidí que no iría a consulta con ninguna otra.

Tuvimos que esperar unos quince días para conseguir una cita con ella, en un horario horrible de un día que me venía fatal. Pero me me importó. Necesitaba encontrar a alguien competente, alguien que no me hablara de estadísticas, de mala suerte, de insistir.

A pesar de las recomendaciones, preparé la artillería pesada: varios folios con las listas de pruebas que otras chicas antes que yo habían recopilado en Internet, una descripción minuciosa de cualquier tontería que alguna vez hubiera sentido alguno de mis familiares y que en mi caso se estuviera traduciendo en abortos de repetición, otra lista con todos los síntomas absurdos e inconexos que se me ocurrió que tal vez tuvieran algo que ver. Y todas las pruebas, de nuevo. Y todo el historial.

Afortunadamente, no hizo falta. La doctora tardó en atendernos, pero para cuando nos llamó a la consulta, se había estudiado todos mis datos (en esta clínica escanean cualquier cosa que les lleves y la incluyen en tu ficha) y nos había impreso una lista con las pruebas que me tenía que hacer. Nos las explicó todas muy claramente, nos advirtió sobre el carácter experimental de algunas de ellas y acabó con una frase que no ha dejado de resonar en mi cabeza desde entonces:

– Llevas tres abortos con treinta y cuatro años. Algo te pasa, ¿no?

Casi la beso. Casi salto por encima de la mesa para besarla, porque esa era exactamente la frase que necesitaba oír. Con los ojos temblorosos cual dibujo de Manga, apenas pude susurrar un "sí".

Algo me pasa. Eso no quiere decir que lo encontremos, ni que consiga derrotarlo. Pero me pasa algo que no es mala suerte, ni estadística, ni designio divino, ni impaciencia. 

Y tengo derecho a intentar superarlo.


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