La mitad de mis tratamientos (las dos primeras inseminaciones y las dos transferencias de embriones vitrificados) han sido en ciclo natural, es decir, sin estimulación hormonal para provocar la ovulación.
Es un proceso curioso. De pronto, lo que probablemente ocurre en tu cuerpo todos los meses (uno de tus ovarios genera un folículo que va creciendo mientras el endometrio engrosa) se convierte en un suceso extraordinario, por el simple hecho de tenerlo monitorizado y, no nos olvidemos, de necesitarlo.
En este sentido, no puedo dejar de sonreír cuando recuerdo cómo viví mi primera inseminación. En la primera ecografía de control pudimos ver ya el famoso folículo y la doctora nos citó para tres días después. En esos días, que coincidieron con el fin de semana, nos fuimos con unos amigos a hacer una ruta de senderismo.
Yo no podía dejar de pensar que "llevaba un folículo". No sabía muy bien cómo imaginármelo, tampoco sabía muy bien qué debía hacer. Lo único que tenía claro es que ese folículo podía albergar la mitad de mi hijo y que deseaba poner todo de mi parte para que se desarrollara bien.
Pensaba que andar mucho podía hacer que creciera más rápido (!?), pero también estaba preocupada por si un tropiezo, un sobresfuerzo o un estornudo podían hacer que estallara (!!). No dejaba de "sentirlo" y me volvía loca saber que en mi cuerpo estaba ocurriendo algo importantísimo (aunque fuera mensual) en lo que yo no podía intervenir de ninguna manera.
Y, de hecho, así es. No puedes hacer nada. El cuerpo tiene sus ritmos y, cuando pretendes aprovecharlos, no te queda más que estar atenta y confiar en la Naturaleza. Una Naturaleza que, mal que te pese, no va a cambiar su comportamiento porque tú estés ahí observando.
Es una sensación parecida a la que se puede tener cuando monitorizan el latido de tu corazón. De pronto, algo tan cotidiano se vuelve completamente extraordinario, y da miedo. ¿Y si de pronto se para, así, de buenas a primeras? ¿Y si se salta un latido...?
A pesar de esta distorsión en la vivencia de un proceso que debería de ser muy sencillo, he de decir que hacer un tratamiento en ciclo natural es la cosa más cómoda del mundo. Sobre todo porque, prácticamente hasta la betaespera, no sientes que estás en tratamiento. Solo te acuerdas de ello cuando acudes a las ecografías de control. El resto del tiempo puedes hacer tu vida, porque no tienes nada más que hacer.
Por supuesto, a esta liberación mental se le unen la ausencia de efectos secundarios de cualquier medicación y, de manera estelar, la ausencia de pinchazos, que, desde mi punto de vista, es lo que más condiciona la sensación de estar-en-tratamiento. Además, si el ciclo no tiene lugar según lo esperado, siempre se puede repetir al mes siguiente, con o sin medicación.
Aunque esto último, lo confieso, cae más bien del lado de la teoría. Precisamente en este ciclo previo a la transferencia de nuestros embriones adoptados he tomado conciencia de hasta qué punto, si bien no te juegas ni la mitad que en una FIV, que algo se tuerza puede resultar desquiciante.
La primera doctora que nos atendió en la nueva clínica nos dijo que debíamos esperar un ciclo después de dejar la píldora para poder hacer el tratamiento. Era razonable pensar que mi organismo, adormilado por las hormonas, necesitara más de un mes para volver a ponerse en funcionamiento. Sin embargo, a mí me preocupaba la idea de que, cuanto más tiempo pasara entre la píldora y el tratamiento, más se asalvajaría mi sistema endocrino. En mi caso, esperar no implica que el cuerpo se "recupere", sino que el SOP y sus estragos se vuelvan a adueñar de él. Pero, como no parecía que el protocolo fuera negociable, decidí hacerme a la idea de que tampoco se iba a acabar el mundo por esperar un mes.
