Todavía me duraba el subidón de la revisión ginecológica en la nueva clínica cuando, apenas dos semanas después, tuve la primera consulta con mi inmunólogo: el mismo que por fin me diagnosticó de trombofilias y síndrome antifosfolípido, y gracias al cual logré tener a mi hija.
La verdad es que, hasta entonces, había estado mucho más preocupada por la parte ginecológica que por la autoinmune. Me obsesionaba la idea de que mi aparato reproductor hubiese colapsado nada más cumplir los cuarenta mucho más que el pequeño gran detalle de llevar casi un año sufriendo covid persistente. Así que, una vez que la ginecóloga me confirmó que estaba todo bien, di por hecho que la parte inmunológica no sería más que un paseo: validar el mismo tratamiento que funcionó para mi hija y ¡chau!
Seguía siendo diciembre y yo pensaba que estaba a un solo análisis de empezar. Enero, febrero a más tardar. Una vocecita en mi cabeza, sin embargo, me recordaba que también era diciembre cuando pisé una clínica de reproducción asistida por primera vez. Que también entonces pensaba en enero, febrero a más tardar. Y que no pude hacer mi primera inseminación artificial hasta abril. Pero entonces era joven e inexperta, me decía. Y la voz en mi cabeza respondía: ya.
Aun así, enfrenté la primera consulta telemática rebosante de optimismo. El hecho de que no fuera presencial también me animaba: todavía recordaba los desplazamientos tediosos y las horas de espera en el hospital donde hacía seis años pasaba consulta mi inmunólogo. Una de las pocas ventajas que ha traído la pandemia, pero una ventaja al fin y al cabo.
Cuando le vi aparecer en la pantalla, me dieron ganas de soltar grititos de emoción. Nuevamente, fue como volver a ver a un ídolo de mi juventud, con su sonrisa de oreja a oreja y su amabilidad característica. De hecho, tuve que sujetarme para no pasarme de groupie como hago cada vez que se lo recomiendo a alguien y le explico que a él le debo la vida de mi hija.
Como pensaba que mi caso no iba a revestir ningún interés, había preparado una serie de preguntas sobre la covid persistente para aprovechar la consulta, habida cuenta de que era el primer inmunólogo con el que hablaba desde que había desarrollado la enfermedad. Lo cierto es que se mostró muy interesado en mi situación y me explicó que era perfectamente esperable que, con mis antecedentes autoinmunes, una infección "potente" como la covid hubiera provocado una sobrerreacción de mi sistema inmunológico que me hubiera acarreado síntomas con los que todavía bregaba cuando tuve la consulta (fundamentalmente, fatiga moderada y niebla mental), ya que estos síntomas son también propios del SAF. Es decir, que en cierto sentido, la covid me había provocado SAF. Dado que esta enfermedad no tiene cura, le sorprendió que mi evolución fuera tan positiva, aunque también es verdad (y ahí seguimos con la incertidumbre) que el SAF, como otras enfermedades autoinmunes, se manifiesta mediante brotes: hoy crees que estás bien y mañana, vuelta a empezar.
En cualquier caso, al covid persistente no le dio mucha importancia en relación a mi historial reproductivo. No hizo falta, de hecho, para que mi historial reproductivo se revelase como una bomba de relojería que explotó durante la consulta.
Ilusa de mí, que ni en mis peores pesadillas me lo había imaginado.
–Tenemos que profundizar en tu caso –me dijo–. En estos años, se ha visto que muchas mujeres con un diagnóstico parecido al tuyo no han logrado el embarazo. Tuviste mucha suerte, de hecho: casi podríamos considerar que tu hija fue un milagro.
Me quedé paralizada. Mi sonrisa y mi buen rollo se esfumaron en un instante. ¿Qué mierdas era todo aquello? Yo ya tenía un diagnóstico y una pauta de tratamiento efectiva. ¿En qué cojones había que profundizar?
