jueves, 25 de mayo de 2017

Nuestro expediente de adopción cumple dos años


Hoy celebramos el segundo aniversario de nuestro expediente de adopción, y debo reconocer que mi primer impulso ha sido escribir una entrada bastante amarga. Porque este segundo año de espera ha sido duro, muy duro. Después he comprendido, sin embargo, que nunca debe ser ese el espíritu de esta fecha. Porque hace apenas dos años y unos pocos días, ni siquiera contábamos con la posibilidad de adoptar. Así que, por muy cuesta arriba que se haga, mucho peor fue creer, durante tanto tiempo, que la posibilidad misma de vivir este proceso era algo que siempre nos estaría vetado.

Parece que fue ayer cuando escribí que nuestro expediente de adopción cumplía un año. Recuerdo haber visto el mensaje en el contador y sentir que se me hacía un mundo volver a transitar un año entero de espera. Y lo cierto es que así ha sido; pero también es cierto que, a pesar de todo, ¡lo hemos logrado!

Este segundo año ha sido muy difícil porque no se ha parecido en nada al anterior. Mientras que durante el primero hubo tres reuniones informativas y vimos avanzar la lista de espera más de cien números, en este segundo año no ha habido ninguna. Cero. Nada. Por lo que respecta a nuestro expediente, es como si el año entero hubiera pasado en blanco.

Esto no quiere decir que no haya habido movimiento, claro. Otras familias han hecho sus cursos, han recibido visitas, han obtenido el certificado de idoneidad. Se han convocado reuniones "preparto", han sonado teléfonos, ha habido asignaciones que nos han encogido el corazón.

Pero muchas veces, demasiadas, he sentido que nosotras seguíamos igual de lejos que hace un año. Que, aunque en teoría estamos cada vez más cerca, en la práctica parece que nos vamos alejando.

viernes, 19 de mayo de 2017

A vueltas con la metformina

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La metformina no cae bien en la nueva clínica.
O, para ser más concreta, genera una buena dosis de indiferencia.

En la primera transferencia, una doctora de tantas me dijo que la dejara. Yo le hice caso, deseosa como estaba de no tomar ninguna pastilla; pero a los dos días me arrepentí, agobiada por la idea de que mi cuerpo fuera incapaz de ovular sin ayuda.

Esta vez, como teníamos cita con la presunta superdoctora a la que se le ocurrió que fuera a la consulta de Inmunología (y siempre le estaré agradecida por ello), decidí preguntarle por la metformina con el objetivo de resolver mis dudas de una vez para siempre.

Pero no lo conseguí.

Ojo a las frases que se marcó esta señora:

ㅡLa metformina se utiliza para evitar abortos en mujeres con SOP...

Hasta ahí bien: deduzco que como yo tengo SOP y he tenido tres abortos, la necesito.

ㅡ... pero tú no la necesitas. Porque no tienes granos. Y estás delgada.

Tócate el moño

ㅡEn cualquier caso, nosotros hemos consultado al Instituto No Sé Qué y nos han asegurado que no es teratogénica. De hecho, en países del Tercer Mundo se utiliza para tratar a mujeres diabéticas durante todo el embarazo, porque es mucho más asequible que la insulina y no tiene contraindicaciones graves.

Grandísimos datos.

El caso es que, según esta señora, puedo seguir tomando la metformina hasta la transferencia y después dejarla alegremente. Yo traté de profundizar en el tema, sacando a colación datos objetivos del tipo "En mis análisis de 2014 consta que no tengo resistencia a la insulina, pero...", para ver si así podíamos discutir de algo que no fuera el aspecto de mi cara. Porque, como le recordé, mi piel es muy capaz de generar un acné de tamaño XL, y ahora mismo no está ocurriendo por la única razón de que he tomado la píldora durante meses.

Pero dio igual. En esta clínica, la metformina no mola

Al principio me autoconvencí de que podía dejarla. Bueno, pensé, no está mal. Una pastilla menos, blablabla. Pero enseguida empecé a sentirme como la otra vez. No podía sacarme de la cabeza la frase: "La metformina se utiliza para evitar abortos en mujeres con SOP". Y es que, ¿acaso yo no soy una mujer con SOP? ¿Acaso yo no aborto? Entonces, ¿¿no será que necesito metformina??

