lunes, 30 de enero de 2017

Maternar

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Encontré por primera vez esta palabra en el blog de Amapola, a quien agradezco profundamente que me la haya descubierto :)

Reconozco que al principio no me gustaba. En mi mente se asociaba con "sustituir", con "conformarse". Hacer de madre con hijos que no eran tuyos para darte con un cantito en los dientes al no poder acceder por ti misma a la maternidad. Desahogar ese sentimiento amoroso, tristemente abocado a malgastarse, con niños que nunca serán tus hijos y que nunca te reconocerán como madre.

A pesar de que no me gustaba, no conseguía apartarla de mi mente. Revoloteaba junto a mis oídos y, a veces, se susurraba. La palabra "maternar" tenía algo que sí me gustaba, aunque tardé algún tiempo en descubrirlo.


viernes, 27 de enero de 2017

Histeroscopia diagnóstica

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Me ha costado más de un mes decidirme a escribir esta entrada, porque trata de una de las experiencias más traumáticas que he vivido hasta el momento. Durante muchos días se convirtió en un recuerdo digno de poblar mis peores pesadillas, y he necesitado que su viveza se fuera apagando poco a poco para poder hablar de ello de la manera más despersonalizada posible.

No fue por la histeroscopia: la histeroscopia fue bien. No me pareció una prueba en absoluto dolorosa, aunque sí un poco molesta. Según me había explicado el doctor que me atendió en la primera consulta, empleaban suero en vez de aire, por lo que solamente sentí ciertas molestias al final, mientras evacuaba el suero. En conjunto, puedo decir que fue una prueba más liviana que la histerosalpingografía.

De hecho, la histeroscopia, en sí misma, ha sido una de las experiencias más bonitas de mi vida. Pude seguir toda la exploración a través de una pantalla, y reconozco que ver mi útero por dentro me reconectó con mi cuerpo y con la belleza oculta de todo este proceso. 

Siempre me lo había imaginado de color rojo, tal y como aparece en las ilustraciones de cualquier libro, del mismo color que el endometrio cuando se desprende. Pero no. Era rosado. Un orbe rosado, suave, liso, surcado por multitud de capilares rojizos.

Me sentí acongojada de pensar que aquel había sido el lugar en el que habían vivido mis tres pequeños durante las breves semanas que duraron sus vidas. Porque me pareció un buen lugar para acogerlos, un lugar digno de haber logrado parirlos a término. De manera intuitiva comprendí que allí no había ningún problema, y lo único que lamenté fue que no hubieran dejado entrar a Alma para que también hubiera disfrutado de la experiencia.

Mientras realizaban la prueba, el médico corroboró mis intuiciones, asegurándome que no tenía ningún problema. Mi útero tenía un tamaño normal y un aspecto normal. Se veía todo lo que se tenía que ver y no se veía nada que no debiera haber estado en un útero sano. La verdad es que me sorprendió lo poco que duró la exploración. Por alguna razón me había imaginado que rastrearían mi útero palmo a palmo, pero simplemente llenaron, entraron, vieron, salieron y vaciaron.

Respiré aliviada, pero el bienestar me duró bien poco.
Apenas comenzaba a evacuar el suero cuando empezó la carnicería.


lunes, 23 de enero de 2017

Mis veinte semanas de no-embarazo

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Después de perder mi tercer embarazo, he pasado un duelo muy profundo. No puedo decir si ha sido peor o mejor que el de mi primer aborto, porque, aunque parezca extraño, las circunstancias son muy distintas. Solo sé que han sido tardes y tardes, semanas, meses enteros de tristeza, angustia, ganas de tirar todas las toallas, dolor, rabia y desesperación. 

Siendo como soy una persona que ha sufrido una depresión, también he pasado mucho miedo. Miedo de volver a caer, de tener que frenar nuevamente todos los proyectos de mi vida para curarme, miedo de verme otra vez convertida en un cuerpo sin alma a quien no le importaría no levantarse mañana. Mi experiencia, no obstante, me ha enseñado que la depresión también se supera; la cuestión, sencillamente, es que no me apetece. No me apetece tener que superar eso, otra vez, también. Sin embargo, sé que la tristeza que se prolonga demasiado deja de ser adaptativa, y por momentos procuré asumir que, por más que me jodiera, probablemente estaba pasando. Y que, si así era, tendría que aceptarlo.

Y de pronto, un buen día de diciembre, cerca ya del fin de año, ¡pop! La botella de mi dolor se descorchó. De buenas a primeras, toda la tristeza retenida, la rabia, la desesperación, las pocas ganas de seguir luchando... salieron disparadas como champán agitado, dejándome apenas unos posos amargos.