También es verdad que hicimos esta visita a la clínica en febrero y que, por aquel entonces, todavía se nos ponían los pelos de punta al pensar en empezar un tratamiento. Todo lo que fuera dar tiempo al tiempo me parecía perfecto, pero esto cambió bastante con el paso de los meses, y más aún con el follón que nos armaron en junio, cuando ya creía que se nos iba a pasar el verano en blanco y empezaba a tirarme de los pelos.
En nuestra segunda visita, sin embargo, nos atendió otra doctora (es lo que tiene hacer los tratamientos en verano, que te acabas conociendo a toda la clínica). Ella nos animó a intentar hacer el tratamiento en ciclo natural nada más dejar la píldora. Al fin y al cabo, todo lo que nos jugábamos era tiempo: el mismo tiempo que íbamos a "perder" si dejábamos pasar un mes. Y aunque ya nos habíamos hecho a la idea de hacer el tratamiento en otoño, poder adelantarlo a agosto nos pareció ideal.
Y así llegamos a la primera ecografía de control, que tuvo lugar en el noveno día del ciclo. Y lo que vimos fue un folículo de 11 mm creciendo en mi ovario izquierdo. Parecía que había movimiento, algo que yo ya me olía gracias al dolor constante y sordo de ovarios que me acompañaba desde el mismo día en que debí haberme tomado el primer comprimido de la siguiente píldora.
El endometrio, sin embargo, estaba solo de 4 mm. Eso me mosqueaba bastante. A ver si me explico: yo nunca he tenido problemas con el endometrio, mi endometrio nunca está fino. Incluso cuando me hicieron la primera ecografía en esta clínica, tomando la píldora desde hacía cuatro meses, mi endometrio estaba de 6 mm. De hecho, uno de los criterios que utilizaron en su día para diagnosticarme el SOP fue tener un endometrio de más de 20 mm (sí, amigas), el cual me provocaba unas reglas que era para verlas. Si existe un problema con mi endometrio, tiene que ser el de un endometrio gordo, nunca fino.
A estas alturas, sin embargo, ya me espero cualquier cosa. Me ha pasado tanto de lo que creía imposible, que si me dicen que mi maravillosa (aunque inútil) reserva ovárica se ha evaporado de un día para otro, que mis ovarios han decidido emigrar a las cuencas de mis ojos o que mi endometrio no crece porque no le sale de los huevos... me lo creo. Por otro lado, llevo suficientes tratamientos en ciclo natural como para saber que la proporción folículo de 11/endometrio de 4 no podía ser buena, pero no me quedó más remedio que echarle paciencia y esperar tres días.
Lo que vimos a los tres días fue una de esas cosas imposibles que, probabilidad de probabilidades, me han acabado pasando. Cuando la doctora (¡otra doctora!) dijo: "Ovario izquierdo, nada", casi agarro el ecógrafo con las dos manos y me pongo a hacer espeleología. ¿Cómo que nada? ¡¿Cómo que nada?! ¿Y mi folículo de 11 mm...? Pues no estaba: se había reabsorbido.
Las sorpresas, claro, no habían terminado. Cuando el ecógrafo iluminó el ovario derecho, descubrimos que llevaba dos folículos: uno de 9 y otro de 11 mm. Me quedé atónita. En ese momento, que el endometrio hubiera crecido hasta los 5 mm me importaba un pito.
Me pasé todo el día llorando. Nada de lo que Alma me dijo para intentar que entrara en razón valió para algo. Me sentía atrapada en mi cuerpo, traicionada una vez más por su devenir errático. Pensé que, por primera vez, mis ovarios se estaban comportando como verdaderos ovarios poliquísticos, burbujeando sin rumbo fijo, incapaces de desarrollar un folículo dominante. Si algo podía salir mal a esas alturas del tratamiento, ya había salido. Otra oportunidad fracasada, otro fardo que echarse encima.
