Me desperté a las seis de la mañana con un dolor abdominal intenso que iba y venía. Abrí un ojo para mirar la hora y lo volví a cerrar. Cuando el dolor regresó, miré el reloj otra vez. Así hasta que comprobé que el intervalo no llegaba a los cinco minutos. "Estoy de parto", me dije. Por un instante, sentí miedo; pero, inmediatamente, pensé: "Mi hija va a nacer". Y me sentí feliz. Intenté tranquilizarme y seguir durmiendo, con la idea de descansar todo lo posible y coger fuerzas para lo que imaginaba que vendría después.
No aguanté demasiado. El dolor era muy intenso y decidí que me convenía más moverme, dinamizar mi cuerpo para que se fuera relajando y no entorpeciera el paso del bebé. Me senté al borde de la cama, abrí bien las piernas y me eché hacia delante, tal y como nos había enseñado la matrona durante el curso. Alma se despertó al poco rato. "Creo que estoy de parto", le dije. Y sonreí. Algo dentro de mí se sentía plenamente satisfecho: a pesar del reposo y la progesterona, a pesar de la desconfianza que regresaba, estaba ocurriendo lo que yo había predicho. Mi cuerpo sabía parir.
Deambulé por la casa, probé varias posturas, siempre buscando la expansión de mi cuerpo. El dolor se volvía más intenso y las contracciones eran cada vez más contundentes. Por momentos, el miedo regresaba, pero yo procuraba atajarlo recordándome que aquello era lo mejor que podía pasar, que todo iba bien. Como la luz me resultaba muy molesta, mantuvimos las persianas bajadas para que las habitaciones estuvieran en penumbra. Y aunque había planeado pasar la dilatación escuchando música relajante, descubrí que el ruido también me perturbaba, que prefería el silencio.
Alma se duchó y empezó a preparar la bolsa. Apenas unos días antes había estado haciendo una lista con lo que quería que nos llevásemos. No me gustaba la idea de tener las cosas en la maleta hechas un gurruño, porque todavía estaba de 36 semanas y no sabía cuándo me pondría de parto. Lo que sí veía claro es que, llegado el momento, necesitaría centrarme en mi cuerpo, así que preferí hacer una lista y que fuera ella quien se ocupara de cogerlo todo.
Pasaban las horas y, aunque al principio no había querido desayunar, terminé forzándome a comer un sándwich, siempre con el pensamiento de que me esperaba un desgaste ingente que no podría enfrentar en ayunas. Llevaba todo el embarazo, además, preocupándome por cómo evitar las hipoglucemias durante el parto, así que no podía arriesgarme ahora que parecía que el momento había llegado. Y, aunque no conseguí terminármelo, de alguna manera ayudó a que el estómago se asentara.
Porque el caso es que me dolía el estómago. O, más bien, me dolía en algún lugar indefinido, perdido entre mis intestinos desplazados, pero reflejado en mi ombligo. Y eso me mosqueaba. Muy a mi pesar, notaba cierto desfase entre el dolor intermitente y las contracciones. A veces, coincidían; a veces, no. Y, en cualquier caso, no me esperaba que el dolor de parto fuera así, tan parecido a una indigestión. Lo que no podía negar es que había un dolor intermitente y había unas contracciones. Si no era el parto, ¿qué otra cosa podía ser?
Cuando salí de la ducha, entendí que mucho tenían que cambiar las cosas para que aquel día naciera nuestra hija. El dolor y las contracciones habían alcanzado un pico y, desde entonces, estaban disminuyendo. La ducha, concretamente, me relajó muchísimo, y ya habían pasado casi seis horas desde que todo empezó, tiempo suficiente para que el parto hubiera avanzado hasta el punto de resultar indiscutible.
Entonces, ¿qué hacíamos? ¿Nos íbamos al hospital, cuando, con toda probabilidad, nos mandarían de vuelta a casa? Pero, ¿y si estaba de parto aunque a mí no me lo pareciera? Había escuchado tantas historias de partos que no lo parecen... ¿Y si también era mi caso? Al final, decidimos ir a urgencias porque, al fin y al cabo, el dolor estaba ahí y las contracciones estaban ahí. Algo pasaba.
