viernes, 20 de junio de 2014

Asumir el proceso de reproducción asistida



Antes de tomar la decisión de ser madre, pasé muchos años leyendo e investigando sobre maternidad lesbiana y reproducción asistida. Seguía varios blogs escritos por mujeres que compartían tanto el proceso de búsqueda como el embarazo y la crianza, leía artículos sobre técnicas de reproducción asistida y sobre la crianza de niños en una familia homoparental, veía películas y documentales sobre el tema, etc.

A veces tenía la sensación de que todo ese trabajo no me estaba preparando para ser madre, y que tendría que tomármelo más en serio cuando me pusiera realmente en camino. Sin embargo, cuando finalmente Alma y yo nos decidimos, me di cuenta de que, poco a poco y de una manera bastante agradable y natural, había ido asumiendo casi todos los aspectos de la maternidad lesbiana. Entendía que las personas que nos querían, nosotras como pareja y como individuos, nuestros propios hijos y, evidentemente, el resto de sociedad, tendrían que asumir la existencia de nuestra familia. Todo lo que yo podía ofrecer a favor de este proceso estaba ya preparado, tanto en mi mente como en mi corazón. Además, había tenido mucho tiempo para tomar unas cuantas decisiones estratégicas y para superar unas cuantas pruebas que la vida me había puesto por el camino.

Lo que no había comprendido hasta entonces era que aún me quedaba una cosa por asumir: el propio proceso de reproducción asistida.

miércoles, 4 de junio de 2014

Nuestro día



Y llegó nuestro día. El día de nuestra boda.

Las dos estábamos de acuerdo en cómo queríamos organizarlo: ir al juzgado acompañadas de nuestros testigos, firmar y comer todos juntos. Ni Alma ni yo teníamos la ilusión de celebrar una boda al uso, y tampoco podíamos permitírnoslo en este momento, pues nuestra economía y nuestras mentes están absolutamente comprometidas con la aventura familiar en la que nos hemos embarcado. 

Y así fue más o menos como se desarrolló: a los testigos se les unieron nuestra cuñada y mis suegros (no hubo manera de negarse, jeje), la firma tuvo lugar en una sala más apañada de lo que esperábamos y con un discurso más jocoso y emotivo del que habíamos imaginado, y la comida salió inexplicablemente bien (a pesar de que nos decidimos aquel mismo día por un restaurante de nuestro pueblo del que no nos fiábamos ni un pelo).

Y aunque habíamos decidido casarnos solo para poder legalizar nuestra familia cuando la tuviéramos, al empezar a contárselo a la gente y recibir sus felicitaciones (incluso algunos regalos inesperados), nuestra boda dejó de ser un mero trámite burocrático y empezó a cobrar importancia en sí misma. De pronto, nos hacía muchísima ilusión estar casadas y considerábamos nuestra decisión como una celebración de nuestro amor, de todo lo que hemos pasado juntas durante estos nueve años, y de todo lo que deseamos que nos quede por vivir.

Por eso, cuando llegue el momento, nos encantaría celebrarlo con toda la gente que nos quiere y a la que queremos. Era algo que ya habíamos pensado antes, pero ahora que sabemos que el matrimonio nos sienta fenomenal, cobra mucho más sentido compartirlo. Sobre cuándo será el momento, como sobre casi todo lo que pasa en nuestra vida últimamente, no podemos estar seguras. Pero es posible que esto, que no depende de la biología, ni de la medicina, y muy poco del banco, pueda materializarse en cuanto nuestros corazones se liberen de tanta congoja y se sientan libres, una vez más, para acoger la alegría y llenarse de emoción.

¡Vivan las novias! ¡Vivaaan!

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