Así que me puse a leer todo lo que encontré en Internet sobre el tema, porque ya no me fío. De nada ni de nadie. Y encontré que la metformina es buena, muy buena. Que no solo no me hace mal, sino que puede hacerme mucho bien. Y que no debo dejarla, digan lo que digan. Que pienso seguir tomándola, después de la transferencia y, si tengo suerte, durante el embarazo.

El motivo por el que dudaba entre tomarla o dejarla no era, como la otra vez, las ganas de librarme de pastillas. Lo que ocurre es que, desde la segunda FIV, sé que la metformina reduce la absorción de vitamina B12. Y ahora que también sé que tengo una mutación que la dificulta, provocando un aumento de la homocisteína y, con ello, una elevación de la coagulación, necesitaba decidir qué era preferible: potenciar al máximo la absorción de B12, dejando la metformina y arriesgándome a que mis ovarios poliquisteen a lo loco, o seguir con la metformina aun a riesgo de no absorber suficiente vitamina B12 y tener la coagulación más elevada de lo que me gustaría.

En principio, la primera opción me parecía la mejor, porque pensaba que tenía que centrarme en regular la coagulación. Pero, después de leer mucho, he llegado a la conclusión de que la metformina no es negociable. Que, probablemente, no vaya a ser negociable durante el resto de mi vida.

Algo que me ha dejado más tranquila, no obstante, es que, si bien tomar esta pastilla de manera aislada eleva la homocisteína, que de por sí ya suele estar elevada en mujeres con SOP (¡nuevo dato!); se ha comprobado que combinarla con vitamina B12 en cantidades masivas consigue tanto que la homocisteína baje como que los estragos del SOP se regulen. Así que me parece que tendré que abonarme a este combo forever.

La verdad es que los artículos que he leído me han dado mucha seguridad a la hora de tomar esta decisión. Pero me queda la tristeza de no poder contar con un médico que entienda el SOP y sepa manejarlo.

Tendré que seguir buscando...

domingo, 14 de mayo de 2017

Una reflexión sobre los orígenes y la identidad


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Te gustaría saber quién eres. Con poco o nada para orientarte, das por sentado que eres el producto de vastas migraciones prehistóricas, de conquistas, violaciones y secuestros, que los prolongados y tortuosos cruces de tu horda ancestral se han extendido por muchos territorios y reinos, porque tú no eres la única persona que ha viajado por el planeta y, ¿quién sabe quién engendró a quién para luego engendrar a quién [...]? Como no sabes nada de tus orígenes, hace mucho que decidiste presumir de que eres un compuesto de todas las razas [...], en parte africano, árabe, chino, indio y caucasiano, el crisol de muchas civilizaciones enfrentadas en un solo cuerpo. [...] Has decidido conscientemente ser todo el mundo, aceptar a todos los que llevas en tu interior con objeto de ser tú mismo de una forma más libre y plena, puesto que la cuestión de quién eres es un misterio y no albergas esperanzas de que algún día se resuelva.

La otra noche me encontré con este fragmento por casualidad. Pero fue una de esas casualidades maravillosas que, de improviso, provoca una rápida evolución en mi pensamiento, llenando de luz un espacio misterioso que, hasta entonces, había permanecido oscuro.

La relación entre el desconocimiento de los orígenes y la formación de la identidad me interesa muchísimo desde el momento en que Alma y yo vamos a formar una familia sin vínculos genéticos. Nuestros hijos no se parecerán ni a papá ni a mamá, no tendrán el aire del abuelo Pepito, ni siquiera serán el vivo retrato de su hermano. Vamos a romper un buen número de convenciones y me gustaría poder empoderarlos, empoderarnos todos, en una concepción de la identidad diferente pero igualmente plena. Incluso, en lo que puede tener de autónoma frente a las tradiciones que no se cuestionan, una concepción de la identidad mejor.

No voy a negar que alguna intuición tenía sobre el tema, una idea vaga sobre lo interesante que resulta sobrepasar los límites del clan para reconocer a la Humanidad como tu propia familia. Sobre lo bonito que parece no centrarse en un rasgo u otro (los ojos así, la boca asá), sino conocerse y reconocerse en lo que cada uno tiene de particular y, a la vez, de humano. Esa es la familia a la que yo quiero pertenecer, esa es la familia que yo quiero formar.

