sábado, 18 de junio de 2016

Tengo ganas de conocerte


He pasado muchos meses sintiendo tristeza, angustia, incertidumbre, rabia e incluso vergüenza por no poder tener un hijo con mis propios óvulos. Y eso que yo creía que mi apego genético era prácticamente nulo (!).

Desde que empecé a recuperar las fuerzas para embarcarme en un nuevo tratamiento, sin embargo, una sensación distinta está surgiendo dentro de mí: se trata de una curiosidad traviesa, festiva, que me llena de mariposas el estómago y hace que mi corazón se ponga a dar saltos. Y es que... ¡tengo unas ganas irresistibles de conocer a nuestro nuevo embrión!

No sé. Es como cuando tienes nueve años y te imaginas cómo será el amor de tu vida. O cuando tienes quince y fantaseas con tu primera vez. O cuando a los dieciocho sientes un cosquilleo al pensar en tu primer día de Universidad. O cuando terminas los últimos exámenes y te preguntas cómo será dejar de estudiar y empezar a trabajar. O cómo será vivir en tu propia casa. Así.

Con esa mezcla de ilusión y miedito bueno que nos embarga cuando llevamos mucho tiempo esperando algo que realmente no sabemos cómo es.

Fantaseo con ver su imagen en una pantalla y saber que voy a invitar a mi cuerpo a esa redondez microscópica en cuyo primer aliento de vida no tuve nada que ver. Imagino que vuelvo a notar los inequívocos síntomas de embarazo sabiendo que, esta vez, se está alimentando de mí alguien que no procede de mi cuerpo y que, sin embargo, ha sabido llegar hasta él. Pienso en verlo crecer y desarrollar sus rasgos: su pelo castaño, sus ojos marrones, su piel clara; y me pregunto qué pensaré cuando lo mire, a quién me recordará.

¡Ay, pequeño embrión! ¡Qué ganas tengo de saber de ti!

La tristeza, la angustia, la incertidumbre, la rabia y la vergüenza empiezan a resultarme ajenas, emociones que alguien dejó en mi puerta y que han invadido mi mente sin pedirme permiso.

Ahora sé que no estarán conmigo durante este viaje, que solo han sido el viento que me ha empujado hasta la otra orilla. Su destino es quedarse ahí mientras yo me visto de emociones nuevas para recorrer este nuevo camino. 

El que me lleva hasta ti.

miércoles, 15 de junio de 2016

¡Nos han llamado!


Suelo encender el móvil por la tarde. Es una "manía" que arrastro de cuando no existía el whatsapp y yo tenía que dar ejemplo para que mis alumnos lo tuvieran apagado en clase (algo que sigue ocurriendo ahora, evidentemente).

Así que el jueves no fue distinto. Nada más encenderlo, sin embargo, me llegó un mensaje para informarme de que tenía una llamada perdida. Intuí que podía ser de la nueva clínica y, para comprobarlo, busqué el número en Internet. El caso es que me salió en varias páginas de esas que publican los números que te llaman insistentemente (!?), y deduje que me había equivocado. Nada de clínica por el momento.

En la cena, sin embargo, Alma me corrigió sin despeinarse:

– Nos han llamado de la clínica.

Y me enseñó el número de su llamada perdida. Y era el mismo que el que yo tenía.

– ¿Y cómo sabes que es de la clínica?
– Porque le he dado a rellamar, y me ha salido. Mira.

Efectivamente, era la clínica.

– ¿¿Y has esperado hasta ahora para decírmelo??

A veces, nuestras reacciones son muy distintas. Ella tiende a protegerse tras una pantalla de calma y serenidad, y yo... yo, simplemente, no me protejo. Yo me vuelvo loca con todo: loca de alegría o loca de tristeza.

Y el jueves tocó de alegría :)

Al día siguiente tampoco encendí el móvil hasta por la tarde, y de nuevo me llegó un mensaje con el teléfono de la llamada perdida. Así que tocaba devolver la llamada y, esta vez, me tocaba hacerlo a mí.

No fue nada fácil. Me pasé casi tres cuartos de hora agonizando de miedo, paralizada por las voces de mi cabeza, que me envenenaban con ideas terribles sobre el nuevo fracaso que se nos venía encima. Al final, sin embargo, conseguí acumular la valentía suficiente para llamar.

