lunes, 23 de enero de 2023

Elegir clínica de reproducción asistida (otra vez)

Todo empezó como un juego. En verano, mientras fantaseaba con la idea de volver a ser madre, pero sabía que no era más que una posibilidad sujeta al devenir de mi enfermedad, al éxito o al fracaso de mi incorporación al trabajo después de la baja. Nada más tonto que las horas muertas de un calor sofocante, artículos y enlaces que seguía sin rumbo fijo y, al final, un formulario de contacto.

Recuerdo el primero que rellené. Lo hice entre risitas, como una adolescente que acaba de descubrir un juego adulto, aferrada a la idea salvadora de que aquello no me comprometía a nada. Nombre y apellidos, jijiji, correo electrónico, jajaja. La clínica me gustaba, ofrecía servicios en los que nunca había pensado, pero que de pronto encontré completamente necesarios, y parecía puntera en investigación.

El presupuesto que vino de vuelta estaba acorde a aquel derroche de medios. ¿Tanto? ¿Tanto por una simple ADE? Revisé una y otra vez la lista de aquellos servicios que ahora me parecían evidentemente superfluos. ¿De dónde se sacaban tantos miles de euros? ¿Por un solo intento? Comparar mi cuenta del banco con aquella factura arrojaba una conclusión bien clara: no me lo podía permitir.

El juego se transformó entonces en un estudio de mercado. Busqué todas las clínicas de Madrid. Hice una lista de las que hacían ADE y pregunté en aquellas en las que no lo explicitaban. Descarté las más baratas por inútiles en un caso como el mío y también las más caras por inalcanzables. Y al final, me quedé con tres.

martes, 10 de enero de 2023

¿Dónde están las demás?


Mi primera vez en un grupo de apoyo fue con apenas veintitrés años. Acababa de salir del armario con mis padres y mi vida se había convertido en un infierno. Allí descubrí que aquella experiencia que me resultaba tan trágicamente individual, era, sin embargo, una experiencia compartida. El mero hecho de verme reflejada en otras personas que estaban pasando por lo mismo que yo ya me resultó profundamente sanador. Y me enseñó, de una vez para siempre, que no estamos solas.

Desde entonces, cada vez que me he encontrado en una situación difícil, me he hecho la misma pregunta: ¿dónde están las demás? ¿Dónde están las otras personas, mujeres casi siempre, que están pasando por lo mismo que yo en este mismo momento? Y siempre, siempre, las he encontrado: abortos de repetición, lactancia materna, adopción nacional, crianza, familias de dos madres, covid persistente... 

Por eso, cuando este verano llegué a la conclusión definitiva de que, si tenía otro hijo, lo haría yo sola, volví a preguntarme: ¿dónde están las demás? ¿Dónde están las otras locas del coño mujeres valientes que se han atrevido con la maternidad en solitario? Y, como no podía ser de otra manera, volví a encontrarlas.

En esta ocasión, ha sido a través de la Asociación Madres Solteras Por Elección. Empecé participando en su grupo de Facebook, leyendo, aprendiendo y planteando cuestiones que hoy me parecen de lo más estúpido sobre cómo enfrentar la vida cotidiana cuando solo cuentas con tus propias manos. Hasta que un día me atreví a preguntar directamente por la maternidad tras un divorcio y, aunque apenas recibí respuestas en mi publicación, varias chicas me escribieron por privado. Fue muy emocionante conocer sus historias y recibir su apoyo, y fue providencial que una de ellas me contara que, dentro de la asociación, había un grupo específico de mujeres en mi mismo caso.

Tengo que admitir que, por más experiencia que tuviera con los grupos de apoyo, por más que supiera que no estamos solas, no esperaba encontrarme con otras mujeres en una situación tan similar a la mía. ¿De verdad existían? ¿De verdad no era yo la única con una experiencia tan trágicamente individual? Pues no, no lo era. De nuevo comprobé que aquella era también una experiencia compartida.