Esta vez, sin embargo, no fuimos a nuestro hospital de siempre. Esta vez fuimos a Hospital Elegido: el lugar donde, después de mucho informarme, deseaba dar a luz. Quería vivir un parto respetado, confiar en que no sufriría episodios de violencia obstétrica, que mi voluntad sería tenida en cuenta en todo momento y que recibiría un trato humano. En resumen, lo que cualquiera esperaría al ser atendida durante un parto aunque, desgraciadamente, la mayoría de las veces no sea así.
En urgencias nos valoraron de manera inmediata, una de las primeras diferencias que notamos entre Hospital Elegido y nuestro hospital, donde habríamos tenido que esperar como cualquier otro paciente. Después, nos sentamos un rato en unos sillones, hasta que vino un celador para acompañarnos a Ginecología. Allí pasamos otro rato en una sala de espera y, a continuación, una matrona me puso los monitores. Esta fue otra diferencia importante, pues me enchufaron a la máquina sentada en un sillón, no tumbada en una camilla. Y fue algo que agradecí muchísimo, ya que las camillas me resultaban muy estrechas para andar maniobrando con la tripa: el simple hecho de recostarse a mí me parecía toda una odisea.
Durante la hora que pasé en los monitores me terminó de quedar claro que de parto no estaba. Tenía muchísimas contracciones, algunas muy fuertes, las más fuertes que había registrado hasta el momento; pero no eran rítmicas ni coincidían, la mayor parte de las veces, con el dolor intermitente. La matrona, por si acaso, me hizo un tacto (un procedimiento odioso que, sin embargo, llevó a cabo con sumo cuidado), y confirmó que mi cuello del útero estaba todavía muy alto, por lo que no parecía que el parto fuera a desencadenarse ni siquiera en los días siguientes.
Ante mi pregunta de por qué tenía, entonces, tantísimas contracciones, me explicó que, cuando se sufren indigestiones y otros procesos parecidos, el útero suele irritarse. Para mí, esta explicación fue muy importante, ya que me daba mucha vergüenza la posibilidad de estar somatizando, debido al miedo recién estrenado a no ponerme nunca de parto.
Todo este protocolo fue diferente al que nos aplicaron en nuestro hospital la primera vez que fuimos a urgencias, ya que, por ejemplo, en ningún momento me midieron el cuello del útero. No sé si la diferencia tiene que ver con que ya estaba casi a término (al día siguiente cumplía las 37 semanas), o con que, en Hospital Elegido, las matronas parecen tener un protagonismo mayor. Y digo esto porque, en nuestro hospital, fueron dos ginecólogas quienes valoraron mi caso; mientras que, en Hospital Elegido, yo ya sabía que no estaba de parto antes de ver a ninguna ginecóloga.
No obstante, al final pasamos a consulta con una. Ella me preguntó si quería dar a luz en ese hospital, ya que no era nuestro hospital de referencia, y le dije que sí. Así que aprovechó para abrirnos una ficha y tomar nota de todos los datos del embarazo; lo cual, y teniendo en cuenta mi historial, nos llevó un buen rato. Como me faltaban los resultados de la prueba del estreptococo porque me habían tomado la muestra en la última consulta, me propuso repetirla por si acaso no me daba tiempo a que me los dieran en nuestro hospital. A mí me pareció una idea estupenda porque así me quedaba mucho más tranquila, y hasta me hizo ilusión que me hicieran ya una prueba allí.
Volvimos a casa contentas: no estaba de parto, pero El Simulacro había servido para practicar la salida de casa, conocer Hospital Elegido y que me abrieran una ficha para cuando verdaderamente fuera el día. No obstante, fue una experiencia agotadora, así que aquella tarde decidimos faltar a la última clase del curso de Educación Maternal, esa en la que nuestra matrona habló sobre el expulsivo y la lactancia. ¡Ag!
