lunes, 30 de diciembre de 2019

Un año de la reunión informativa


Se cumple el primer aniversario de nuestra reunión informativa para la adopción nacional. Y este año, prácticamente en la misma fecha, han vuelto a convocar una nueva reunión.

Ya he perdido la cuenta de cuántas ha habido entre medias: la lista ha avanzado muchísimo, han llamado a expedientes que ya casi duplican nuestro número y se habla de que pueden volver a abrirla en breve.

Durante estos doce meses, he pasado por multitud de estados de ánimo: euforia y miedo al principio, calma y seguridad una vez que llegamos al periodo de paralización voluntaria, nervios y un estado de alerta soterrada desde que terminó el verano.

Sé lo que significa este último sentimiento. Mi cuerpo me va avisando de que el momento se acerca, de que llegará un punto en que querré ir a por ello. Ese momento todavía no ha llegado, pero ya no está tan lejos.

No me quedó ninguna duda el día en que supe que había convocada una reunión justo en el aniversario de la nuestra. Porque me hundí. De pronto, volvieron a mi mente todos esos pensamientos horribles de haber pasado un año en blanco

Sé que no es real, sé que el tiempo en blanco terminó con el nacimiento de mi hija. Pero también es verdad que no logro superar la idea de que, si todo hubiera sido distinto, todo habría sido distinto.

Si todo hubiera sido distinto, en estos doce meses habríamos tenido tiempo de sobra para culminar la adopción.

Si todo hubiera sido distinto, ya tendríamos otro hijo.

Y es una idea que me agota. No porque no sea verdad, sino porque no me lleva a ningún sitio. Las cosas han sido como han sido, y si todo hubiera sido distinto, mi hija no sería mi hija. Y, cuando pienso en tener otro hijo, me inunda la certeza de que será quien deba ser, de que lo sabré y sentiré así, de que no querré que las cosas sean de otra manera.

Pero a veces pienso que la sensación de que me han robado el tiempo me acompañará hasta el día en que me muera. Que mi último pensamiento será: "Mierda. Podría haber disfrutado tres/cinco/ocho años más con mis hijos".

Es una perspectiva que me gustaría superar, pero empiezo a sospechar que me va a hacer falta algo más que tiempo. Tal vez otra idea, mucho más fuerte, todavía más arrolladora, que me dé la mano y me saque del hoyo mental en el que estoy.

¿Existirá una idea semejante? ¿Logrará sacarme de aquí?

Espero que así sea.

martes, 17 de diciembre de 2019

Gestando un nuevo proyecto

La economía mejora, pero no contagia - TN.com.ar

A mediados de septiembre, una amiga de Alma (que también es lectora de este blog) me afeaba que lo hubiera abandonado.

—No lo ha abandonado —le explicó mi mujer—. Es que tiene un blog nuevo.

Hasta aquel momento, ella era la única que conocía su existencia, y yo esperaba que la situación siguiera así por un tiempo. Pero Alma tenía otros planes y, desde entonces, no deja de insistirme:

—Enlaza ya tu blog.
—¿Has enlazado ya el blog?
—¿Cuándo vas a enlazar el blog?

Lo cierto es que me ha costado muchísimo arrancar y, durante varios meses, no me he sentido cómoda con la idea de que alguien lo visitara. Por primera vez me había animado a utilizar WordPress y, hasta hace dos días, el resultado era un auténtico fracaso. 

Pero también es verdad que por fin he llegado a un punto en el que, a pesar de todo el trabajo pendiente, me siento lo suficientemente cómoda como para darlo a conocer, así que allá voy: este es mi nuevo blog.

No es un blog de maternidad, aunque es evidente que ahora mismo la maternidad tiene un papel más que relevante en mi vida; y eso es algo que, necesariamente, debe reflejarse en mi escritura.

Se trata, más bien, de un espacio personal donde reflejar mis experiencias, reflexiones y emociones pasadas por un tamiz literario: una perspectiva muy valiosa para mí que, por motivos prácticos, ha estado ausente de gran parte de las entradas de este blog.

Esto no implica que vaya a abandonarlo. Entiendo que algún día encontrará su final, pero ese momento todavía no ha llegado. Aún siento que este es el lugar donde tengo que publicar mucho de lo que me ha pasado y me pasa, y espero poder dedicarme a ello ahora que mi nuevo proyecto ya no requiere esa energía brutal de los comienzos.

Si explico todo esto aquí es porque quiero justificar mi ausencia de los últimos meses, que no ha sido una ausencia planeada ni querida, sino más bien obligada; y porque me gustaría darle la oportunidad, a quien así lo quiera, de seguirme en mis nuevas andanzas. Pero siempre desde la conciencia de que este es un espacio muy peculiar con un trasvase difícil a otros cauces.

Es decir, que entiendo que mi nuevo blog no le interese lo más mínimo a la mayoría de quienes me leéis por aquí :)

En cualquier caso, lo comparto porque, para mí, es un proyecto muy ilusionante, con el que llevo soñando mucho tiempo, que he planeado desde que nació mi hija y en el que llevo trabajando casi un año, aunque haga mucho menos que he empezado a publicar.

Y también porque, durante muchos años, he sentido que la infertilidad paralizaba mi vida, dejándome sin energía para llevar a cabo ninguno de mis otros proyectos vitales, proyectos que me llenaban pero a los que no me sentía con fuerzas de enfrentarme.

Y me gustaría enviarles el mensaje, a quienes todavía están en ese estado, de que hay vida, mucha vida, al otro lado. Nadie me devolverá nunca el tiempo perdido, pero tampoco nada me va a llenar tanto de energía como salir victoriosa de ese viaje.

miércoles, 24 de julio de 2019

Me pregunto cuándo deja de doler


Me pregunto cuándo deja de doler. Cuándo la noticia de un embarazo (de esos rápidos, casi inesperados, de los de "huy, huy, es que ha sido a la primera, nada más empezar a intentarlo") deja de clavársete en el vientre, deja de ponerte cara de gilipollas, y peor aún, deja de hacerte sentir gilipollas.

Desde luego, no es al quedarte tú misma embarazada, ni tampoco al tener a tu hijo. No importa que la vida te sonría en otros aspectos, no importa que tu familia crezca de otras maneras. Porque el dolor se atenúa, pero no desaparece.

Supongo que el proceso de curación es largo, y que, además, hay que hacerlo después. A partir del momento en que crees que puedes empezar a disfrutar de tu victoria, ahí es cuando tienes que empezar a asumir lo que ha pasado.

O a lo mejor ya es demasiado tarde. Porque, a medida que me reconcilio con mi cuerpo, según voy superando las secuelas que me dejó el embarazo, pero sobre todo, el parto, la infertilidad se me vuelve a hacer extraña.

Yo era de esas que pensaba que me quedaría embarazada a la primera. Estaba convencida de que tendría buena suerte (pensamiento positivo, pensamiento positivo... ¡ja!), de que el karma me lo debía muchísimo, de que había llegado mi momento.