–He visto que tienes analizado el KIR, pero no encuentro el HLA-C. ¿Te suena que te lo pidiera? Es importante, porque se ha comprobado que, en ocasiones, el KIR AB que tú tienes se puede comportar como AA, y si tuvieras un HLA-C C1/C1... bueno, seguro que ya sabes lo que eso significa.
No, no sabía nada. Recordaba vagamente haberme analizado el KIR y sabía que mi genotipo no era problemático. Hace seis años pasamos sobre él de puntillas: de hecho, fue de los pocos parámetros inmunológicos que pudimos descartar. ¿A qué venía todo esto ahora? ¿Qué coño era el HLA-C y por qué tendría que conocerlo?
–Bueno, pues es malo –me explicó ante mi cara de babuino hierático–. El C1/C1 es el peor.
Que aquello era "malo" y "peor" me había quedado claro desde el principio. Lo que no entendía era por qué. ¿Por qué me pasaba esto a mí? ¿No era suficiente con las trombofilias y el SAF, que ahora tenía que preocuparme por el puto KIR? ¿Y me enteraba así, de repente, seis años después?
Quizá parezca que mi reacción fue exagerada, y quizá lo fue. Pero la mera posibilidad de que mi hija fuera un milagro me destrozó por completo. Si mi hija era un milagro que hiciera falta reeditar para conseguir un nuevo embarazo... pues lo llevaba claro. Si mi único éxito reproductivo no era fruto de la ciencia sino de la buena suerte... jamás tendría un segundo hijo. Esta fue la sensación que me acompañó durante semanas: mi segundo asalto reproductivo había terminado. Era IMPOSIBLE que saliera bien.
Aun así, claro, me hice todos los análisis. Esos análisis tan caros que
la primera vez conseguí por la seguridad social y que ahora, teniendo en cuenta la precariedad sanitaria en la que estamos inmersos, ni me molesté en solicitar. Lo que sí procuré fue pedir varios presupuestos, en los dos laboratorios que me recomendó el inmunólogo y también en la clínica. Porque la clínica trabajaba con uno de los laboratorios que me había recomendado el inmunólogo (no me recomendaba cualquiera porque varios de los valores que me pidió eran bastante específicos, incluso los quería analizados mediante una técnica en particular), así que me pareció que les podrían hacer un precio mejor del que me harían a mí "por libre". Combinando unos y otros, pensé que podría ahorrarme un buen pellizco.
Era un plan sin fisuras, pero no salió exactamente como me imaginaba. La clínica solicitó el presupuesto al laboratorio, pero el laboratorio le dio largas durante semanas. En vez de admitir que no pensaban hacerles ningún precio, o que simplemente no trabajaban así por el motivo que fuera, me dejaron en un limbo eterno que me resultó indignante, más cuando el presupuesto que les pedí directamente me lo enviaron a los pocos días. En la clínica, por su parte, insistían en que el inmunólogo me pedía parámetros "muy raros", algunos de los cuales ni siquiera conocía mi ginecóloga. A mí esto me provocaba una gran desazón porque: a) ¿yo qué culpa tenía? y b) ¿acaso el inmunólogo se había vuelto loco? Jamás se me habría ocurrido desconfiar de él antes de todo esto, pero llegó un momento en qué ya no supe qué creer.
A finales de enero me harté. Aproveché que tenía pendiente una cita de resultados en la clínica para hacerme los análisis que me salían más baratos con ellos, y a los pocos días fui al segundo laboratorio para terminar con los que me faltaban. Los resultados llegaron a lo largo de febrero y el inmunólogo me los valoró por correo electrónico, dándome una serie de recomendaciones de cara al tratamiento.
Para entonces ya estaba más tranquila y había asimilado la nueva situación. Por suerte o por desgracia, sin embargo, mis pronósticos de enero, febrero a más tardar no se habían cumplido: como pronto empezaríamos con la regla de marzo, aunque lo cierto es que no hubo tratamiento hasta finales de abril :)
Espero que pronto nos des buenas noticias!
ResponderEliminarUn abrazo
Núria, de mi madre ta loka.
¡Gracias, Núria! Hay buenas noticias ya ;)
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