Coincidencias de la vida, al día siguiente nos habíamos apuntado, precisamente, a una visita guiada por Hospital Elegido. Habríamos querido ir mucho antes, pero, durante el reposo, me parecía imposible aguantar de pie el rato que estuviéramos viendo las instalaciones. Aunque, al final, no fue necesario: hicimos la visita de manera virtual desde el salón de actos, ya que el personal había decidido, con muy buen criterio, que había que respetar el ambiente silencioso de los paritorios por consideración hacia las mujeres que allí se encontraban.
El protocolo de Hospital Elegido era estupendo. Yo ya me había hecho una idea al rellenar mi plan de parto utilizando su modelo, pues apenas tuve que añadir nada, ya que mis deseos coincidían con su forma de trabajar. Pero escucharlo allí, de boca de una de sus matronas, fue muy alentador. Además, otras personas que ya habían acudido allí para dar a luz y querían repetir estuvieron explicando su experiencia, y todo eran alabanzas y agradecimientos.
Salimos entusiasmadas. ¡Hospital Elegido era el hospital que queríamos! Pero, como yo no podía sacarme de la cabeza la amenaza velada de que me indujeran el parto en nuestro hospital, pedí cita con mi doctora de cabecera para que trasladaran mi expediente. Esto fue algo que aprendimos durante la visita: que, aunque en cualquier hospital se atiende cualquier parto porque el parto es una urgencia, es mejor trasladar tu expediente al final del embarazo al hospital donde quieras dar a luz, ya que así conocen tu historial y pueden darte una mejor atención. En casos como el mío, que tengo un historial complejo, esto es más que aconsejable.
La verdad es que pasé muchos nervios hasta que me confirmaron que tenía una cita con ellos, ya en la semana 40. No me importaba que fuera tan tarde, porque lo que yo quería era asegurarme de que, si finalmente necesitaba que me indujeran el parto, me lo inducirían allí y no en nuestro hospital. Y no porque tenga alguna queja de la atención que he recibido en nuestro hospital durante todo el embarazo, porque no tengo ninguna; sino porque, a la hora de parir, prefería hacerlo allí.
En fin. Sé que me he extendido mucho para contar algo que se podría resumir en un par de frases: "Un día creí que estaba de parto, porque tenía muchas contracciones y dolor de tripa, pero al final resultó que solo era una indigestión. Sin embargo, la visita a urgencias nos sirvió para conocer Hospital Elegido y que ellos me conocieran a mí". Si lo he contado con todo detalle, ha sido porque esta experiencia es, hasta el momento, lo más parecido que voy a vivir al parto que había imaginado.
A pesar del miedo a la inducción, una parte de mí estaba convencida de que todo ocurriría como nos había contado nuestra matrona: empezaría notando las contracciones, que irían a más con las horas; trataría de aguantar al máximo la dilatación en casa y me ducharía tranquilamente, aprovechando el momento para relajarme; y finalmente nos iríamos al hospital, donde gozaría del apoyo suficiente para que todo saliera bien.
La realidad, tristemente, no tuvo nada que ver :(
Pasaban las horas y, aunque al principio no había querido desayunar, terminé forzándome a comer un sándwich, siempre con el pensamiento de que me esperaba un desgaste ingente que no podría enfrentar en ayunas. Llevaba todo el embarazo, además, preocupándome por cómo evitar las hipoglucemias durante el parto, así que no podía arriesgarme ahora que parecía que el momento había llegado. Y, aunque no conseguí terminármelo, de alguna manera ayudó a que el estómago se asentara.
Porque el caso es que me dolía el estómago. O, más bien, me dolía en algún lugar indefinido, perdido entre mis intestinos desplazados, pero reflejado en mi ombligo. Y eso me mosqueaba. Muy a mi pesar, notaba cierto desfase entre el dolor intermitente y las contracciones. A veces, coincidían; a veces, no. Y, en cualquier caso, no me esperaba que el dolor de parto fuera así, tan parecido a una indigestión. Lo que no podía negar es que había un dolor intermitente y había unas contracciones. Si no era el parto, ¿qué otra cosa podía ser?