No tuve la prudencia de pensar que quizá me encontrara algún escollo, de que tal vez no todo fuera como la seda. Todos los médicos con los que había tratado me aseguraron que el Síndrome de Ovarios Poliquísticos no sería un problema, así que, ¿qué más podría ocurrir? Era mi momento. Había luchado mucho por llegar hasta él y nada podría detenerme.

Pero ya ves. Yo creía que era de esas, y me tocó ser de las otras. De las que van contando inseminaciones. De las que aceptan "una ayudita" que no sirve para nada. De las que se meten en movidas de FIV a pesar de sentir un rechazo horroroso, porque ahora sí que sale bien seguro. De las que abortan, de las que repiten, de las que siguen abortando. De las que inician un peregrinaje kafkiano en busca de respuestas. De las que se miran la tripa y se preguntan si alguna vez la verán henchida. De las que se pasan las tardes en blanco.

Y no entiendo por qué sigo fantaseando con ser de esas. Por qué a veces me descubro imaginando que yo también me quedo embarazada a la primera. Jugueteando con una muestra de semen, ¡ay!, no nos lo esperábamos. Fue tan fácil y tan rápido. Y nuestros ahorros siguen intactos.

No es todo el tiempo. Es solo con la noticia de esos embarazos. Entonces me da la sensación de que no he superado nada. De que todavía no me he reconciliado con la otra. Esa otra que soy yo, a la que le tocó perder tanto.

Quizá solo sea cansancio. Cansancio de haber sido la lesbiana repudiada, y encima, la lesbiana infértil. O a lo mejor son ganas. Ganas de cruzar al otro lado, allí donde la suerte ajena me la repampinfle porque estoy en paz con mi vida. Porque me siento orgullosa incluso.

Supongo que es una mezcla de ambos.

(Y todavía hay quien da por hecho que quedarme embarazada no me costó nada. ¡Quién lo iba  decir!, ¿verdad? La infertilidad no se ve en la cara).

domingo, 9 de junio de 2019

Nuestro expediente de adopción cumple cuatro años


Si me hubieran dicho que nuestro expediente de adopción cumpliría alguno de sus aniversarios paralizado, no me lo habría creído: ni siquiera hace cinco meses, cuando, de hecho, lo paralizamos. Por aquel entonces, imaginaba yo que a estas alturas ya tendríamos el curso terminado, que estaríamos esperando la valoración psicosocial. Sin embargo, creo que, al mismo tiempo, era algo que ya intuía cuando nos convocaron a la reunión informativa.

Porque estaba emocionada, contenta... pero también contenida. Algo no había salido como esperaba, y me ha costado varios meses admitirlo. Después de tantos años luchando contra el paso del tiempo, que algo bueno nos ocurriera, ¡por fin!, mucho antes de lo que preveíamos, debía ser una buena noticia. Pero no lo era; o, por lo menos, no lo era de manera completa.

E insisto: me ha costado varios meses asumir que la batalla contra el tiempo hacía mucho que estaba perdida. Sé que hay familias que tienen hijos muy seguidos, incluso que lo prefieren así y así lo llevan a cabo. Por un momento, yo también pensé que esa posibilidad compensaría en parte el tiempo "perdido"; pero, finalmente, he tenido que admitir que, en nuestro caso, no funciona de esa manera.

Cuando nos llamaron para la reunión informativa, no pude llenarme de alegría porque una voz en mi cabeza me decía: "Es demasiado pronto". Intenté ignorarla, hacer como que no la escuchaba; pero, al final, no me quedó más remedio que darle la razón. Y me jode. Me jode porque tener que retrasar también este proceso, cuando ya he retrasado tantas cosas sin quererlo... es una paradoja de las que pican.

No obstante, en estos meses me he dado cuenta de que todavía tengo mucho que cambiar en mi manera de enfrentarme a la maternidad y a las decisiones que conlleva. Porque aún estoy instalada en una (in)cómoda postura de víctima del destino, y ya es hora de que me responsabilice de aquello que no me viene dado. Si pudiendo desparalizar el expediente todavía no lo hemos hecho, es porque así lo hemos decidido.

Nuestra opción de crianza implica presencia, dedicación, tiempo. Sé que hay muchas maneras de hacer las cosas (nuestro entorno no para de recordárnoslo), pero esta es la que nosotras hemos escogido, y la que nos funciona. Y yo, personalmente, estoy muy contenta con ella. Creo que, según mi concepción del mundo (una concepción que he ido moldeando desde que nació nuestra hija, pues antes era bastante distinta), estoy haciendo lo correcto.

Por eso, ante la posibilidad de aumentar la familia, lo primero que me dije, temblando y en bajito, fue: "No puedo". Como ya me pasó en el parto, además, vuelvo a comprender que, a la hora de decidir, no podemos pensar solo en lo que nos conviene o apetece a mí o a Alma. Porque ahora también está nuestra hija y, aunque esté convencida de que no quiero que se críe sin un hermano, me gustaría que su llegada de tuviera lugar en el mejor de los momentos.

En este sentido, de un tiempo a esta parte me ha dado por pensar que, a lo mejor, haber sido convocadas tan pronto para la adopción ha sido un regalo de libertad que la Vida ha dejado en nuestra puerta. Porque, esta vez sí, podemos decidir cuándo será el momento, sin depender de más factores que la propia idiosincrasia del proceso. No se trata, como me pareció al principio, de retrasar el momento, sino de encontrarlo. Si bien no tenemos todo el tiempo del mundo, hay margen suficiente para no ir corriendo a todas partes, para vivir esta nueva etapa con libertad y alegría renovadas, con toda la experiencia que hemos acumulado pero sin el lastre de lo anterior.

Sin embargo, una vez que he asumido todo esto, he empezado a escuchar otra voz en mi cabeza que me recuerda que, si bien la prudencia es una virtud, no hay que confundirla con el miedo. Que tener un hijo siempre es saltar al vacío, que no existe red que te sostenga. Y que, cuando llegue el momento, nos volverán a temblar las piernas y sentiremos que no tenemos donde agarrarnos.


Solo nos quedarán las alas.
Unas alas enormes.
Para seguir volando hacia tu encuentro.

miércoles, 15 de mayo de 2019

Crónicas lactantes (III). Así terminó mi parto


Cuando todavía estaba embarazada y leía relatos de partos, me sorprendía que muchas mujeres no finalizaran su historia hasta que el bebé empezaba a mamar. Por aquel entonces, compartía la idea, tan extendida en nuestro imaginario social, de que el parto termina en el momento en que el bebé nace. Y me creía avanzada por recordar que, a pesar de tan manida imagen, tras el nacimiento aún queda alumbrar la placenta (!).