Sin embargo, no fue hasta que leí ese fragmento que pude estar segura de lo que quería decir. Porque el texto no pertenece a una obra que trate de la adopción ni está escrita por una persona adoptada: me lo encontré en el Diario de invierno de Paul Auster. 

Lo valioso, lo que realmente me ha hecho comprender que mi intuición es una gran idea, es que Paul Auster no desconoce sus orígenes. En el libro, en ese mismo fragmento, habla de su padre y de su madre. Habla de sus abuelos y de sus países de origen. Sabe quién engendró a quién del mismo modo en que lo sabe cualquier persona que se haya criado en su familia biológica. Por si esto no fuera poco, el escritor también tiene a su disposición una fuerte vinculación étnica, ya que es judío.

Sin embargo, esa misma persona que no alberga ninguna duda acerca de sus raíces biológicas ni del origen último de su comunidad, se siente desorientado acerca de su identidad, incapaz de conformarla a partir de quienes oficialmente le precedieron. Y, por ese motivo, decide construirse una, dársela a sí mismo. Una identidad que, de manera profundamente humana, lo vincula con los demás. Con todos los demás.

Creo que este fragmento explora hasta qué punto nuestra identidad no viene dada por nuestros orígenes, sino que cada persona es responsable de crearla en la dirección que considere. Que no somos nuestra herencia genética, entre otras cosas porque, ¿acaso la conocemos realmente o estamos seguros de ella? No somos lo que fueron otros antes que nosotros, sino lo que nosotros mismos hemos sido, somos y seremos; no somos los vínculos que nos vienen dados, sino los que nosotros mismos forjamos. Nos parecemos a nosotros mismos en primer lugar y, en segundo lugar, nos parecemos a la Humanidad. Somos nosotros, somos humanos, antes de ser los hijos de... quien sea.

Una cosa es querer conocer esa "horda ancestral" y otra muy distinta hacer que tu identidad dependa de ella. Quienes conocemos nuestros vínculos biológicos tenemos esa curiosidad satisfecha; quienes no lo hacen, pueden sentir unas sanas y legítimas ganas de satisfacerla. E incluso atreverse a ello. Pero tanto unos como otros haremos mal en descansar el peso de nuestra identidad sobre el único pilar de nuestros ancestros. Porque cada ser humano es mucho más que un vínculo genético. Somos quienes nos hacemos y, además, somos todos juntos, en una interdependencia que nos vincula a un mundo lleno de riqueza.

Los orígenes biológicos son lo que son: ni más ni menos. Para unos, cotidianos; para otros, desconocidos; para unos y otros, fuente de satisfacción y orgullo, o bien de rechazo y dolor. Una identidad que los trascienda, sin embargo, es igualmente valiosa para todos. Y no me cabe duda de que, a partir de ella, no solo se ponen los cimientos de una personalidad más poderosa y auténtica, sino de una sociedad mejor.

domingo, 7 de mayo de 2017

Recuperando la ovulación

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Para este tratamiento he tomado la decisión de dejar la píldora con un mes de antelación. En el anterior, hubo cierta controversia sobre esto: la primera doctora que nos vio, nos dijo que era necesario; la última, que no hacía falta, que muchísimas mujeres se quedaban embarazadas justo después de dejar la píldora y que yo podía ser una de ellas. Y, efectivamente, lo fui. Así que no he dejado la píldora porque tenga miedo de no quedarme embarazada. Mis razones son otras.

Lo primero que me he planteado es el vínculo nefasto entre los anticonceptivos orales y la coagulación elevada. Las cifras no dejan lugar a dudas: la hiperhomocisteinemia multiplica el riesgo de sufrir un evento trombótico (léase, un aborto) por 2,5, mientras que la ingesta de anticonceptivos orales lo hace por 4. Y como de la primera no me puedo librar debido a la mutación que tengo, he decidido librarme de la segunda. Lo consulté con el inmunólogo para ver qué le parecía, pero él prefirió remitirme a mi ginecóloga. Y como "mis" ginecólogas de la clínica no parecen tener un criterio unificado, al final he tomado yo sola la decisión.