Tal y como esperábamos, nos habían llamado porque éramos las siguientes en la lista de espera de recepción de embriones, y querían saber si seguíamos interesadas. Me faltó el tiempo para decirles que sí, y me confirmaron que, a partir del lunes, recibiría la llamada de nuestra nueva doctora para explicarnos el protocolo que seguiríamos. 

El caso es que "a partir del lunes" a mí me sonó a "el lunes". Pero el lunes no llamaron. Ni el martes, ni el miércoles, ni el jueves. Así que el viernes volvimos a llamar. Una chica muy amable (hasta el momento siempre han sido muy amables en esta nueva clínica, cosa que agradezco) me explicó que el aviso a la doctora ya estaba activado desde la semana anterior, que no había ningún problema, que el plazo de reserva de los embriones permanecía inalterado y que, efectivamente, "en breve" nos llamarían.

Reconozco que me había pasado toda la semana pegada al móvil y con muchísimos nervios, pero después de esta segunda llamada me quedé más tranquila. Esperar es un rollo y más sabiendo que no empezaremos el tratamiento inmediatamente, pues, como nos explicaron en nuestra primera visita, primero tendré que dejar la píldora un mes y hacerme nuevos análisis por si tengo que volver a seguir el protocolo contra los abortos de repetición, que será lo más seguro.

Esperar es un rollo, pero ya queda menos.
Esperar es un rollo, pero... ¡merecerá la pena!

domingo, 12 de junio de 2016

Tsunamis


Hay veces en la vida en que los cambios te arrasan como un tsunami. 
Bueno, no sé si "en la vida", pero sí sé que "en mi vida".

Me ocurrió hace tres años. De pronto, mi cotidianidad, mi día a día, dio un giro de 180º. Mi relación con Alma se rompió, empecé a vivir sola y, por si esto fuera poco, me destinaron a un instituto nuevo, con una fama terrible y, por supuesto, en contra de mi voluntad.

Había días en que no daba crédito. Sentía que el suelo que pisaba se iba a hundir de un momento a otro y que yo caería indefinidamente por la madriguera de conejo hasta aterrizar en el "País de las Pesadillas".

Pero entonces entendí que, en caso de "tsunami emocional", más vale aprender a surfear la "gran ola" que dejar que te engulla y te dé mil revolcones antes de vomitar tu cuerpo en la orilla cual despojo de un naufragio.

Podría decir la fecha exacta. Después de pasarme un mes llorando, me dije a mí misma que había llegado el momento de asimilar lo que había ocurrido. Si se habían juntado tantos cambios, sería porque mi vida entera tenía que cambiar. Y de mí dependía convertir en una oportunidad tanto destrozo.

Entonces no sabía lo que iba a pasar, pero estoy convencida de que mi actitud contribuyó a que pasara.

Alma volvió a casa y, no sin esfuerzo, retomamos nuestra relación. Mi nuevo instituto resultó ser el lugar perfecto para seguir desarrollando mi carrera. Y fue precisamente en este contexto en el que iniciamos la aventura de convertirnos en una familia.

Los últimos meses han estado también llenos de cambios. Coincidiendo con nuestras "vacaciones reproductivas", otros aspectos de mi vida se han montado en una catapulta y han cortado la cuerda sin pedirme permiso. La velocidad del viaje ha sido tan vertiginosa que, en algunos momentos, he llorado de incredulidad.

Pero este tsunami no ha hecho más que empezar. En los próximos meses, tanto Alma como yo nos enfrentaremos a cambios laborales (el mío, modesto; el suyo, mucho más radical) que, nuevamente, pondrán patas arriba nuestro día a día.

Sin embargo, hace meses que pienso que tanto cambio en realidad es la manera que tiene la vida (o "mi vida") de poner orden. De sacudirse el polvo, ponerse guapa y salir a bailar. 

Y es curioso, porque todos estos cambios no son cosas que yo haga, son cosas que me ocurren; cosas que, en gran medida, están en manos de los demás. Y, sin embargo, siento que hay algo de mí latiendo en el fondo de todo ello, que es algo mío lo que necesita poner orden en el caos exterior para que algo de dentro pueda empezar a funcionar. 

En este contexto, claro, no puedo dejar de pensar que nuestro "gran cambio"... también está ahí :)

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