Pero tanto ese imaginario social como yo nos equivocamos. El parto no termina cuando el ginecólogo (o ginecóloga, como en mi caso) da la última puntada y te dejan ahí, con el estropicio hecho y un bebé recién nacido en las manos. Porque el parto es el eslabón que une el embarazo con la lactancia, y una mala puntada en ese sentido es suficiente para truncarla. (Y porque, afortunadamente, no todos los partos incluyen zurcidos).

Son cosas que entendí después, porque, en el momento, tras vivir aquel episodio de terror y violencia obstétrica en que se convirtió mi parto, solo quería que todo el mundo se marchara, quedarme a solas con mi mujer y mi hija, y descansar. Ese fue mi segundo error: pensar que, cuando el bebé nace, todo termina, porque, en realidad, ahí es cuando empieza todo. Y es que el parto puede ser muy cansado, pero la lactancia es agotadora. Y, encima, mucho más larga.

Y empieza de golpe, sin darte casi tiempo a respirar. En nuestro caso, apenas había salido el último sanitario del paritorio, mi hija, ese bebé chiquito y desvalido, abrió la boca y empezó a moverla de un lado a otro, buscando el pecho con avidez. Fue una imagen que me acompañó  durante semanas: aunque hubiera visto vídeos de agarre espontáneo, observar la vida en directo, abriéndose camino con esa fuerza, me dejó profundamente impactada.

Yo me limité a dejarme hacer, porque era lo que había visto en los vídeos y porque no me quedaba otra. Tumbada boca arriba, con el cuerpo insensible de las tetas para abajo y la pierna izquierda inútil cual fardo, ni siquiera podía sostener a mi hija en los brazos. A duras penas conseguía mantenerla sobre mi vientre, e incluso por momentos necesité la ayuda de Alma, pues sentía que la pequeña, todavía cubierta por el vérmix caseoso, se me iba a escurrir como un pececillo y acabaría estrellada en el suelo. El gurruño textil que nos cubría (toalla pequeña, manta fina y, según jura y perjura mi memoria, sábana bajera) tampoco ayudaba.

Otra diferencia con los relatos de partos que había leído, sobre todo con los de partos en casa, es que las profesionales que acompañaban a las mujeres no se marchaban hasta comprobar que el bebé, de hecho, mamaba correctamente. En nuestro hospital (que, según mi matrona, se jactaba de promover la lactancia materna), nadie comprobó nada: salieron huyendo, agotados tras atender EL ÚNICO PARTO DE LA NOCHE, y no volvieron hasta dos horas después.

Se supone que, en esas dos horas de piel con piel, ocurre la magia. Pero hasta la magia más hermosa tiene sus límites. Porque mi hija reptó, a pesar de los trapos que la cubrían, a pesar de la impericia de sus madres, y alcanzó el pezón y empezó a mamar. Y entonces, por primera vez en mi vida, sentí esa fuerza prendida a mi pecho... Y ME HORRORICÉ. ¿Aquello era dar de mamar? ¿Esa sensación penetrante de tener una sanguijuela sorbiéndote las tetas? No, no podía ser. Algo tenía que estar mal, algo no funcionaba. Porque, ya lo decía el libro: DAR DE MAMAR NO DEBE DOLER.

En esos momentos de terror primerizo, me habría venido de perlas que una matrona me hubiera ayudado a incorporarme (¿era siquiera posible, con los siete puntos que me había costado el parto?), mostrándome una postura correcta y, sobre todo, dándome el apoyo moral que requería esa primera experiencia. Al menos, en vez de salir corriendo, y conociendo el estado en que me dejaban, podían haberme ofrecido ayuda, o haberme visitado discretamente, no sé, a la hora. En ausencia de todo ello, agotada como estaba, incapaz de soportar un nuevo revés en forma de dolor, me limité a desenganchar a mi hija del pecho, porque seguro que no se había enganchado bien. Porque dar de mamar no debe doler.

Lo intentamos muchas veces. Mi hija reptaba, se enganchaba... y yo flipaba. Mil ideas acudían a mi mente: no podía dar de mamar tumbada boca arriba, mis tetas apenas sobresalían, no podía sujetarla. Y no podía moverme. Y mi hija era fuerte, pero también recién nacida. Y tendría frío. Sí, se iba a quedar helada. Así que, al final, decidí dejar de intentarlo, y preferí centrarme en abrazarla.

Cuando volvió a aparecer una enfermera, se limitó a preguntarme: "¿Se ha enganchado?". Yo respondí que no y, entonces, recibí un comentario que volvería a escuchar muchas más veces mientras estuve ingresada:

—Uhhhh...

¿Uhhhh? ¿Cómo que "Uhhhh"? ¿Qué coño quería decir con eso? Porque a mí me sonó a: "Hija mía, estás jodida, no vas a dar el pecho en tu puta vida".

Así apoyaban la lactancia materna en nuestro hospital, y mi visita al museo de los horrores se prolongaría durante tres días. 

lunes, 29 de abril de 2019

Expediente paralizado

Tips para optimizar tu tiempo

A pesar de haber sido convocadas a la reunión informativa, no podíamos seguir el proceso de adopción nacional hasta que nuestra hija cumpliese su primer año, así que tuvimos que paralizar el expediente de manera obligatoria. No obstante, junto con la solicitud de paralización, entregamos también los cuestionarios que tienen que rellenar quienes continúan adelante.

Si la convocatoria para la reunión informativa me puso el corazón en la boca y la información que recibimos aquel día me dejó catatónica, rellenar estos cuestionarios no se quedó corto en cuanto a sacudidas emocionales se refiere. Teníamos diez días para entregar los papeles, y aunque estábamos de vacaciones, a mí me costó muchísimo encontrar los momentos para enfrentarme al dichoso cuadernillo repleto de preguntas.

Qué puedo decir. Después de la sobrexposición que implican tres años y medio de reproducción asistida y un embarazo, no me apetecía. Si bien ya no se trataba de poner el cuerpo, sí había que poner todo lo demás: familia, valores, economía, historia personal... Desde un punto de vista racional, se trata de un proceso impecable: ¡qué menos, para todo lo que implica una adopción! Pero, desde la humildad de mis emociones, me resultaba agotador.

No todas las preguntas eran difíciles. Y algunas, aunque complicadas, me emocionaban, como las que trataban sobre las motivaciones para adoptar. Las que me hundieron fueron aquellas que preguntaban sobre mi propia familia, y eso que estaban formuladas de manera muy abierta: "¿Cómo es la relación con tus padres? ¿Y con tus hermanos?".

Lo que yo sentí al leerlas, sin embargo, fue una bofetada en toda la cara: no había podido ofrecerle un cuerpo sano a mis hijos gestados, y ahora tampoco podía ofrecerle una familia sana a mi hijo adoptado. Sentía que, por dentro y por fuera, todo lo que yo podía ofrecer estaba podrido. Me sentía el último mono para la maternidad. Una anti-madre jodidamente perfecta.