En mi defensa diré que al día siguiente ya había vuelto a mis cabales y tenía la cabeza llena de ideas razonables y prácticas acerca del tratamiento :)
En la tercera ecografía vimos que los dos folículos estaban creciendo: ya habían llegado a 12 y 14 mm. Para entonces, afortunadamente, me sentía capaz de apreciar lo extraordinario de la situación. No solo parecía que mi cuerpo se había vuelto a poner en marcha sino que, por primera vez, existía la posibilidad de que fuera a ovular dos veces. ¡Dos veces! Ni siquiera en las dos inseminaciones con estimulación habíamos conseguido dos folículos tan parejos. El endometrio, además, ya estaba de 6 mm (y la proporción folículo de 14/endometrio de 6 empezaba a tener sentido).
Durante los dos días que pasaron hasta la cuarta ecografía, empecé a notar un escozor muy fuerte en el ovario derecho. Era justamente la misma sensación que tengo cuando me pincho las inyecciones de estimulación, y no dejaba de pensar: "¡Nos ha jodío! ¡Como que llevo dos folículos...!".
Además, como vimos en la cuarta y última ecografía, se había producido el acelerón que tiene lugar justo antes de la ovulación: el folículo mayor ya medía 21 mm y el endometrio estaba de 9 mm. "El otro folículo sigue ahí", me dijo la doctora, "pero más pequeño".
Mi ovario derecho. El que siempre domina. El que siempre hiperestimula. El que llevó un cuerpo lúteo hasta la octava semana. Mi ovario derecho, otra vez, colgándose el cartel de "¡Pero claro que puedo!".
Los ciclos naturales no tienen nada de particular, pero, en ocasiones, te permiten asomarte a lo extraordinario.
La primera doctora que nos atendió en la nueva clínica nos dijo que debíamos esperar un ciclo después de dejar la píldora para poder hacer el tratamiento. Era razonable pensar que mi organismo, adormilado por las hormonas, necesitara más de un mes para volver a ponerse en funcionamiento. Sin embargo, a mí me preocupaba la idea de que, cuanto más tiempo pasara entre la píldora y el tratamiento, más se asalvajaría mi sistema endocrino. En mi caso, esperar no implica que el cuerpo se "recupere", sino que el SOP y sus estragos se vuelvan a adueñar de él. Pero, como no parecía que el protocolo fuera negociable, decidí hacerme a la idea de que tampoco se iba a acabar el mundo por esperar un mes.
También es verdad que hicimos esta visita a la clínica en febrero y que, por aquel entonces, todavía se nos ponían los pelos de punta al pensar en empezar un tratamiento. Todo lo que fuera dar tiempo al tiempo me parecía perfecto, pero esto cambió bastante con el paso de los meses, y más aún con el follón que nos armaron en junio, cuando ya creía que se nos iba a pasar el verano en blanco y empezaba a tirarme de los pelos.
En nuestra segunda visita, sin embargo, nos atendió otra doctora (es lo que tiene hacer los tratamientos en verano, que te acabas conociendo a toda la clínica). Ella nos animó a intentar hacer el tratamiento en ciclo natural nada más dejar la píldora. Al fin y al cabo, todo lo que nos jugábamos era tiempo: el mismo tiempo que íbamos a "perder" si dejábamos pasar un mes. Y aunque ya nos habíamos hecho a la idea de hacer el tratamiento en otoño, poder adelantarlo a agosto nos pareció ideal.
Y así llegamos a la primera ecografía de control, que tuvo lugar en el noveno día del ciclo. Y lo que vimos fue un folículo de 11 mm creciendo en mi ovario izquierdo. Parecía que había movimiento, algo que yo ya me olía gracias al dolor constante y sordo de ovarios que me acompañaba desde el mismo día en que debí haberme tomado el primer comprimido de la siguiente píldora.