Creía que me había vuelto loca, que es la hipótesis que manejo últimamente sobre casi todo. La sensación fue tan brutal, tan repentina, que temí que no fuera sino la otra cara de la depresión, como la euforia lo es de la ansiedad. A pesar de que el cielo encapotado se había despejado de repente, no me atreví a disfrutar de los rayos del sol hasta que no me acordé del calendario.

El calendario. Casi sin atreverme a mirar, fui contando las semanas de mi no-embarazo. Y mis sospechas se vieron confirmadas. Tal y como me ocurrió la primera vez, se habían cumplido veinte semanas, el tiempo que, por alguna razón que se me escapa, necesita mi cuerpo para recuperar su equilibrio hormonal.

Entendí entonces que, además de haber estado inmersa en el duelo que naturalmente se pasa tras un aborto, también había estado expuesta a un terremoto hormonal. El terremoto que sufre mi cuerpo tras vivir la secuencia tratamiento-embarazo-aborto. Sé que esto no les pasa a todas las mujeres, pero algunas, quizá las más sensibles a los procesos hormonales, llegamos a vivir un pequeño puerperio.

La primera vez que leí sobre ello fue en el libro Las voces olvidadas. Me encantó reconocer en él muchas sensaciones que yo había interpretado como síntomas de alguna clase de enajenación mental transitoria. Porque no lo eran: eran los síntomas de mi cuerpo recuperándose de manera natural, de la misma manera en que lo habría hecho si hubiera llegado a sostener a mi bebé entre los brazos, pero muchas semanas, demasiados meses antes.

Ahora entiendo que he vuelto a pasar por lo mismo, reinterpreto mi malestar de los últimos meses, acepto el bienestar sobrevenido, las nuevas fuerzas y las nuevas ganas que tanto miedo me dieron al principio. Volvió a ocurrir, volví a caer y me he vuelto a levantar. Mi cuerpo y mi mente son fuertes y me van a seguir acompañando, aunque ni yo misma me lo crea, aunque no dé crédito ya después de tantísimas putadas.

Porque vamos a seguir dando la batalla :)

sábado, 14 de enero de 2017

Consulta en Inmunología Reproductiva

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Como sé que estas entradas suelen ser muy técnicas y hay quien no llegará a leer mis conclusiones si las escribo al final, empezaré por ellas: si después de tropecientos intentos, naturales o "asistidos", no acumulas más que negativos, bioquímicos o abortos sin causa aparente... VE A UNA CONSULTA DE INMUNOLOGÍA REPRODUCTIVA.

Ya está. No lo pienses más. No te pongas excusas, no albergues falsas esperanzas sobre el siguiente intento, no pienses que con cambiar de clínica/técnica/postura vas a lograrlo. No se trata de que tu ginecólogo sea un mal ginecólogo, de que tu clínica sea una mala clínica, de que tu médico de toda la vida sea un médico nefasto. Se trata de que los especialistas sirven para lo que sirven, y los inmunólogos reproductivos sirven. Y MUCHO.

Si solo lo dijera yo, se podría pensar que estoy bajo el influjo de niña-con-juguete-nuevo. Pero no solamente lo digo yo. Los foros de negativos de repetición, de bioquímicos de repetición, de abortos de repetición... están llenitos de mujeres que solo lo lograron cuando acudieron a estos especialistas como quien peregrina a Lourdes. Y en los foros no están todas las que son: seguramente hay muchísimos más casos con final feliz que no han dejado rastro en Internet.

Personalmente, estoy absolutamente convencida de que, si al final consigo llevar un embarazo adelante, será gracias a la Inmunología Reproductiva. Por eso, a cualquier mujer que se acerque a mí, real o virtualmente, con la duda de si acudir o no a este tipo de consultas, no podré hacer más que contestarle con una retahíla de adverbios: SÍ, CLARO, POR SUPUESTO.

Una vez que he dejado esto claro, ya podemos pasar a los detalles :)

lunes, 9 de enero de 2017

Buenos propósitos

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Empiezo el año llena de buenos propósitos, de pequeñas grandes ideas que hacen de mi día a día una experiencia plena, alejada del fluir monótono de los últimos meses.

Estas vacaciones han sido el revitalizante que necesitaba para volver a ser yo misma. Ese yo que es capaz de hacer cosas, que quiere (y puede) dirigir su vida más allá de la mera supervivencia.

No sabía hasta qué punto lo necesitaba. Parar, descansar, divertirme, viajar, pasar tiempo con las personas que quiero, asistir a los atardeceres sin angustia, desbrozar mis macetas, dormir largas siestas con mi gata, ver series, calentarme apenas bajo el sol del invierno.

Reconectar con la vida que, a pesar de todo, me rodea. 
Y desear, más que nunca, apropiarme de ella.