Puede que suene exagerado y puede que lo sea, pero esas eran mis emociones en aquel momento. El pensamiento de volver a ser insuficiente, de tener que hablar de la homofobia de mis padres y de la relación kafkiana que mantengo con mi hermano, me agotaban completamente. Todo mi cuerpo me imploraba: "¡Otra vez, no, por favor! Otra vez exponerse hasta la última célula... ¡no!".

Aun así, encontré las palabras para, en apenas tres líneas, dejar la puerta entreabierta para futuras conversaciones. Porque, a pesar de todo el rechazo que se me agolpaba en la garganta, también se alzaba en mi interior una voz, cada día más contundente, que me decía: "Eres suficiente". Una voz que me recordaba que yo no soy responsable de padecer una enfermedad autoinmune o una familia disfuncional, solo de cómo, dentro de mis posibilidades, me he enfrentado y enfrento a todo ello. Que eso es lo que tengo para ofrecer. Y que tiene que ser suficiente. Que incluso puede ser bueno.

lunes, 22 de abril de 2019

Un nuevo bebé arcoíris

Acabo de saber que una de mis amigas está embarazada. La noticia, absolutamente inesperada, me ha colmado de alegría. Y no es para menos: un nuevo bebé arcoíris está en camino, y eso solo puede ser bueno.

Mi amiga llevaba intentando tener un segundo hijo desde antes de que yo empezara con los tratamientos. Al principio se lo tomó con calma, incluso cuando se cumplió el primer año de búsqueda. Después vinieron los abortos. Hubo también un ectópico por el que casi pierde la vida, al reventarle la trompa y sufrir una hemorragia interna. Todavía se me ponen los pelos de punta cuando recuerdo su relato de cómo perdió el conocimiento, justo después de que hubiera llegado su hermana  para quedarse con el niño, tras una llamada desesperada de auxilio. Y cómo, unos minutos más tarde, un médico la hizo volver en sí a bofetadas.

Luego empezaron las consultas, las ofertas de in vitro, su rechazo a cualquier intervención que considerara innecesaria porque ella se quedaba embarazada. Más tiempo, más fracasos, un hijo que crecía y ella empeñada en mantener la calma. Al final, una visita a Inmunología de la que salió con diagnóstico y tratamiento similares a los míos. Lo supe cuando yo ya estaba embarazada, y estuve segura de que su calvario también había terminado.

La última vez que la pregunté, sin embargo, me dijo que se negaba. Que no iba a medicarse cada mes solo por si acaso. Y entonces supe que se había rendido. No hizo falta que me dijera nada más: entendí que había encontrado un límite que no quería sobrepasar. Es posible que ni siquiera se lo hubiera dicho a sí misma, que todavía intentara engañarse acerca de su situación. Así funcionamos los seres humanos. Y como yo también sé algo de todo eso, acepté que mi amiga no tendría más hijos, que los límites están para respetarlos, que su hijo terminaría de criarse como hijo único, y que estaba bien.

Pero el deseo de ser madre arrasa con todos los límites. Es un animal que aúlla desde el rincón más profundo de tu cuerpo, un impulso que se alimenta del anhelo de toda la especie, y le da igual tu razón y tus cálculos y los acuerdos a los que hayas llegado contigo misma, porque no está ahí para respetar tu equilibrio sino para hacerlo saltar por los aires y cumplir con su propio objetivo.

Cuando le pregunté a mi amiga cómo es que este embarazo sí había salido para adelante, simplemente me dijo: "Con heparina". En ese momento podía haberle dicho mil cosas, pero sonreí y me callé, porque me hice una idea del proceso por el que había pasado. Todo ese duelo de negación, de calma, de rechazo... Y al final, un dolor agudo que no te deja respirar, el tiempo que se acelera, que parece acabarse mañana mismo, esas negociaciones rápidas en tu cabeza. Y la aceptación que llega en forma de oportunidad, porque cómo no vas a dársela.

Su oportunidad ya ha sobrepasado el ecuador de la gestación, después de molerla a vómitos hasta hace bien poco y a patadas que no dejan lugar a dudas de su buen estado de salud desde entonces. ¡Qué puedo decir! Así son los embarazos con heparina: intensos donde los haya.

Mientras me contaba cómo planeaba su llegada, me explicó que apenas tenía que comprar nada: todas las cosas que había utilizado su hijo mayor estaban guardadas en el trastero. Ahí pensé que quizás me había equivocado al valorar sus decisiones. Que, a veces, cuando parece que nos rendimos, solo estamos ralentizando nuestro ritmo para acumular energía y coger impulso. Porque la esperanza es lo último que se pierde. Y es muy, muy poderosa.

¡Ay, pequeña! ¡Qué ganas tengo de conocerte! Qué ganas de sostenerte en mis brazos y contarte con una caricia cuánto te hemos esperado. Qué ganas de inundarme de esa paz que los bebés arcoíris traéis con vosotros porque, aunque la mayoría de los nacimientos sean bienvenidos, los vuestros son muy especiales. Porque ilumináis los rincones oscuros de tristeza, porque renováis nuestra confianza en la existencia, porque vuestra vida le gana una batalla a la muerte.

Bienvenida :)

lunes, 11 de marzo de 2019

Crónicas lactantes (II). La lactancia empieza en el parto


Al contrario de lo que parece entender nuestra sociedad, el parto no es un mero trámite, ese trance molesto que las mujeres debemos atravesar para librarnos del "fardo" y volver a ser las de "antes", como si nada

Después de mucho aprender, reflexionar y vivir, yo siento que el parto es un eslabón trascendental en nuestros vínculos, ese retal primordial en la colcha que nos arropa. Como el alfa y el omega, el parto es culminación y principio, es embarazo y es crianza. 

El parto es parto y también nacimiento. Una persona nace a través de otra: acontecimiento hermoso, sagrado donde los haya. Nada de lo que lo rodee puede cambiar esto. En el hospital o en casa, respetado o violento, autónomo, instrumentalizado, quirúrgico. Una persona nace a través de otra, esa es su fuerza. 

Pero la consideración que se tiene en nuestra sociedad no lo honra. Y esta consideración (ideológica, moral, acientífica) tiene consecuencias. Consecuencias ideológicas y morales, pero también psicológicas, espirituales y, por supuesto, físicas. Las más inmediatas, pues comienzan a los pocos minutos de parir, ocurren sobre la lactancia. 

Aunque, claro, el parto se considera un mero trámite y la lactancia una especie de lotería biológica: tú tienes leche, tú no; la tuya es buena, la tuya no. Desquiciante. Mientras tanto, los hilos que conectan un suceso y otro, que explican esta y otras tantas experiencias de las mujeres, permanecen ocultos, inconscientes. 

Pero yo no me resigno. Gracias a otras mujeres he aprendido que mi parto (inducido, medicado, instrumentalizado... forzado) tuvo múltiples consecuencias, también sobre mi (nuestra) lactancia. Por ello, siento que debo hacer mi parte y explicarlas, para que dejen de estar ocultas, inconscientes.

