Y por fin, cuando estaba de dieciocho semanas, llegó la tan esperada consulta en Hematología de la Seguridad Social.
La primera vez que la pedí fue en octubre del año pasado. Acababa de sufrir mi tercer aborto y la doctora de la clínica nos pidió nuevas pruebas, algunas de ellas de marcadores inmunológicos y trombofílicos. Yo ya las tenía todas hechas de mi primer estudio de trombofilia, pero hacía falta repetir algunas de las que pueden cambiar con el tiempo. La vez anterior, acudí a mi doctora de cabecera y, en tres meses, tenía el estudio de trombofilia hecho. Esta vez, la nueva doctora me negó la derivación, haciéndome el tocomocho con una consulta de Esterilidad, sin contar con mi opinión ni cerciorarse de si, a estas alturas de mi vida reproductiva (después de cuatro inseminaciones, dos FIV y una ADE) tenía sentido.
La segunda vez que pedí la derivación a Hematología fue en enero de este año. Ya había tenido mi primera consulta en Inmunología, ya tenía un conato de diagnóstico, y solo necesitaba algunas pruebas más para completar el cuadro. Mi idea ya no era solo hacerme pruebas, sino "entrar en el sistema": que reconocieran mi patología en la Seguridad Social y que, eventualmente, fueran ellos quienes me atendieran. Nuevamente, sin embargo, mi doctora de cabecera se negó a derivarme, recordándome que tenía una cita pendiente en Esterilidad y que serían ellos quienes valorarían si debía acudir a Hematología o no.
La tercera vez, ni siquiera fui yo quien pidió la derivación, sino que la doctora me la dio directamente. Ya tenía mi diagnóstico casi completo y mi pauta de medicación, así como la fecha para comenzar el siguiente tratamiento. Lo único que necesitaba era que se hiciera cargo de la medicación: concretamente, de las recetas de heparina, un medicamento cuyo precio sin receta es astronómico. Pero la señora volvió a negarse. Viendo, no obstante, que me medicaría sí o sí, decidió mandarme a Hematología para lavarse las manos. Evidentemente, esta fue la última vez que fui a consulta con ella, pues me cambié de doctora de cabecera y conseguí mis recetas (y una atención médica excelente) sin ningún problema.
Si todo este periplo hubiera servido, al menos, para disfrutar de una atención adecuada en Hematología, habría merecido la pena. Pero resultó que la consulta cumplió todas las características de experiencia médica nefasta: fue desagradable, inútil y humillante.
No empezamos con buen pie. Nada más entrar por la puerta, sin darnos tiempo a sentarnos siquiera, la doctora nos dijo que no sabía por qué estábamos allí. Que, por los datos con los que ella contaba, mi embarazo estaba controlado, diabetes incluida, y que, después de repasar mi estudio de trombofilia, le pareció muy completo y nada significativo.
Para una persona que sufre el "efecto túnel" nueve de cada diez veces que tiene que hablar con un médico, aquello fue como si me hubieran reventado la cabeza con un bate de béisbol. Aun así, yo solté el discurso que llevaba preparado, por más que la señora ya me lo hubiera echado por tierra.
Pero a ella le daba igual lo que yo le dijera. Me metió prisa para saber si tenía análisis nuevos, momento en que vi un rayo de esperanza y le di los resultados de todas las pruebas que nos habían mandado tanto en la clínica como en Inmunología. Hay que decir que mi colección de parámetros alterados es amplia, pero la señora insistió en que aquellas pruebas solo demostraban, tal y como lo hacía mi estudio de trombofilia, que yo estaba perfectamente sana.
El efecto túnel se convirtió entonces en una "aspiradora de gusano" que me trasladó meses atrás, años atrás incluso, a cuando no dejaba de sufrir reveses reproductivos, a cada cual más cruel, y la única respuesta que recibía era "que no me pasaba nada". Fue horrible. En aquel momento cobré plena conciencia de lo mucho que había sufrido, como si aquella señora hurgara en la herida con un palito puntiagudo.