El endometrio, sin embargo, estaba solo de 4 mm. Eso me mosqueaba bastante. A ver si me explico: yo nunca he tenido problemas con el endometrio, mi endometrio nunca está fino. Incluso cuando me hicieron la primera ecografía en esta clínica, tomando la píldora desde hacía cuatro meses, mi endometrio estaba de 6 mm. De hecho, uno de los criterios que utilizaron en su día para diagnosticarme el SOP fue tener un endometrio de más de 20 mm (sí, amigas), el cual me provocaba unas reglas que era para verlas. Si existe un problema con mi endometrio, tiene que ser el de un endometrio gordo, nunca fino.
A estas alturas, sin embargo, ya me espero cualquier cosa. Me ha pasado tanto de lo que creía imposible, que si me dicen que mi maravillosa (aunque inútil) reserva ovárica se ha evaporado de un día para otro, que mis ovarios han decidido emigrar a las cuencas de mis ojos o que mi endometrio no crece porque no le sale de los huevos... me lo creo. Por otro lado, llevo suficientes tratamientos en ciclo natural como para saber que la proporción folículo de 11/endometrio de 4 no podía ser buena, pero no me quedó más remedio que echarle paciencia y esperar tres días.
Lo que vimos a los tres días fue una de esas cosas imposibles que, probabilidad de probabilidades, me han acabado pasando. Cuando la doctora (¡otra doctora!) dijo: "Ovario izquierdo, nada", casi agarro el ecógrafo con las dos manos y me pongo a hacer espeleología. ¿Cómo que nada? ¡¿Cómo que nada?! ¿Y mi folículo de 11 mm...? Pues no estaba: se había reabsorbido.
Las sorpresas, claro, no habían terminado. Cuando el ecógrafo iluminó el ovario derecho, descubrimos que llevaba dos folículos: uno de 9 y otro de 11 mm. Me quedé atónita. En ese momento, que el endometrio hubiera crecido hasta los 5 mm me importaba un pito.
Me pasé todo el día llorando. Nada de lo que Alma me dijo para intentar que entrara en razón valió para algo. Me sentía atrapada en mi cuerpo, traicionada una vez más por su devenir errático. Pensé que, por primera vez, mis ovarios se estaban comportando como verdaderos ovarios poliquísticos, burbujeando sin rumbo fijo, incapaces de desarrollar un folículo dominante. Si algo podía salir mal a esas alturas del tratamiento, ya había salido. Otra oportunidad fracasada, otro fardo que echarse encima.
En mi defensa diré que al día siguiente ya había vuelto a mis cabales y tenía la cabeza llena de ideas razonables y prácticas acerca del tratamiento :)
En la tercera ecografía vimos que los dos folículos estaban creciendo: ya habían llegado a 12 y 14 mm. Para entonces, afortunadamente, me sentía capaz de apreciar lo extraordinario de la situación. No solo parecía que mi cuerpo se había vuelto a poner en marcha sino que, por primera vez, existía la posibilidad de que fuera a ovular dos veces. ¡Dos veces! Ni siquiera en las dos inseminaciones con estimulación habíamos conseguido dos folículos tan parejos. El endometrio, además, ya estaba de 6 mm (y la proporción folículo de 14/endometrio de 6 empezaba a tener sentido).
Durante los dos días que pasaron hasta la cuarta ecografía, empecé a notar un escozor muy fuerte en el ovario derecho. Era justamente la misma sensación que tengo cuando me pincho las inyecciones de estimulación, y no dejaba de pensar: "¡Nos ha jodío! ¡Como que llevo dos folículos...!".
Además, como vimos en la cuarta y última ecografía, se había producido el acelerón que tiene lugar justo antes de la ovulación: el folículo mayor ya medía 21 mm y el endometrio estaba de 9 mm. "El otro folículo sigue ahí", me dijo la doctora, "pero más pequeño".
Mi ovario derecho. El que siempre domina. El que siempre hiperestimula. El que llevó un cuerpo lúteo hasta la octava semana. Mi ovario derecho, otra vez, colgándose el cartel de "¡Pero claro que puedo!".
Los ciclos naturales no tienen nada de particular, pero, en ocasiones, te permiten asomarte a lo extraordinario.
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