Para devolverle a mi parto su honor de eslabón trascendental, de retal primordial, no solo en mi vida y en la de mi hija, sino como parte mínima pero importante de la experiencia vital de todas las mujeres que han parido, paren y parirán.

Así que aquí va mi pequeño memorial de agravios:


jueves, 7 de marzo de 2019

Paz


Mi hija ha cumplido su primer año. Y yo también. Un año de parida, de madre, de lactancia. Han sido días de emociones muy intensas, la mayoría positivas; aunque la rabia por el parto, la tristeza, todavía siguen ahí. 

Durante los últimos nueve meses, he ido recordando cada fase del embarazo. También ha sido intenso, hermoso, agridulce a ratos. Pero ya pasó. Con cada vuelta al Sol, esta etapa de mi vida se irá alejando. Y está bien. Hay que dejar espacio para lo nuevo, para el torbellino de la crianza, para lo que esté por venir.

Por encima de todos los vaivenes, atravesando todas esas emociones, cada vez más apagadas, me invade un precioso sentimiento de paz. Han sido muchos años luchando y, por fin, estoy al otro lado. Y aunque la vida es un reto en sí misma, ya no me atenaza esa angustia radical. 

Mi cuerpo y mi corazón por fin pueden descansar.

domingo, 10 de febrero de 2019

¿Cómo funciona la adopción nacional en Madrid?


Escribo esta entrada para que quienes leéis este blog podáis entender mejor en qué consiste el lío en el que andamos metidas. Pero también la escribo porque quiero poner mi granito de arena para que la adopción nacional deje de ser esa gran desconocida sobre la que circulan mil y una ideas equivocadas.

La primera de estas ideas es que en España existe la adopción nacional. Como muy bien nos explicó el ponente de la reunión informativa, lo de "nacional" es una herencia del pasado, y por eso prefieren entrecomillarlo. Hace tiempo que las competencias se transfirieron a las comunidades autónomas, por lo que el proceso es diferente en cada territorio. Lo que voy a explicar, por tanto, solo se aplica a Madrid.

Y en Madrid (pero no en otras comunidades autónomas, insisto), la lista de adopción nacional permanece cerrada la mayor parte del tiempo, abriéndose solo muy de vez en cuando para recibir nuevos ofrecimientos. Esta fue la increíble oportunidad que aprovechamos en 2015, y digo increíble porque la lista llevaba cerrada desde 2008. Si no nos hubiésemos apuntado entonces, NUNCA habríamos tenido la opción de adoptar, pues no se espera una nueva convocatoria hasta 2022 o 2023, y para entonces a nosotras ya se nos habría pasado la edad.

Al contrario de lo que ocurre en adopción internacional, en la nacional "madrileña" lo primero que hay que hacer es esperar. Una vez que recibes la carta que confirma tu expediente, pueden pasar años hasta que vuelves a tener noticias. En nuestro caso, hemos esperado tres años y medio para que nos convocaran a la reunión informativa.

De todas formas, este tiempo es muy variable: se puede esperar más, pero también mucho menos. Otro de los mitos que yo misma tenía sobre la adopción nacional es que es dificilísimo culminar el proceso porque la espera es de casi diez años. Evidentemente, ya he comprobado que esto no tiene por qué ser así.

La reunión informativa, a pesar de tener ese nombre tan genérico, es el pistoletazo de salida para el resto del proceso. Su objetivo es proporcionar a las familias que en su día entregaron un ofrecimiento toda la información necesaria para decidir si desean mantener su expediente abierto en el momento en que se aproxima la posibilidad real de adoptar. Al mediar un lapso de tiempo amplio entre la convocatoria y esta reunión, es posible que la situación vital de los solicitantes haya variado tanto que ya no puedan o no quieran continuar.

Cuando se decide seguir adelante, también hay que explicitar si la disponibilidad es inmediata o si el expediente va a ser paralizado durante un tiempo. Este último es nuestro caso, ya que no nos permiten seguir adelante hasta que nuestra hija no cumpla su primer año. Más adelante, podremos "desparalizar" el expediente y retomar el proceso donde lo habíamos dejado.


martes, 5 de febrero de 2019

37


En los años impares cumplo años impares. Y no me gusta nada.

No sé muy bien por qué. Es una manía que tengo. Supongo que viene de la adolescencia, de los terribles trece, de los no-menos-terribles quince. De eso hace ya muchísimo tiempo; sin embargo, yo sigo teniéndoles manía a los años impares.

Creo que tiene que ver con la sensación de que a los números impares les falta algo. No son tan redondos, tan sólidos como los números pares. Tener una edad impar es como aguantar un año entero a la pata coja. Y me da vértigo y miedo. Y no me apetece. 

Esta vez, sin embargo, he decidido tomármelo de otra manera. Pensar que ese desequilibrio, esa inestabilidad, es en realidad una oportunidad, un comienzo. No todo en la vida es el peso, la solidez, de los números pares. Hace falta también cierto desequilibrio para idear nuevos proyectos, para soltar lastre y seguir avanzando.

La idea es bonita y me ilusiona. Pero lo mejor de todo es poder darme el lujo de plantearme este tipo de reflexiones con respecto a mi edad. Porque este es el primero de muchos años en que lo consigo. Atrás quedaron la angustia existencial y las dudas, la agonía de cumplir años preguntándome si soplaría las siguientes velas siendo madre, o si nunca lo conseguiría.

La vida de mi hija es la certeza que me permite celebrar cada día.
A su lado, hasta los años impares me parecen completos :)

jueves, 31 de enero de 2019

Crónicas lactantes (I). ¿Se puede dar el pecho sin ser lactivista?


Empiezo una serie de entradas en las que pretendo relatar mi experiencia con la lactancia. Por suerte o por desgracia, en este como en otros tantos temas, me ha pasado de todo. Y aunque en la actualidad disfruto de una lactancia materna que dura casi un año, todo ha sido muy diferente a como me lo había imaginado.

Pero empecemos por el principio. Dicen que el 90% de las mujeres embarazadas desea dar el pecho a su bebé, y yo no era una excepción. Me parecía que la lactancia complementaba la experiencia del embarazo y el parto, como si fueran los tres platos que componen el menú de la maternidad "física". Evidentemente, tener un hijo por esta vía es algo mucho más complejo que hacer una reserva en un restaurante de esos que vienen en cajitas. Y aunque yo debía haberlo supuesto después de todo lo que había vivido con la reproducción asistida, resultó que, en realidad, no tenía ni idea.

Mis intenciones, no obstante, eran buenas. Quise prepararme para la lactancia como había intentado prepararme para el embarazo y el parto, así que empecé leyéndome un libro. Como no puede ser de otra manera, el elegido fue Un regalo para toda la vida, del archifamoso Carlos González. ¡Uf! Podría escribir TANTO sobre ese libro... Algún día espero escribir TANTO sobre ese libro... Pero, por aquel entonces, todavía me reía con sus chistes y compraba todos sus argumentos. Carlos González tenía razón en todo. Y, sobre todo, tenía razón en una cosa: dar de mamar no debería doler. ¿Habéis escuchado unas carcajadas maléficas? Pues son las mías.