Aun así, tuve fuerzas para enseñarle las pruebas que habían llevado a mi diagnóstico de SAF. Ahí la señora se volvió loca, empezó a descojonarse en nuestra cara en plan bruja malvada, insistiendo en que cualquier análisis realizado durante el embarazo tenía una validez nula.
–Pero es que mi SAF es OBSTÉTRICO.
Tuve que repetírselo hasta tres veces para conseguir que dejara de decir que los análisis hechos durante el embarazo no eran válidos. Ese fue el momento en que perdí la paciencia y estuve a punto de levantarme e irme. ¡Era increíble! No solo la señora tenía el mismo tacto que una trituradora, sino que su formación estaba completamente obsoleta y no atendía a razones.
–Creo que no nos estamos entendiendo.
Fue lo más bonito que pude decirle, y por algún motivo que se me escapa, la señora cambió el tono. Empezó a decir que por supuesto que nos entendíamos, que con quien ella no se entendía era con mi inmunólogo, que un diagnóstico de SAF era una cosa muy seria y que no se podía hacer "a la ligera". Como si mi historial reproductivo fuera un chiste, ¡no te jode! Yo insistía en que la prueba evidente de que mi inmunólogo había actuado correctamente era mi embarazo, pero a ella le daba igual. Prefería creer en "cualquier cosa" antes de aceptar los rangos con los que trabaja mi médico.
La gota que colmó el vaso llegó cuando se puso a redactar el informe y me dijo que iba a poner que no estaba de acuerdo con la medicación que me habían prescrito. Que la heparina se receta por peso y que a mí me correspondían entre 2.500 y 3.500 Ul, no las 5.000 que me inyectaba. Que esa cantidad no estaba justificada y que ella no podía apoyarla. A punto estuve de saltar por encima de la mesa y abofetearla, porque jugar con la heparina es una cosa muy seria. Le recordé que cualquier cambio en la dosis me exponía a un aborto o a un parto prematuro y, entonces, la señora terminó de quedarse a gusto:
–Bueno, si por TU ANSIEDAD quieres seguir inyectándote 5.000 Ul, pondré que no me parece mal, aunque no esté de acuerdo.
¡Por mi ansiedad! ¡Ahora resulta que me inyecto heparina POR MI ANSIEDAD! No sé de dónde saqué las fuerzas para explicarle que la dosis de heparina no estaba graduada a ojo, sino mediante análisis del factor anti-Xa. Pero a la señora le daba todo igual: volvió a reírse a carcajadas de esta monitorización e insistió en que la heparina se pauta por peso y nada más.
Qué puedo decir. Aunque al final de la consulta nos puso buena cara y estuvo preguntándonos por el embarazo una vez que nos habíamos levantado, fue regresar a la sala de espera y ponerme a llorar como una mala bestia. Lloraba de rabia, de frustración y de puro miedo.
Rabia por tener que escuchar, de nuevo, que no me pasa nada, que estoy perfectamente, como si me hubiera inventado mis negativos, mis abortos, todo mi dolor. Frustración porque nos quedábamos "fuera del sistema", sin atención durante el embarazo ni para después, otra vez a merced de unos ahorros que ya están más que menguados. Miedo porque, de no haber caído en manos distintas a las de esta y otros doctores, mi embarazo nunca habría salido adelante.
Después de esta "experiencia", he hablado con amigas que también han tenido encuentros similares en Hematología. Mi conclusión es que los hematólogos solo se ponen las pilas cuando acudes a su consulta con un trombo del tamaño de una cabeza. Otras "sutilezas", por más que te destrocen viva, nos les parecen suficientes. Así que ya no voy a intentarlo más. Mi objetivo a largo plazo, eso sí, será conseguir, algún día de mi vida, una derivación para Inmunología de la Seguridad Social.
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