Todo pasa y todo llega, y aunque me pareciera imposible después de diez meses medicándome con heparina, el último pinchazo también llegó.
Sorprendentemente, los últimos meses de embarazo fueron un paseo en cuanto a morados se refiere. A juzgar por mi experiencia durante el primer y el segundo trimestre, había llegado a la conclusión de que, en algún momento, tendría que emigrar los pinchazos a otra zona de mi cuerpo, pues llegaría un punto en el que la tripa no daría más de sí. Para variar, sin embargo, me equivocaba.
A medida que fui cogiendo peso, la piel de mi barriga también fue ganando grosor. Con el mayor tamaño de la tripa, además, aumentó la superficie donde hincar las agujas, lo que hizo que las dificultades disminuyeran y me evitó tener que pincharme en otro lugar. Esto no quiere decir que me librara definitivamente de los morados, pero lo cierto es que me había dibujado un panorama mental bastante chungo que, por suerte, no llegó a hacerse realidad.
Lo mejor, sin embargo, llegó a partir de la semana 36, cuando dejé de tomar el adiro. Fue entonces cuando descubrí que, en realidad, la culpa de los morados no la tiene la heparina, sino esa puñetera pastillita blanca que te deja las venas temblando. Fue dejar el adiro y, esta vez sí, los morados desaparecieron para nunca más volver.
De hecho, me había hecho unas cuantas fotos sin camiseta para guardar un recuerdo íntimo de la transformación de mi cuerpo, y la única en la que sale mi tripa inmaculada es la de los nueve meses. En todas las anteriores, la barriga aparece surcada por nubarrones de colores: verde, morado, amarillo, negro, rojo... ¡Belly painting a mí!
Según me había recomendado el inmunólogo, una vez diera a luz, debía esperar 24 horas para volver a ponerme la inyección, completando después seis semanas de profilaxis. A la hora de la verdad, hubo un carnaval de recomendaciones médicas que me hicieron recordar todo lo pasado en cuanto al tratamiento del SAF y las trombofilias.
Primero vinieron unas enfermeras a traerme un recado de la ginecóloga para que pusiera la heparina cinco días, ni uno más. A mí, evidentemente, me entró por un oído y me salió por el otro. Otra de las doctoras que me visitó mientras estuve ingresada, me indicó que completara las seis semanas de tratamiento, pero, en el informe de alta, me pusieron solo tres.
En fin. El caso es que, como no podía ser de otra manera, yo seguí las indicaciones de mi inmunólogo y me dispuse a pasarme la cuarentena entera con las agujas a mano. Pincharse en una tripa postparto, además, es la gloria, claro: allí había piel colgona de sobra para hincar las agujas.
Lo que yo no había calibrado correctamente es el caos absoluto en que se convierte la vida con un bebé recién nacido. Así que, desde el primer momento, la hora de pincharme la heparina empezó a ser... cualquiera. Mañana, tarde, noche... Una vez superado el miedo a perder a mi pequeña, y sabiendo que la profilaxis era muy muy muy conservadora en mi caso, me relajé bastante, hasta el punto de llegar a saltarme la inyección diaria en más de una ocasión. Concretamente, me la salté cinco días, casi todos hacia el final de la cuarentena. Y es que, pasadas las primeras tres semanas, aquello se me empezó a hacer muy cuesta arriba, y más todavía cuando superé el primer mes.
El caso es que había planeado un último pinchazo ceremonial, incluso me planteaba la posibilidad de grabarlo en vídeo, para darle al momento la importancia que se merecía. Al final, sin embargo, no hubo ceremonia ni vídeo ni nada parecido. De hecho, ni siquiera hubo último pinchazo como tal: simplemente, se me olvidó ponerme la inyección dos días seguidos, y como ya había superado la cuarentena, lo dejé :)
No puedo terminar esta entrada sin mencionar lo difícil que es deshacerse de las cajas de heparina vacías, porque, en principio, no te las aceptan en un punto Sigre de reciclaje de medicamentos debido a las agujas. Nosotras, de todas formas, hemos ido endiñándolas por las farmacias como buenamente hemos sabido, pero hemos tenido cajones (y maleteros) repletos de cajas durante meses. De hecho, todavía tenemos una caja y media guardada en el mueble del baño (con las cinco inyecciones que nunca me puse incluidas), que espero que desaparezca dentro de poco porque los cosméticos para bebés ocupan lo que no está escrito.
Y ahora que lo pienso: tal vez no hubo último pinchazo ceremonial, pero todavía estoy a tiempo de hacer algo especial con las últimas heparinas...
Se aceptan sugerencias ;)
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