Afortunadamente (repito: AFORTUNADAMENTE), no me quedé solo en la teoría y acudí a un par de reuniones de La Liga de la Leche antes de dar a luz. Fue una de las cosas que me salvaría la vida después, y lo que me introdujo, cual Virgilio, en el fascinante mundo de dar la teta.

Mucho de lo que se trató en aquellas reuniones todavía me sonaba extraño, porque, hasta que no tuve a mi hija, no comprendí realmente el alcance de retos como las noches sin dormir o la incorporación al trabajo. Y otro tanto me parecía fácil, como las técnicas para dar de mamar. ¡Era tan sencillo en las tetas de las demás...!

Lo que me  llamó poderosamente la atención, sin embargo, fue la cantidad ingente de críticas y comentarios malintencionados que tenían que soportar las mujeres que conocí por el simple hecho de amamantar. A mí me parecía una decisión de lo más natural, y aunque no esperaba que me ovacionasen por ello, tampoco imaginé que dar la teta se transformaría en una guerra sin cuartel.

Obsesionadas, las llamaban. Radicales, intransigentes, cabezotas. Excepto una mujer y la propia monitora, todas tenían bebés menores de seis meses y muchas ya habían recibido miradas reprobatorias por amamantar a un niño demasiado mayor. Me resultaba alucinante. ¿Qué nos pasaba, como sociedad, como personas, para criticar con tanta ferocidad algo tan sencillo? ¿Acaso dar la teta no era, como yo me había imaginado, simplemente lo que venía después de gestar y parir?

Fue entonces cuando empecé a preguntarme si era posible dar el pecho sin adoptar una actitud de defensa activa de la lactancia materna. En mis planes nunca estuvo la idea de tocar las narices a nadie, pero ya en aquellas reuniones me quedó claro que vendrían a tocármelas a mí. Y vaya si vinieron. Vaya si vienen todavía.

Que si la niña se pone mala de tanta leche que toma. Que si está gorda. Que si está flaca. Que si es imposible que tenga hambre, que soy yo la que me empeño. Que si ya no le pega estar en la teta. Que si no querrá "ver mundo". Que si en realidad no come, sino que me utiliza de chupete. Que cuándo le voy a dar comida de verdad, como los biberones. Que si le doy de mamar cada vez que me lo pide es porque le consiento todos los caprichos. Que qué es eso de despertarse a mamar de noche, que ya debería dormir todo seguido. Que a ver si voy a ser como las abuelas, que daban de mamar a niños que venían andando y les levantaban la camiseta.

No es fácil responder a todo esto. Porque parece que, si te defiendes, estás atacando otras opciones, otras experiencias, cuando es justamente al contrario. Yo me saco la teta cuando mi niña me lo pide y punto. Es todo lo que hago. Pero resulta una gran afrenta. Y eso es algo que no entiendo.

O mejor dicho: sí que lo entiendo. Cada día lo entiendo mejor, y entenderlo está siendo toda una revolución, íntima y felizmente colectiva. Pero eso ya es otra historia.

Después de un año de lactancia, a mí me ha quedado claro que no se puede dar el pecho sin ser lactivista. Esta palabra, el concepto mismo, no debería ni existir, pero desgraciadamente, es necesario. Porque es necesario hacer mucha pedagogía. Enseñar a quienes te rodean que el pecho tiene miles de años de antigüedad y que funciona de una sola manera, no como ellos se empeñan.

A estas alturas, evidentemente, me tocan las narices mucho menos que al principio, pero a mí me sigue dando pena. Porque una sola generación "de biberón" ha dado al traste con toda una cultura ancestral, porque la excepción se ha convertido en la regla. Pero bueno, por suerte hemos reaccionado a tiempo. Por suerte ha sido una sola generación, porque la cagada era tan grande que resultaba insostenible.

Y con cagada no me refiero a dar el biberón: precisamente, fue en las reuniones de La Liga de la Leche donde más insistían en que se tratara esta opción con el máximo respeto, y después de mi experiencia, no puedo más que entenderla. Con cagada me refiero a empeñarse en que el pecho funcione como se le antoje al pediatra de turno, y encima tener que aguantar que Carlos González se ría de la "obsesión" que tenemos "las madres" con el reloj. Eso sí, críticas a la profesión pediátrica que jodió la lactancia de nuestras propias madres, ninguna.

En fin. Cualquiera diría que soy una de esas mujeres afortunadas a las que la lactancia les resultó lo más natural del mundo. ¡Nada más lejos de la realidad! Solo con conocer el relato de mi parto ya se puede predecir que los comienzos fueron durísimos. Y es que, si mi cuerpo no parecía hecho para gestar, mucho menos lo parecían mis tetas para dar de mamar.

Pero me empeñé, así me dejara las tetas por el camino.
Y eso fue justo lo que ocurrió :)

viernes, 25 de enero de 2019

SOP para mayores de 35 años


–No te preocupes, el SOP es una característica de los ovarios jóvenes: según te acerques a la treintena, sobre todo si tienes hijos, se te irá pasando.

Creo que desde ese rincón del tiempo se pueden escuchar mis carcajadas presentes. Porque, según me acerco a la cuarentena, y aun habiendo tenido una hija, mi SOP no solo no mejora, sino que cada vez da más miedo.

El SOP es una condición endocrina del cuerpo que te acompaña, no sé si desde que naces, pero desde luego sí hasta que te mueres. Supongo que, con la menopausia, dejará de observarse el síntoma que le da nombre, porque la ausencia de ovulación implicará también la ausencia de folículos. Lamentablemente, el sistema endocrino no reside en los ovarios, sino en las hormonas, y estas sí que te acompañan hasta el último día.

Creo que las mujeres con SOP sufrimos un infradiagnóstico y, en general, una infravaloración de nuestra condición. Lo cual no es ninguna sorpresa, porque esto le pasa a cualquier mujer, y más si sufre una enfermedad "de mujeres". Entre las muchas consecuencias de esta situación, una de las que más me molestan es que apenas se reconozcan las relaciones que los diferentes síntomas del SOP mantienen entre sí.

Si estás gorda, calva, llena de pelos y granos, si te viene la regla cada tres meses o cada quince días, en cantidades ingentes y con un dolor inenarrable, y lo mejor, si además estás deprimida (que es mi síntoma preferido porque... ¿cómo no deprimirse?)... pues nada. ¿Qué te va a decir un médico? Absolutamente nada. 

Que adelgaces. Que te hagas la depilación láser. Que no te toques los granitos. Que te eches cremas o te tomes una pastilla para adolescentes. Que no te estreses. Que uses ibuprofeno. Que te des a los antidepresivos o a los ansiolíticos. Y que pruebes con la píldora.

