En la segunda FIV, fuimos observando entre cuatro y seis folículos antes de la hiperestimulación, un número menor que en la vez anterior, pero coherente con la nueva pauta de medicación. Tras la punción, obtuvimos diecisiete óvulos, de los que solamente seis eran maduros. Así que, en esta ocasión, no alcanzamos la horquilla de entre ocho y diez óvulos que se considera óptima.
Recuerdo que una vez, hace mucho tiempo, nuestra nuestra doctora nos advirtió de que estimular unos ovarios con SOP era muy puñetero. Y lo es porque la hiperestimulación es casi inevitable, porque tratar de minimizarla compromete el número de óvulos maduros que puede obtenerse y porque buscar un número suficiente de óvulos maduros a toda costa atenta directamente contra la salud.
Hoy entiendo el alcance de todo esto y, de hecho, es la principal razón por la que he decidido no intentar una tercera FIV. Pero en aquel momento me resultó devastador. Pensaba que, de repetirse las mismas proporciones que en la primera FIV, tendríamos suerte si conseguíamos un solo blasto. Y aunque con uno es suficiente, después de todo el esfuerzo que conlleva un tratamiento como este, tener que jugárselo todo a una sola carta resultaba descorazonador.
En esta ocasión, insistí bastante en que se revisaran las técnicas que se les aplicaban a los óvulos, para equilibrar la proporción entre FIV convencional e ICSI y, a ser posible, inclinar la balanza en favor de la primera. Y, aunque en ningún momento la doctora me dio la razón en que las técnicas aplicadas en la primera FIV habían sido desafortunadas, los resultados de este segundo intento no dejaron lugar a dudas.
Esta vez, emplearon la FIV convencional con cuatro óvulos, de los que fecundaron los cuatro. Con los otros dos emplearon la ICSI, y solo fecundó uno. Así que, aunque el número de óvulos que teníamos era menor, con esta proporción conseguimos una tasa de fecundación que prácticamente duplicó la de la primera FIV; y, además, contábamos con cinco embriones: uno más que la primera vez.
Estos resultados nos devolvieron la esperanza que habíamos perdido durante la estimulación, así que, nuevamente, nos atrevimos con el cultivo largo. Por desgracia, el resultado empeoró: a día 5, solo uno de los embriones había alcanzado el estadio de blasto con buena calidad; dos habían detenido su desarrollo y los otros dos iban más lentos.
El primer embrión me lo transfirieron en fresco, dando como resultado un negativo que nos destrozó como ningún otro. De los otros dos embriones, solo pudimos vitrificar a día 6 un blasto de mala calidad, que me transfirieron al mes siguiente en un ciclo sin esperanza que acabó convertido en nuestro negativo número seis.
Y con este último fracaso dimos por finalizadas nuestras aventuras con la FIV.
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