Por otro lado, en el último tratamiento lo pasé bastante mal mientras esperaba a que mi cuerpo, cual bella durmiente, despertara del sopor de la píldora. El ciclo en el que me quedé embarazada fue un ciclo muy largo, tuve que hacerme muchas ecografías porque mis ovarios se peleaban por ovular, me mordí las uñas durante días hasta que vimos a mi endometrio crecer... Todo formaba parte de un proceso normal, pero a mí me generó muchísima inquietud. Así que, esta vez, he preferido darle a mi cuerpo la oportunidad de amenizarnos la espera con un ciclo más corto y menos extremo. En realidad, no confío en lograr la regularización absoluta en un solo mes, pero cuento, por ejemplo, con que mi endometrio crezca de una manera menos errática después de pasar por una regla "de verdad".

Todo esto no ha impedido, sin embargo, que haya pasado bastantes nervios este mes, mientras contaba los días para ver aparecer de nuevo los signos evidentes de la ovulación. Si mis cálculos no fallan, va a ser un ciclo de 35 días, lo esperable en una mujer SOP que acaba de dejar la píldora. En este caso, en vez de ovular a los 14 días, lo he hecho a los 21, pero... ¡de qué manera!

Mis ovarios han despertado del letargo como leones después de una hibernación. ¿Que los leones no hibernan? Claro. Pero si lo hicieran, te destrozarían viva cuando despertasen, tal y como lo han hecho mis ovarios. He sentido dolores de tripa horribles casi cada día, pinchazos sin fin en el ovario derecho (y en el izquierdo, para no ser menos), mareo, bajones de tensión, dolores de cabeza, cansancio extremo. Mis hormonas han salido a escena con tal fuerza, que hasta la pobre Alma, que nunca se desvía de los 26 días que duran sus ciclos, ya va por más de 30 sin que su regla se atreva a asomarse por casa.

Lo peor es que no solo se trataba de tener paciencia y aguantar el dolor, sino de superar el miedo a no ovular. ¿Que por qué tengo miedo a no ovular si siempre ovulo? Pues porque tengo SOP. Y a las mujeres SOP siempre nos meten miedo con el no-ovulas, no-ovulas. Y no es verdad. Muchas mujeres SOP ovulamos todos los meses. Y muchas mujeres SOP que no ovulan, lo consiguen después de regular su sistema endocrino, por ejemplo, tomando metformina y bajando de peso. Pero el SOP es tan desconocido y a los médicos les importa tan poco... que al final una ya no sabe qué pensar. Y como las mujeres SOP tenemos tendencias depresivas (¡para no tenerlas!), a veces nos da por pensar que no podemos. Que no vamos a poder nunca. 

Pero es mentira. 

lunes, 1 de mayo de 2017

Que por mayo era por mayo

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Lo reconozco: hace tiempo que mayo se ha convertido en mi mes preferido.

Supongo que, en parte, tiene que ver con el tiempo. La primavera llega en todo su esplendor (aunque esté año empezó a asomar sus patitas en febrero... cosas del cambio climático), noto cómo se eleva mi nivel de energía y vuelvo a sentir ganas de salir, de hacer, de vivir...

El mes de mayo también es muy importante para nuestra pareja: en mayo empezamos a salir, en mayo nos casamos y en mayo abrimos nuestro expediente de adopción nacional. No tuvimos la intención de hacer coincidir todas estas fechas (ni siquiera la de la boda, que fue todo un periplo): simplemente, salió así. Por eso, a veces siento que mayo es el mes en el que todo pasa, un paréntesis mágico que se abre una vez al año para recordarnos que no hay nada imposible.

Y, como no podía ser de otra manera, me pregunto si este mayo será también el comienzo de esa aventura que tanto ansiamos, si el mes de las flores llegará para devolvernos la esperanza de manera definitiva. Ahora que todavía queda lejos el próximo tratamiento, ahora que aún hay tiempo para que pase todo lo bueno, me gusta pensar que sí, que las cosas irán tal y como deseamos.

Que pondremos a mayo un broche perfecto.