Cuando salí de la ducha, entendí que mucho tenían que cambiar las cosas para que aquel día naciera nuestra hija. El dolor y las contracciones habían alcanzado un pico y, desde entonces, estaban disminuyendo. La ducha, concretamente, me relajó muchísimo, y ya habían pasado casi seis horas desde que todo empezó, tiempo suficiente para que el parto hubiera avanzado hasta el punto de resultar indiscutible.
Entonces, ¿qué hacíamos? ¿Nos íbamos al hospital, cuando, con toda probabilidad, nos mandarían de vuelta a casa? Pero, ¿y si estaba de parto aunque a mí no me lo pareciera? Había escuchado tantas historias de partos que no lo parecen... ¿Y si también era mi caso? Al final, decidimos ir a urgencias porque, al fin y al cabo, el dolor estaba ahí y las contracciones estaban ahí. Algo pasaba.
Esta vez, sin embargo, no fuimos a nuestro hospital de siempre. Esta vez fuimos a Hospital Elegido: el lugar donde, después de mucho informarme, deseaba dar a luz. Quería vivir un parto respetado, confiar en que no sufriría episodios de violencia obstétrica, que mi voluntad sería tenida en cuenta en todo momento y que recibiría un trato humano. En resumen, lo que cualquiera esperaría al ser atendida durante un parto aunque, desgraciadamente, la mayoría de las veces no sea así.
En urgencias nos valoraron de manera inmediata, una de las primeras diferencias que notamos entre Hospital Elegido y nuestro hospital, donde habríamos tenido que esperar como cualquier otro paciente. Después, nos sentamos un rato en unos sillones, hasta que vino un celador para acompañarnos a Ginecología. Allí pasamos otro rato en una sala de espera y, a continuación, una matrona me puso los monitores. Esta fue otra diferencia importante, pues me enchufaron a la máquina sentada en un sillón, no tumbada en una camilla. Y fue algo que agradecí muchísimo, ya que las camillas me resultaban muy estrechas para andar maniobrando con la tripa: el simple hecho de recostarse a mí me parecía toda una odisea.
Durante la hora que pasé en los monitores me terminó de quedar claro que de parto no estaba. Tenía muchísimas contracciones, algunas muy fuertes, las más fuertes que había registrado hasta el momento; pero no eran rítmicas ni coincidían, la mayor parte de las veces, con el dolor intermitente. La matrona, por si acaso, me hizo un tacto (un procedimiento odioso que, sin embargo, llevó a cabo con sumo cuidado), y confirmó que mi cuello del útero estaba todavía muy alto, por lo que no parecía que el parto fuera a desencadenarse ni siquiera en los días siguientes.
Ante mi pregunta de por qué tenía, entonces, tantísimas contracciones, me explicó que, cuando se sufren indigestiones y otros procesos parecidos, el útero suele irritarse. Para mí, esta explicación fue muy importante, ya que me daba mucha vergüenza la posibilidad de estar somatizando, debido al miedo recién estrenado a no ponerme nunca de parto.
Todo este protocolo fue diferente al que nos aplicaron en nuestro hospital la primera vez que fuimos a urgencias, ya que, por ejemplo, en ningún momento me midieron el cuello del útero. No sé si la diferencia tiene que ver con que ya estaba casi a término (al día siguiente cumplía las 37 semanas), o con que, en Hospital Elegido, las matronas parecen tener un protagonismo mayor. Y digo esto porque, en nuestro hospital, fueron dos ginecólogas quienes valoraron mi caso; mientras que, en Hospital Elegido, yo ya sabía que no estaba de parto antes de ver a ninguna ginecóloga.
No obstante, al final pasamos a consulta con una. Ella me preguntó si quería dar a luz en ese hospital, ya que no era nuestro hospital de referencia, y le dije que sí. Así que aprovechó para abrirnos una ficha y tomar nota de todos los datos del embarazo; lo cual, y teniendo en cuenta mi historial, nos llevó un buen rato. Como me faltaban los resultados de la prueba del estreptococo porque me habían tomado la muestra en la última consulta, me propuso repetirla por si acaso no me daba tiempo a que me los dieran en nuestro hospital. A mí me pareció una idea estupenda porque así me quedaba mucho más tranquila, y hasta me hizo ilusión que me hicieran ya una prueba allí.