La posibilidad de conocerlas despejó todas mis dudas sobre si merecía la pena hacerme socia. Enseguida me puse en contacto con la asociación y, con el comienzo del curso, también empecé a participar en los primeros grupos de WhatsApp. La verdad es que no pude resistir la tentación de apuntarme a muchos de ellos, porque casi todos me resultaban significativos. Con el tiempo, no obstante, he ido seleccionando en cuáles quedarme: un número pequeño pero sumamente valioso para mí. 

miércoles, 4 de enero de 2023

Volver a empezar (de nuevo)


Han pasado más de cinco años de aquella última consulta en la clínica de reproducción asistida. De aquella maravillosa mañana en que recibí, por fin, el alta: tres años, siete meses y dieciséis días después de empezar la aventura que me convertiría en madre

Recuerdo perfectamente esa sensación de triunfo extraño, de felicidad nerviosa. Recuerdo dar esos pasos que me alejaban de la puerta pensando que dejaba atrás una experiencia que no se volvería a repetir. Confieso, no obstante, que siempre albergué cierta esperanza, tan remota que incluso la mantuve en secreto. Quizás, algún día... Algún día, como en un sueño, en un delirio de optimismo, de confianza en una Vida que parecía negarme todo, todo... Pero, tal vez... Tal vez, y sin embargo... Nunca desde donde me encuentro hoy.

Y no porque no deseara tener un segundo hijo, desde luego; sino porque la posibilidad que había acariciado durante dos largos años era que ese hijo llegara gracias a la adopción nacional. Una posibilidad que se convirtió en realidad cuando, apenas un año y medio después, nos llamaron para la reunión informativa. Entonces sentí que aquel deseo se cumpliría, que aquel sueño que durante tanto tiempo me había parecido inalcanzable formaba parte inseparable de mi destino.

Porque los motivos que habrían podido hacer que ese destino se torciera me resultaban sumamente improbables. Sin embargo, cual tsunamis que se acercan sigilosos, terminaron por materializarse: la quiebra de una relación que duraría quince años apenas nos convertimos en madres, la pandemia que precipitó un divorcio que llegaba demasiado pronto pero también demasiado tarde, la desaparición de la adopción nacional no solo como posibilidad sino como realidad inmediata y, por si todo esto no fuera suficiente, la enfermedad que terminó de arrasar mi vida, acabando con lo poco que quedaba en pie, con lo poquísimo que había sido capaz de reconstruir. 

Contra todo pronóstico, sin embargo, fue ese vacío inmenso, ese dolor profundo que pensaba que nunca habitaría de nuevo, el que empezó a alumbrar una posibilidad distinta. En medio de aquel páramo que me obligaba a invertir cuidadosamente cada átomo de mi energía, sentí la necesidad radical de priorizar mis objetivos vitales como nunca antes lo había hecho: si solo tuviera fuerzas para un nuevo proyecto, me preguntaba, si solo pudiera asumir una cosa más en mi vida, ¿cuál sería?

De entre todos mis anhelos, solo uno se reveló como irrenunciable: quería volver a ser madre. O más bien, siendo consciente de mis múltiples limitaciones, quería intentarlo. Y es que, aunque la Vida parezca haber conspirado en su contra durante todo este tiempo, eso ha sido lo único que se ha mantenido a flote a pesar de las circunstancias. De hecho, la pregunta nunca ha sido qué, sino cómo.

Hace casi un año traté de reflotar el proyecto de adopción nacional como familia monoparental, pero, desgraciadamente, enseguida comprendí que aquel tren transitaba por una vía muerta. Aunque sea paradójico, lo que viví como una nueva posibilidad, como un nuevo comienzo, se ha terminado convirtiendo precisamente en aquello que me ha ayudado a cerrar para siempre una puerta que, contra viento y marea, me había empeñado en mantener abierta. Mi idilio con la adopción ha terminado.

¿Qué me queda, entonces? Volver a la casilla de salida. Desandar ese camino que hace más de cinco años pensé que no volvería a recorrer. Llamar de nuevo a esa puerta de la que me alejé triunfalmente y descubrir si todavía guarda alguna esperanza para mí.

Enfrentarme al monstruo de la reproducción asistida, otra vez.