Hoy celebramos el segundo aniversario de nuestro expediente de adopción, y debo reconocer que mi primer impulso ha sido escribir una entrada bastante amarga. Porque este segundo año de espera ha sido duro, muy duro. Después he comprendido, sin embargo, que nunca debe ser ese el espíritu de esta fecha. Porque hace apenas dos años y unos pocos días, ni siquiera contábamos con la posibilidad de adoptar. Así que, por muy cuesta arriba que se haga, mucho peor fue creer, durante tanto tiempo, que la posibilidad misma de vivir este proceso era algo que siempre nos estaría vetado.
Parece que fue ayer cuando escribí que nuestro expediente de adopción cumplía un año. Recuerdo haber visto el mensaje en el contador y sentir que se me hacía un mundo volver a transitar un año entero de espera. Y lo cierto es que así ha sido; pero también es cierto que, a pesar de todo, ¡lo hemos logrado!
Este segundo año ha sido muy difícil porque no se ha parecido en nada al anterior. Mientras que durante el primero hubo tres reuniones informativas y vimos avanzar la lista de espera más de cien números, en este segundo año no ha habido ninguna. Cero. Nada. Por lo que respecta a nuestro expediente, es como si el año entero hubiera pasado en blanco.
Esto no quiere decir que no haya habido movimiento, claro. Otras familias han hecho sus cursos, han recibido visitas, han obtenido el certificado de idoneidad. Se han convocado reuniones "preparto", han sonado teléfonos, ha habido asignaciones que nos han encogido el corazón.
Pero muchas veces, demasiadas, he sentido que nosotras seguíamos igual de lejos que hace un año. Que, aunque en teoría estamos cada vez más cerca, en la práctica parece que nos vamos alejando.
Admito que los primeros seis meses los llevé mejor. Las tres primeras reuniones informativas se convocaron con cinco meses de separación, así que estaba convencida de que la cuarta llegaría en un periodo de tiempo similar. Pero cuando pasaron seis, siete, ocho meses y no había noticias, empecé a angustiarme. No podía ser. No podía pasar un año entero sin que la lista avanzara. Me parecía que eso daba al traste con todos mis cálculos y me planteaba dudas horribles que por nada del mundo me quería plantear.
La gente cree que la adopción es un plan B seguro. Que si no puedes "fabricar" un hijo con tu cuerpo, te apuntas en una lista y te dan un bebé. Nada más lejos de la realidad. La adopción es un camino tan incierto como cualquier otro. Muchas familias no lo consiguen, especialmente en adopción nacional. Y aunque lo consigan, los años de espera son durísimos.
Entiendo que desde fuera no lo parezca. En comparación con la reproducción asistida, por ejemplo, durante la mayor parte del tiempo que dura el proceso no tienes que "hacer" nada. No hay análisis ni pruebas horribles, no hay tratamientos fallidos. Sin embargo, lo cierto es que estás esperando. Estás viviendo ese "embarazo burocrático" del que todo el mundo habla. Y es un embarazo que pesa, pesa muchísimo. Estar de ciento cuatro semanas, como estamos nosotras, y no saber cuándo darás a luz, es una pasada.
Yo lo he comprendido este año. Sobre todo, estos últimos seis meses. He sentido mi cuerpo en tensión cada día, echando un pulso constante contra mi propia desesperación, mis miedos, mis ganas de gritar y arrancarme el pelo a mechones. Por suerte o por desgracia, sé que no soy la única: en el libro de Mariposas en el corazón, por ejemplo, son varias las madres adoptivas que explican cómo desarrollaron una enfermedad durante el periodo de espera. Cómo todo ese cúmulo de emociones contenidas cristalizó en tumores que los propios médicos admitieron como una consecuencia del proceso.
Y lo entiendo, porque esta espera tiene cuerpo, es una masa que crece en tu interior y te dobla por dentro. Una necesidad, un ansia, una impotencia. Y un saber que así debe ser, que está bien, que no pasa nada. Y un entender que el reto será mayor todavía cuando la espera termine. Y un no poder imaginártelo siquiera.
Hace un año estaba convencida de que nuestro proceso duraría unos cuatro o cinco años. Y celebraba que ya hubiera pasado el primero, porque eso quería decir que "solo" nos quedaban tres o cuatro. Ahora que hemos cumplido el segundo aniversario, deberían de ser dos o tres años los que todavía nos separaran de la famosa "llamada". Y aunque ya no me siento tan segura, prefiero aferrarme a esa esperanza. Prefiero seguir celebrando (lo he decidido hoy, mientras comíamos dulces y soplábamos nuestra segunda vela) que estamos transitando un camino con el que, hace muy poquito tiempo, no nos atrevíamos más que a soñar.
Por eso también he querido hacerle a este proceso un hueco especial en mi blog. Porque, aunque todavía no hayamos cumplido muchos hitos, aunque vayamos muy, muy despacio, allá vamos. Estamos avanzando.
Por eso también he querido hacerle a este proceso un hueco especial en mi blog. Porque, aunque todavía no hayamos cumplido muchos hitos, aunque vayamos muy, muy despacio, allá vamos. Estamos avanzando.
Aquí seguimos, pequeñ@. Y aquí vamos a seguir. Con la ilusión y las ganas intactas.
Porque, aunque tú todavía no existas, nosotras te amamos desde hace ya dos años.
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