Y eso es lo que yo hacía: cuando los ovarios se me ponían flamencos, me tomaba la píldora y a descansar. ¿Curaba eso el SOP? No, porque el SOP no tiene cura. ¿Paliaba la deriva chunga de la enfermedad? ¡Ni mucho menos! Pero que se me "regularan" algunos síntomas para mí era suficiente.

El problema es que, a partir de los treinta y cinco, se acabó lo que se daba. Sé que hay mujeres que siguen tomando la píldora a pesar de la edad, pero yo no puedo hacerlo porque me arriesgo a sufrir una trombosis. Aunque, según mi inmunólogo, si no me ha dado una trombosis con todos los años que he tomado la píldora, seguramente ya no me dé; con una niña pequeña no estoy para jugar a la ruleta rusa. Porque dos trombofilias y un SAF obstétrico ponen muchas balas en mi recámara.

Entonces, ¿cuál es la solución? Pues la solución-solución, no lo sé; pero sí que puedo explicar lo que me está funcionando a mí. Algo que ningún médico ha sabido aconsejarme y en lo que, sin embargo, tengo puestas todas mis esperanzas: vivir desde ya como si fuera diabética.

El origen último del SOP es el mismo que el de la diabetes: un problema con el metabolismo de la glucosa. Y aunque mi cuerpo, tras la diabetes gestacional, parece metabolizar la glucosa como si no tuviera ningún problema, en realidad es solo una apariencia. ¿Y cómo lo sé, si mi curva postparto salió estupenda? Pues porque me lo veo en la cara: dulce que tomo, grano que me sale. No necesito ningún médico para que me lo explique.

Habida cuenta de que esto va a ser así hasta la menopausia, y que después llega lo gordo (diabetes, problemas cardiovasculares, cáncer), más me vale poner monedas en el lado de la salud y reequilibrar la balanza, porque el lado chungo está a tope. Así que, aprovechando todo lo que aprendí en el embarazo (¡quién lo iba a decir!), he recuperado la dieta contra la diabetes y la he hecho mía para siempre.

A grandes rasgos, consiste en eliminar los azúcares simples mientras proporcionas al cuerpo cantidades constantes aunque moderadas de los complejos, para así evitar picos de glucosa pero mantener al páncreas trabajando. Y con azúcares simples no me refiero solo a los dulces, sino también a los azúcares "escondidos", sobre todo en los lácteos y el embutido  (¡el embutido es Satán, en serio!). 

Ahora mismo, tomo hidratos de carbono cinco veces al día. Y como la lactancia me tiene fundida, quien dice cinco, dice seis o incluso siete. La fruta no la he restringido porque tampoco tuve que hacerlo en el embarazo, y de lácteos tomo leche semidesnatada, quesos "normales" (los "light" están podridos de azúcar, es impresionante) y yogur natural. Además, procuro comer toda la verdura que puedo y raciones de proteínas estándar.

Y me va muy bien. Mi acné es leve, se me ha caído el pelo menos tras el embarazo que en otros momentos de mi vida, no me noto un hirsutismo especial y estoy hecha un fideo. Si no canto victoria es porque todavía no me ha venido la regla y no sé cuánto efecto estará teniendo sobre todo esto el tener la prolactina por las nubes. Temo que con el regreso de los estrógenos se vaya todo al garete, así que seguiremos informando.

Una de las cosas que más me ha ayudado con la dieta ha sido que esté coincidiendo con la introducción de la alimentación complementaria de mi hija. Porque lo que no quiero para mí, no lo quiero para ella, y viceversa. Así que estoy aprendiendo a cocinar sin azúcar para las dos: ¿puede existir una motivación mayor? Solo me falta que Alma, que es una adicta al dulce, se pase al lado oscuro con nosotras :)

Pero no todo es dieta en la vida de la persona diabética: cuando hablo de "vivir" como si tuviera diabetes, me refiero también a la necesidad de hacer ejercicio. Durante el embarazo, hice pilates y natación para embarazadas; ahora, cuido de un bebé  (gasto calórico asegurado), le doy de mamar (por si se me había ocurrido la feliz idea de guardarme algún gramo de grasa para mi disfrute exclusivo) y hago pilates una vez por semana, que hasta el momento es todo lo que me puedo permitir. Bromas aparte, mi compromiso con el deporte es grande, y espero poder ir ampliando el tiempo que le dedico a medida que mi hija crece.

Como decía una de mis enfermeras de Endocrinología, lo que es saludable para una persona diabética, lo es para cualquier persona, así que no puedo más que animar a quienes me leéis a uniros también a la cruzada contra el azúcar. Vuestra salud os lo agradecerá... ¡seguro! ;)

sábado, 19 de enero de 2019

Escalofríos


Hace unos días me llamaron de la clínica. Querían recabar los datos perinatales del embarazo: si había llegado al parto, cómo había nacido mi hija, si habíamos tenido algún problema de salud, etc. Me lo preguntaron todo de manera muy amable y prudente, pero fue precisamente ese exceso de tacto lo que hizo que me recorriera un escalofrío por la espalda.

Cada vez que me tocaba enfrentarme a un nuevo negativo o a un aborto (y fueron nueve veces en total), siempre imaginaba que mi vida se escindía y que, en un universo paralelo, todo salía bien y mi hijo nacía. En algún lugar, imaginaba, esa persona que no era yo disfrutaba de mi sueño hecho realidad.

El otro día, mientras hablaba por teléfono, me di cuenta de que por fin soy esa persona. Y un escalofrío volvió a sacudir mi cuerpo cuando pensé que, en otra vida, una yo que no soy yo recibió un nuevo negativo, sufrió otro aborto. Y tuvo que seguir adelante en un mundo donde mi hija no existe.

El velo que separa ambas realidades es tan fino... Un solo error, un simple acierto, puede llevarte a caer de uno u otro lado. Apenas un detalle que, sin embargo, da origen a todo un universo, porque esa pequeña diferencia es la vida de nuestros hijos. Unos hijos que, durante muchísimo tiempo, solo pudieron poblar nuestra imaginación, hasta que el pequeño gran milagro al que le debemos su vida permitió que por fin se encarnaran.

domingo, 13 de enero de 2019

La reunión informativa


Se me agolpan tantas emociones cuando toco el tema de la adopción que, aunque escribí con muchas ganas esta entrada para explicar cómo viví la reunión informativa, he retrasado una y otra vez su publicación para seguir buscando las palabras que mejor expresen lo que sentí.

Empezaré por el principio. Habíamos planeado cuidadosamente el itinerario porque la Dirección General de la Familia y el Menor (actual IMMF) nos pillaba muy lejos de casa. Había que coger mucho transporte público y había que andar por calles que, al menos yo, no controlaba para nada. Además, cualquier intento de salir de casa las tres a la vez nos puede llevar toda una mañana, así que la noche anterior dejamos todo preparado y madrugamos un montón para ser capaces de llegar puntuales.