Volvimos a casa contentas: no estaba de parto, pero El Simulacro había servido para practicar la salida de casa, conocer Hospital Elegido y que me abrieran una ficha para cuando verdaderamente fuera el día. No obstante, fue una experiencia agotadora, así que aquella tarde decidimos faltar a la última clase del curso de Educación Maternal, esa en la que nuestra matrona habló sobre el expulsivo y la lactancia. ¡Ag!
Coincidencias de la vida, al día siguiente nos habíamos apuntado, precisamente, a una visita guiada por Hospital Elegido. Habríamos querido ir mucho antes, pero, durante el reposo, me parecía imposible aguantar de pie el rato que estuviéramos viendo las instalaciones. Aunque, al final, no fue necesario: hicimos la visita de manera virtual desde el salón de actos, ya que el personal había decidido, con muy buen criterio, que había que respetar el ambiente silencioso de los paritorios por consideración hacia las mujeres que allí se encontraban.
El protocolo de Hospital Elegido era estupendo. Yo ya me había hecho una idea al rellenar mi plan de parto utilizando su modelo, pues apenas tuve que añadir nada, ya que mis deseos coincidían con su forma de trabajar. Pero escucharlo allí, de boca de una de sus matronas, fue muy alentador. Además, otras personas que ya habían acudido allí para dar a luz y querían repetir estuvieron explicando su experiencia, y todo eran alabanzas y agradecimientos.
Salimos entusiasmadas. ¡Hospital Elegido era el hospital que queríamos! Pero, como yo no podía sacarme de la cabeza la amenaza velada de que me indujeran el parto en nuestro hospital, pedí cita con mi doctora de cabecera para que trasladaran mi expediente. Esto fue algo que aprendimos durante la visita: que, aunque en cualquier hospital se atiende cualquier parto porque el parto es una urgencia, es mejor trasladar tu expediente al final del embarazo al hospital donde quieras dar a luz, ya que así conocen tu historial y pueden darte una mejor atención. En casos como el mío, que tengo un historial complejo, esto es más que aconsejable.
La verdad es que pasé muchos nervios hasta que me confirmaron que tenía una cita con ellos, ya en la semana 40. No me importaba que fuera tan tarde, porque lo que yo quería era asegurarme de que, si finalmente necesitaba que me indujeran el parto, me lo inducirían allí y no en nuestro hospital. Y no porque tenga alguna queja de la atención que he recibido en nuestro hospital durante todo el embarazo, porque no tengo ninguna; sino porque, a la hora de parir, prefería hacerlo allí.
En fin. Sé que me he extendido mucho para contar algo que se podría resumir en un par de frases: "Un día creí que estaba de parto, porque tenía muchas contracciones y dolor de tripa, pero al final resultó que solo era una indigestión. Sin embargo, la visita a urgencias nos sirvió para conocer Hospital Elegido y que ellos me conocieran a mí". Si lo he contado con todo detalle, ha sido porque esta experiencia es, hasta el momento, lo más parecido que voy a vivir al parto que había imaginado.
A pesar del miedo a la inducción, una parte de mí estaba convencida de que todo ocurriría como nos había contado nuestra matrona: empezaría notando las contracciones, que irían a más con las horas; trataría de aguantar al máximo la dilatación en casa y me ducharía tranquilamente, aprovechando el momento para relajarme; y finalmente nos iríamos al hospital, donde gozaría del apoyo suficiente para que todo saliera bien.
La realidad, tristemente, no tuvo nada que ver :(
Ayyy, qué pasó? Bueno, me quedo con que os gustó mucho el hospital y os sentisteis entendidas y cómodas. Ya nos contarás el resto.
ResponderEliminarSí, sí, ¡prontito! :D
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