Me gusta mucho escribir. Me gusta desde siempre, prácticamente desde que aprendí. A lo largo de mi vida, he escrito mucho: muchos diarios, muchas cartas y correos electrónicos, muchas entradas en distintos blogs... y algún que otro poema, canción, relato.
Escribir más se encuentra cada año entre mis buenos propósitos, porque me aporta felicidad y alegría, me crea placer estético y me permite apropiarme de mis experiencias, reconstruirlas a través de la Literatura.
Hay tantas cosas que quisiera contar... Sin embargo, también hay otras que quisiera olvidar para siempre. Arrugarlas como hojas de papel y desecharlas cuanto antes de mi memoria.
Gran parte de las experiencias que relato en este blog pertenecen a este último tipo. A pesar de ello, hace algún tiempo que decidí comprometerme con esta experiencia, apropiarme también de ella, aunque sea desagradable, aunque la mayor parte del tiempo no me provoque más que ganas de salir huyendo.
A cada paso, no obstante, me surgen dudas. No sé si escribir este blog es bueno para mi salud mental. No sé si obligarme a relatar experiencias tan negativas como las que estoy viviendo me ayuda o me hunde más todavía.
Cuando me ocurre algo doloroso, mi primer impulso es dormir, dormir mucho, y a la mañana siguiente, que puede ser después de muchas mañanas, procurar ver la vida desde una perspectiva más optimista. Mirar hacia delante con confianza y regresar al pasado solo cuando me sirve de lección constructiva. Normalmente, esto solo ocurre con el tiempo, por eso no sé qué sentido tiene relatarlo "en directo".
Yo no soy de esas personas a quienes les gusta regodearse en los aspectos truculentos de la existencia. A mí me gusta fijarme en los pequeños grandes detalles que hacen que la vida merezca la pena. Tampoco me satisface elaborar un relato pormenorizado de los agravios que recibo. Incluso aunque sepa que, a veces, es necesario, que es sano cagarse en todo, despotricar, blasfemar y poner reclamaciones. Mi primer impulso es siempre vaciar mi corazón del lodo, dejar espacio para que vuelva a fluir el agua clara, y pensar que quienes actúan de malas maneras recibirán el castigo del karma.
Pero tampoco estoy segura de que sea esa la actitud correcta. No se puede ir por la vida como Caperucita por el bosque. Porque la vida no consiste solo en recoger flores y merendar con la abuelita: también hay que enfrentarse al lobo. Enfrentarse al lobo y hablar del lobo. Porque irse a dormir para despertarse a la mañana siguiente con el ánimo renovado no hace que el lobo desaparezca.
Así que ese es mi dilema: escribir o no escribir. Obligarme a relatar lo que quisiera olvidar u olvidarlo tal y como deseo. Apropiarme de las experiencias negativas dando testimonio de ellas o dejar que se transformen en experiencias positivas con el tiempo.
Es posible que, como ocurre tantas veces, mi dilema sea un falso dilema. Se trata, más bien, de saber entreverar la escritura con el tiempo. Algunos temas piden un golpe de calor y otros, un reposo prolongado que los haga coger cuerpo.
No sé qué tal se lleva esto con la escritura de un blog.
Habrá que comprobarlo...
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