El plan era muy bonito, pero la realidad fue ligeramente distinta. Para empezar, yo me dormí más de veinte minutos después de apagar el despertador, algo que no me suele pasar nunca; en vez de meterme corriendo en la ducha, tuve que dar de mamar a la niña mientras Alma ocupaba mi puesto; y acabé desayunando cualquier cosa de pie frente al frigorífico. A pesar de todo ello, conseguimos salir de casa con solo cinco minutos de retraso.

Una vez en el metro, Alma respiró tranquila. Yo no. Yo seguí con un nudo en el estómago durante todo el camino, mirando el reloj compulsivamente cada cinco minutos, hasta que nos plantamos en la puerta del centro con quince minutos de antelación. 

Era la primera vez que lo pisábamos, pero intenté hacerlo mío desde el principio. Como si de una clínica de reproducción asistida o de un hospital se tratara, sabía que volveríamos muchas veces a aquel edificio, y que, si todo iba como planeábamos, algún día saldríamos de allí con nuestro hijo (!).

Junto a la puerta había una cola para pasar por un arco de seguridad. Sé que se trata de un edificio oficial, pero reconozco que me sorprendieron tantísimas precauciones. Antes de cruzar el arco, tuvimos que explicar para qué íbamos. "Venimos a la reunión informativa de adopción nacional". Mi propia voz me sonó extraña, como salida de un sueño, y reconozco que por un momento pensé que nos dirían algo así como: "Pero si no hay ninguna reunión convocada" o "Pero si eso no es aquí, sino en la otra punta de Madrid". Evidentemente, no fue así. Y entramos.

Llegamos entonces a un mostrador de información. Nos pidieron que firmásemos en unas hojas de control. Yo empecé a pasar folios sin encontrar nuestros nombres, diciéndole a Alma: "No nos veo, no nos veo", y pensando: "Ahora no estamos, verás; ahora nos dicen que ha sido todo un error". Pero no lo era: nuestros nombres estaban casi al final de la lista porque, como bien sabemos, hemos entrado en esta convocatoria muy por los pelos.

Cuando les devolví las hojas, me alcanzaron una carpeta. "Y esto es vuestro", me dijeron. A mí me empezaron a temblar las manos: me había bastado un solo vistazo para ver escrito "Adopción nacional" sobre un mosaico que representaba unos niños. Y no pude volverlo a mirar. Solo me alcanzó el ánimo para sentarme en la sala de espera y aguantarme las lágrimas, concentrada en un punto invisible sobre el horizonte y pensando que era el ser más ridículo de la galaxia.

No era solo por estarlo viviendo. Era porque allí, en un edificio real, con una reunión real, una hoja de firmas real y una carpeta real, entendí que aquello iba de niños reales. Más allá del hilo rojo, aquello iba de desamparo, de familias rotas, de nuevas familias. Me cuesta encontrar las palabras para explicar cómo, pero sé que en ese momento, de manera puramente emocional, empecé a entenderlo.

Por suerte, apenas habían pasado unos minutos cuando una mujer muy amable nos condujo a la sala de reuniones. Yo me sorbí los mocos de golpe y nos subimos en el ascensor. La reunión empezó un poco más tarde, porque el ponente decidió dar unos minutos de cortesía para algunas familias que, aun habiendo confirmado su asistencia a la reunión, nunca se presentarían.

Durante la reunión nos explicaron todos los entresijos del proceso. Me gustaría dedicarles una entrada aparte, porque la adopción nacional es diferente a la internacional, que es la más se suele conocer, y también lo son sus condiciones y sus tiempos. Además, lo que a mí me dejó catatónica durante días fue toda la información que nos dieron sobre las madres biológicas y sus bebés.

jueves, 3 de enero de 2019

SÍ SE PUEDE, pero...

Quería empezar el año con esta entrada, con un SÍ SE PUEDE bien grande, lleno de ánimos y esperanza, dedicado con todo mi cariño a quienes estrenan el 2019 inmersos en esa devastadora experiencia que es la lucha contra la infertilidad.

El título no es aleatorio, ni una frase hecha tan bienintencionada como falsa. Es algo de lo que estoy profundamente convencida, algo que he ido entendiendo a lo largo de los muchos años en que he librado mi propia batalla. SÍ SE PUEDE, con letras luminosas, gigantes. Y un "pero" pequeñito, pero un "pero" al fin y al cabo.

SÍ SE PUEDE, pero...

... no será cuando tú quieras. Creo que esta es la primera lección que nos enseña la infertilidad: para algunas personas, la planificación familiar no es más que un chiste de mal gusto. Cuando esta desgracia te atraviesa, no hay nada que puedas planificar, aunque te pases días y días, noches y noches haciendo cálculos. No serás madre a la edad que deseabas, tu hijo o hija no llegará cuando calculas. Olvidarse del tiempo, relativizarlo al menos, es una de las peleas más arduas, pero solo con esa victoria lograrás cierta paz. Y, en la guerra contra la infertilidad, vas a necesitar toda la paz que consigas reunir.

... no será porque tú quieras. Lograr un embarazo pese a la infertilidad no es solo cuestión de voluntad. Por mucho que te empeñes, esas condiciones que te impiden quedarte embarazada como deseas no van a desaparecer. Ni siquiera aunque te vayas de vacaciones al Caribe para relajarte. Hacen falta buenos médicos, mejores diagnósticos, más medicación de la que te gustaría e incluso cirugía. El hecho de que de vez en cuando se produzca un milagro no implica que el milagro vaya a ser el tuyo. Mejor concentrar la energía en obtener la atención sanitaria que necesitas  (todo un logro en sí mismo) que en permanecer en un estado de concentración imposible que solo te va a hacer sentir más angustiada y culpable.

... no será como tú quieras. Nadie desea la reproducción asistida, pero algunas personas la necesitamos. Seguir adelante implica todo un rosario de renuncias que pueden hacer que te cuestiones tu propio deseo de maternidad. Con esto no quiero decir que solo quien es capaz de renunciar "merece" tener hijos. Eso sería una soberana estupidez. Lo que quiero decir es que, por más que nos engañemos, algunos no podemos tener hijos como los demás. Punto. No hay paliativos posibles. Así que nos toca dejar ir la fantasía de que podría ser siquiera parecido y, a partir de ahí, atrevernos a escribir nuestra propia historia. 

En ella puede haber hijos. O no haberlos. Cada persona va encontrando sus límites con el tiempo. Lo que sí que hay es paz de espíritu, alegría y una herida que duele menos. Lo he visto en infinidad de casos de familias cuyos hijos han llegado de maneras muy diversas. Y también en quienes han aceptado sus propios límites, transformando su camino según lo transitaban. El dolor de la infertilidad se acaba. Y en la otra orilla brilla un sol estupendo.

SÍ SE PUEDE.
¡SÍ SE PUEDE!

... a pesar de los peros :)